«El rock n’ roll no morirá jamás», aseguraba Neil Young allá por fines de los 70’s a la vez que los Sex Pistols se ahogaban en distorsiones confusas y nihilismo británico. El ejército de Kiss preparaba un bombardeo de merchandising para ser disparado ante un público más agradecido que nostálgico de lo que veía. La psicodelia era sutilmente robada por las bandas funkys y por la tele… que todo lo podía. Aparecieron los primeros «pogos» que poco tenían que ver con aquellos marihuaneros pasto-habitantes y, en sintonía, el discurso a favor de la paz había se había desvanecido tanto como la guerra de Vietnam.
Sobre estos contrapuntos se paseaba el rock en un período de gestación en el cual las formas y colores, fueron elementos trascendentales en la armonía y estética de una cultura que trascendía a lo meramente sonoro. Dicho período, altamente creativo, significó el puntapié inicial para que el llamado “rock” se uniera en fuerzas con la masividad. La tecnología no es intrínseca a nada de éste mundo, por lo menos del mundo occidental. Y así lo fue para el rock. Del culto a la masa. De la tele, a la mesa.
Cuarenta años han pasado de los augurios fatalistas anteriormente citados. De lo inevitablemente inevitable. De ahora en más, el rock todo lo toca y todo toca al rock. La predecible evolución de un fenómeno es algo tan natural como la naturaleza misma. Nada es infinito. Todo es -medianamente- efímero. Aislar y abstraer a un movimiento cultural del contexto histórico es como querer estudiar a los números y no a las matemáticas.
Me veo en la obligación de prescindir del fenómeno para enfocarme en el contexto. Y en éste caso, el contexto será el actual.
El presente.
Hoy.
Pasado mañana como mucho.
Nacido para ser salvaje
Para no faltar a la verdad de quien escribe, sentencio: el rock desde su concepción es pro-sistema ¿Por qué?… Por el simple hecho de que nada puede subsistir en periodo razonable de la forma en que lo hizo la cultura rock en el clímax de su existencia dentro del mundo occidental. No cometamos el error de confundir anti-sistema con disconformidad. El disconforme no niega al sistema, lo ratifica, sólo que no le gusta la concepción del mismo.
En su antítesis, el antisistema niega al sistema y no quiere un elemento que rija la vida del ser humano, en ninguna de sus formas. Es conveniente realizar un paralelismo con el mundo de la política y la sociología para ejemplificarlo mejor: el disconforme es una persona altamente radicalizada que lleva en su ADN la marca de aquello contra lo que lucha, o dice luchar. El antisistema no lucha contra nada porque es imposible luchar contra lo que se niega. En éste sentido, el “antisistemismo” del rock lo dejamos de lado por falta de mérito para calificar en los conceptos explicados (párrafo aparte para TheResidents).
Nos sorprendemos de que el rock ya no nos pertenece; de que ya no es más la bandera de la rebeldía; de que sea la banda sonora de las compañías de telefonía y del monopolio de la gaseosa; y nos espantamos cuando nos enteramos de que a los festivales más mainstream del globo lo auspician cervecerías que fabrican cervezas tan insulsas como el rock que promocionan. Reducir al rock a una pata elemental de la cultura occidental sería simplista, pero… el fenómeno del rock es eso, una de las tantas aristas de la forma de vida de occidente (y no tan occidente). La globalización, el capitalismo, el consumismo y un estilo de vida desentendido pero “cool” hacen que el rock hoy por hoy sea el argumento de una juventud que nunca se rebela porque carece de sustancia para hacerlo. El fuego sagrado se apagó. Ese, el de los incómodos. Ya nadie está incómodo con nada, sobran los motivos para estar cómodos. Con excepción de dos o tres causas justas, el rock se quedó sin enemigos.
Por ósmosis o porque entendió que eran necesarios para la subsistencia (“el rock todo lo toca, y todo toca al rock”). La mutación hacia una cultura mainstream se debe a un tratado por parte del consumismo y del rock. Nadie escucha a lo que no existe, y nada existe si no es escuchado. Es un pacto. Se necesitan unos a otros como el sistema necesita al disconforme. Y viceversa. Por eso entiendo, que la muerte del rock no es la finalización de un fenómeno sino una mutación de la cosa. De ahí en más, estar de acuerdo con dicha mutación será tema de cada uno.
El rock cambió de estado dentro de su materia. Nunca estuvo por fuera de la materia. La cultura rock nunca pudo ser antisistema por la razón de poder garantizar su existencia y desarrollo. Por eso, cuando recordamos otrora de la música rock y nos desencantamos con lo actual debemos comprender que estamos en desacuerdo con una música que nació en el mismo lago que lo que lo hicieron distintos tipos de culturas que hoy son punta de lanza de un mainstream occidental que parece tener los brazos mucho más largos que los de la supuesta rebeldía juvenil.
Los eternos homenajes, las eternas reencarnaciones, y los interminables cultos a los artistas que nos dejaron son la fiel representación de que el rock no es ajeno a “todo tiempo pasado fue mejor”. Siempre se pensó así, cada ser humano pensó que su tiempo generacional era mejor que el que vino después, y así sucesivamente. Y nuestros descendientes, los malditos de hoy, van a pensar lo mismo de sus propios descendientes. Es el problema de creerse único en el espacio y tiempo. Que la vida sólo surge y que todo es único en el tiempo que nos corresponde vivir.
¿Acaso será que el rock no es otra muestra de que la historia es cíclica? ¿De que todo tiene un lado B? ¿De qué nada es efímero? ¿De la mutación inevitable de los fenómenos y de que el nivel de nostalgia aumenta proporcionalmente mientras más crecemos y menos comprendemos a los que vienen? No lo sé. La única certeza que tengo es que ésta santa cultura cumplió con las leyes básicas de la biología: nació, creció, se reprodujo y mutó.
Pero no cometamos el error de pensar que es una cultura que está por afuera de algo. Bien adentro está. Que esto sea malo o bueno es otra cosa. Depende de cada uno.
Por lo pronto me deleito en pensar que algún día vendrán los antisistema a patear el tablero uniforme del mainstream y darán el batacazo. Volarán por los aires los blancos y los negros que, a juzgar superficialmente, parecen distintos pero pertenecientes al mismo tablero. Dos caras de una misma moneda. Fuerzas antagónicas pero necesarias una de otra. Un tratado en dónde ninguno muere, ambos mutan y se retroalimentan. Mientras tanto los marginados, los auto-excluidos, los inmirables y los soslayados están ahí, en los rincones inaccesibles. Haciendo del rock y la música otra cultura. La que nunca se verá. La que no responde a ninguna geometría binaria. Están haciendo música y dándole sentido a la sustancia. Sustancia invisible para una cultura y cultores que sentenciaron erróneamente que el rock, ha muerto.
Escrito por «Anónimo» para la sección: