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Ya no hay dolor: una historia cruda y real

Lunes, 06:50 am, suena el despertador y después de no haber podido dormir en toda la noche, decido levantarme. Los estertores del sol aparecen de a poco por mi ventana, la voz de la escuela me llama. Aun siento el dolor de mis moretones, por la paliza que me dio mi padrastro por haber perdido el vuelto del pan ayer, solo a él se le ocurre mandar a un niño de 10 años entrada la noche a comprar al almacén de la ciudad, en una finca y con una lluvia torrencial. Otra más de las tantas que supuestamente merecía, como niño no entendí sino hasta ahora. Tundas por jugar con las gallinas, por romper un vidrio con mi pelota, por volcar mi te sobre la mesa, por no cambiar a mi hermano, por cambiarlo mal, por bañarlo, por no bañarlo. En fin… mis moretones eran parte de mi cuerpo, como una mano o un pie.

Ya en la cocina, me doy cuenta que no hay gas, la garrafa estaba agotada…los pasos por aquel piso de madera me hacían bajar una gotita helada de transpiración por mi espalda, eran los pasos de aquel hombre el cual me golpeaba. Sin perder el tiempo, agarré mi mochila y salí corriendo para la escuela. Jamás olvidaré ese camino inhóspito que debía atravesar, entre el barro y las ramas de aquella finca hacían ver mi guardapolvos blanco como el corcel del Zorro, debía apresurarme, tenía solo 14 minutos para alcanzar el colectivo que me llevaba a la escuela, y eran de esos que pasan cada una hora para las zonas rurales.

Llegando a la calle principal, veo como pasaba el colectivo, como si el chofer llevase a una parturienta a punto de dar a luz. Listo. Acabo de perder el colectivo. No me queda otra que caminar. Fumando un cigarrillo y silbando bajito emprendo los casi 16 km que me separan de la escuela. Al llegar, todo sucio y cansado la maestra con su mirada me lo decía todo… a la Dirección. Tenía 8 años, pero mi vida se tornaba como la de un adulto, ya que trabajaba en la chacra como cualquier hombre de familia.

La directora no me quería, tan solo por catalogarme como un niño molesto, y jamás miré a otro niño mal. La vida me enseñaba que directamente no tendría que estar en este mundo, o al menos, en esa época. Con un papel en su mano y sus seños fruncidos me decían todo. Me expulsaba de la escuela por mis faltas. Llorando en el baño se me arriman unos alumnos más grandes y me dan otra paliza, supuestamente les había robado sus colores y hojas.

Camino a casa, arrastrando mi pullover en los charcos de agua, me hizo reflexionar… ¿¿POR QUE A MI?? Mirando al cielo, y pidiendo explicaciones creo a un tal Dios. Ni les cuento como tomó la noticia mi padrastro, otra paliza y esta vez más feroz… mi cuerpo y mi mente ya no soportaban más…

¡¡¡Al fin!!! ¡¡Llegó el día señores y señoras!! ¡Ya no tengo que preocuparme por los moretones, por las palizas, el barro, el colectivo, la escuela, el trabajo, los matones, la directora y de mi querido padrastro! ¡¡soy libre!! Lo único que me molesta es que estoy 3 metros bajo tierra, y los gusanos en mi cuerpo, me hacen cosquillas.

Dedicado a mi primo Adrián Abed Montenegro 27/02/83 QEPD 30/01/91

Escrito por Penitenciario Encapuchado para la sección:

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