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La peluquería como lugar de culto

Lo primero que se me ocurrió antes de escribir esta nota es ponerle el título de “los típicos peluqueros”, pero la verdad es que los títulos con las palabras “los” y “típicos” ya me tienen las bolas al plato. Por otro lado una nota de la sección “los típicos” iba a ser cómica, pero fría, estandarizada, detallista y puntual, cosa que esta vez no pasa. No pasa porque siento a las peluquerías y los peluqueros como algo mucho más groso, mucho más importante en mi vida, como para menospreciarlos con un “los típicos”… y paso a explicarles porque.

Ahora hablemos de los “lugares de culto”. Les pongo este nombre a los lugares donde uno se junta a ver como pasa la vida misma, donde charla sobre cosas fundamentales, filosóficas, cruciales, como así también banales, frívolas y superficiales. Los más chicos encuentran este “lugar de culto” en el bar, los más grandes en el café. Son sitios donde reunirse con amigos y buenos conocidos, conversar, compartir, tomarse una coca, una birra o un café e irse más nutrido, más persona, más humano. Bueno, si bien incurro al bar y al café como de costumbre, debo reconocer que hay un “lugar de culto” para mí que mantengo como secretito: las peluquerías.

Hace poco dejé de cortarme el pelo solo, por dos motivos, uno bien bala que es que sinceramente ya no podía ir a trabajar con los pelones que aparecían luego de que mis propias manos rebajaran mi tupida cabellera. 15 años cortándome el pelo solo para no aprender nada. La semana post-auto-peluquería era un papelón. Y ya estoy grande para esos papelones, así que comencé a ir a que me corten el pelo. Entonces aparece la segunda y más motivadora razón: encontré en las peluquerías un pequeño y nuevo (para mí) lugar de culto, exquisito, excéntrico, lleno de magia, sorpresas y sabiduría. Así como un cuento mágico que es contado por un juglar de antaño, los peluqueros nos cortan el pelo al ritmo de sus experiencias de vida, su sabiduría, su madurez y sus anécdotas.

Y en esta hermosa fauna que encontré, en este libro mágico, en esta novela río maravillosa, hallé personajes tales como el “viejo picaboleto”. Se llama Eduardo, lógicamente no sabe que le digo así, pero ese único diente que tiene en toda la boca me impide apodarlo de otra forma. Mientras me corta el pelo me lo imagino masticando un boleto y dejándole el agujerito de su diente, como una marquita de los cuidacoches del centro. El Viejo Picaboleto me cuenta de sus tres matrimonios, de lo que eran las peluquerías antes, donde los clientes se cortaban el pelo y se afeitaban. Es una pasión entrar a esta pelu, bien de macho, llena de viejos con las chapas boladas que lo único que hacen es estar toda la tarde al pedo dándole charla al Eduardo. Le chupa el camote como te quieras cortar el pelo, vos te sentas, te pone la capita y te entra a cortar como se le de la gana, sin siquiera titubear o preguntarte. Una vez que termina, y mientras te cuenta sus sesentaidosmil anécdotas (la que le cortó el pelo a Sandro es la mejor), te pone el espejito y recién te pregunta si está bien o “ma’ corto campión”. El Edu es un golazo, se me de memoria todas y cada una de sus historias, es un imperdible maestro de la vida.

Otro que es una delicia es el Óscar Daniel, alias “el pirata” (mote que obviamente solo yo se) porque tiene más aventuras que Cacho Castaña en un burdel norteño. El Óscar es un personaje bárbaro, de la noche, aventurero, partuzero y vicioso. Ahora está económicamente venido a menos, pero antaño la juntó con pala: se puso una pelu que solo abría de noche para atender a tacheros, lo malo es que se le llenó de travestis y no supo diferenciar una paga en monedas, con una paga en “especias”, así que llegó un momento que tuvo que elegir entre seguir laburando de noche y destapando cañerías, al tiempo que le festejaban el cumple entre las gambas, o abrir de día como un tipo normal y casarse con su novia de toda la vida. Hoy tiene cuatro pibes, a las 20 cierra… y se va de joda a los travas.

Uno que me encanta visitar, pero no lo hago a menudo para que no se me tuerza la muñeca, es al Alex Moha, que en realidad se llama Carlos Soto, pero como tiene una pelu cool, se tiene que tunear el nombre. El Alex es re homosexual mal y no tiene un solo pelo en la lengua (ni púbico) en vaticinarlo a los cuatro vientos. Tiene el pelo rapado a los costados y una cresta larga y rosada en el medio, se viste con remeras Dolce & Gabanna con strass (que son re truchas, pero brillan) y pantalones chupines. Marca las “s” de una manera sobrenatural y te atosiga en piropos y elogios a tu pelo, tu cara, tu piel, etc. Es el mejor remedio cuando andas medio depre o con complejos. Las gordas salen con el ego por las nubes. Es tan top y gay que tiene de ayudante a alto travesti extremadamente divertido, gesticulador y locuaz como él. Visitarlo al Alex es como ir a la Jaula de las Locas, porque obviamente está lleno de freaks, trapos y raritos.

Para equilibrar la balanza y no sentirme “raro”, la siguiente vez que me toca cortarme el pelo, si he ido al Alex, voy al “Sergio Peluquería Unimev”, al que solo llamo Sergio. El Sergio tiene la pelu en el garaje de su casa, donde guarda el 504 hecho pija que estaciona en la puerta. El único problema es que siempre se olvida de limpiar la pérdida de aceite del bólido y le chanta la silla arriba, por lo que te vas con todas las suelas resbalosas. El Sergio es un tipo rústico, machista, ordinario y fiel. Es extremadamente raro que sea peluquero, pero lo es. Aparece con camisas manga larga arremangadas hasta los bíceps y una cubata con suspensión de bailanta céntrica. Su sexualidad te queda clarísima desde el instante en que pisas el garaje, cuando miras a la derecha y ves un poster de una mina en tetas con una tanga de Boca superpuesta, más o menos de los 80’, onda gomería. Si fueses ciego también lo supondrías, porque solo escucha tangos ásperos y nostálgicos, que tararea mientras te corta el pelo con una tijera reventada y se deja que un pucho se haga cenizas en sus labios. En una mesita descuadrada encontras una revista “Nueva” de la Papaleo, un “El Gráfico” del Manteca Martínez con una copa, unos clasificados del “Los Andes” del 2007 y una “Caras” sin tapa ni contratapa, con fotos de Susana extrañamente pegoteadas.

Cuando tengo alguna fiesta copada que implique baile, indiscutiblemente voy a los “Wachiturros” de Rodeo. Lees el nombre de la peluquería: “The Cool Masters” y te imaginas a dos ingleses muy capos y fashion cortando el pelo con electrónica de fondo… per no. Está el Ezequiel y el Rampa, como si acabasen de venir uno de un partido de fútbol cinco con los vagos (El Rampa) y otro de un recital de los Wachiturros (el Eze). A mi me corta el pelo el Eze, porque me parece más gracioso como habla. Lógicamente le puse así porque cuando entras tienen unos parlantitos saturadísimos con cumbia villera al re palazo. Esa hermosa melodía y los veinte peso’ que cobran son el motivo para las largas colas que hacemos los “motorratones”, “wachines”, “chimbitas”, “bolitas”, “madres con guachitos re cumbieritos”, “barrabravas del Gueyma” y yo para que los “Cool Masters” hagan sus acrobacias en nuestra cabezas. Una delicia a la lengua, la literatura y la música.

Y por último, cuando tengo plata y quiero nutrirme de un verdadero “as” de la falacia, voy al Stephen. El “Estiven” en realidad se llama Esteban, pero como su peluquería está llena de viejas chetas, chetas chotas, pendejas ricas, boludos con guita, modelitos copadas y residentes de barrios privados, el loco la galanéa inglesándose el nombre. El Stephen es un genio, soy uno de los únicos que sabe su secreto: se hace sutilmente el amanerado y cuando las minas le dan su confianza, se las re contra garcha. Se voltea a pendejas riquísimas, vejestorios que lo bancan, casadas fogosas, empleadas, solteras necesitadas, pendejitas, feas, todo… no deja pasar una. Con el chamullo de las “fotos para el álbum”, los regalos “extras” como baños de cremas, viajes a Buenos Aires a Loreal, reflejos y masajes y toda una artillería de lujosas sandeces, el Stephen seduce a las féminas, las cuales recién se dan cuenta que su peluquero y amigo no era gay cuando lo tienen adentro. Paga viajes, regala cremas, cobra carísimo y le saca punta… ¡Stephen sos mi ídolo!

Y así les di un breve repaso de mi rutina de peluqueros, los nombres de los personajes han sido levemente modificados para no atentar contra ellos. Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia.

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