Desde chico soñaba con los números. Cuando todavía pateaba una pelota en cancha de tierra, tenía siempre un momento para juntar etiquetas de cigarrillos y armar equipos.
Con engrudo y tijeras, formaba los equipos y estaban listos para empezar el partido. La pelota era una bolita que rodaba lenta sobre la felpa que usaba su abuela para jugar a las cartas.
De un lado 11 jugadores con los colores sacados de la etiqueta de Saratoga, del otro lado 11 más que vestían los colores de Particulares. Con la voz ronca imitaba a Luis Elías Sojit. Todo estaba listo para empezar… relator incluido.
Quizás en esa tarde solitaria empezó su amor por los números y las estadísticas que con ellos se pueden sacar. Sus delanteros de papel hacían goles y a él le gustaba registrarlos en una tabla de goleadores. El primer problema se le presentó el día que un defensor de “Fontanares” metió, sin querer, un gol en contra. Había sido un gol, pero no podía poner a su autor en la tabla de goleadores, porque esa tabla está reservada para los que hacen goles a favor de su equipo.
Durante varios días se paseó en la soledad de su casa sin saber que hacer. Iba en la mañana a la escuela y estaba como ausente porque tenía su mente fija en la tabla de goleadores…
El campeonato de había suspendido hasta que encontrara una solución. Volvía a su casa al mediodía, almorzaba sin decir palabra y se encerraba en su pieza a soñar y a pensar en una solución. Lo acompañaban las fotos de Labruna y de Moreno, también por supuesto del chueco Fangio. En los diarios de ese entonces se veían las últimas sonrisas de Perón.
Después de algunos días de preocupación y de mucho pensar, encontró una solución que le pareció apropiada. Abriría un registro de goles en contra. Cada uno de los especímenes de esta clase sería rápidamente clasificado en esa lista especialmente confeccionada. El azar, muchas veces, es el motor de la realidad. En este caso, el azaroso gol en contra terminó de consolidar lo que con el tiempo sería una secreta pasión personal: la estadística deportiva.
En algún lugar y en algún tiempo había nacido una especialidad sorprendente: el estadígrafo. Suerte de minucioso recolector de datos condenados al olvido, el estadígrafo es uno de los casos más insólitos del periodismo deportivo. El aficionado está preocupado en saber quien hizo el segundo gol de su equipo, que además le dio la victoria, pero es increíble pensar en alguien a quien le interesa que el último jugador llamado Oscar, que le hizo un gol a Independiente Rivadavia, fue Oscar Zavala de Huracán Las Heras el 12 de julio de 1981 en la cancha del Globo.
Después de aquella improvisada tabla de goleadores en contra, vinieron otras sutilezas: la valla menos vencida, el jugador con menos llamados de atención, el que había jugado más partidos, y por supuesto, el que había jugado menos. La defensa más efectiva y la más vulnerada, la goleada mayor, el número de empates, derrotas y triunfos de cada equipo, etcétera, etcétera. Además surgieron las necesarias tablas de posiciones, el fixture y las listas de árbitros. ¿Quién iba a decir que con los años esta pasión juvenil lo llevaría a las páginas de los diarios?
Fue por 1971 que se le ocurrió empezar a registrar todo lo que sucedía en el fútbol local. Con esmerada paciencia recopiló datos que sacaba de los diarios y fue formando una impresionante carpeta donde se podía encontrar, por ejemplo, que a los 22 minutos del segundo tiempo Adolfo Soto de Independiente Rivadavia le había hecho un gol a Pedone de Godoy Cruz en la cancha del primero, en el partido correspondiente a la primera rueda del campeonato de la Liga Mendocina.
Pasó un tiempo y la carpeta fue engordando. Luego fueron dos carpetas y después tres. A medida que los datos se fueron acumulando fue aumentando su escepticismo y no tardó mucho en pensar que sus desvelos no servían para nada y que a nadie le importaban. A esos momentos de desazón seguían otros de euforia en los cuales pensaba que las estadísticas salvarían al mundo y que debía seguir adelante a cualquier costo.
En medio de estos vaivenes comprobó que tenía una gran cantidad de lectores que se ofuscaban cuando su columna no salía. Incluso alguno de ellos lo paraba en la calle para preguntarle cosas, aparentemente tan sin importancia, como por ejemplo, quien le había hecho el tercer gol a Gimnasia en aquel partido que el Lobo había perdido con Talleres en 1983.
Pero quizá los admiradores que más estimaba eran esos que nunca habían leído sus estadísticas. Este grupo estaba formado por los amantes de cosas innecesarias. En el fondo, nuestro estadígrafo, era uno de ese grupo y sabía que en este mundo de cosas útiles cada día son más necesarios los gestos que no sirven para nada. O al menos esos ademanes elegantes que no terminamos de saber hacia quien se dirigen…
(Este relato se lo dedicó Jaime Correas, actual Director General de Escuelas, al Chino Oscar Zavala cuando eran compañeros de trabajo en el desaparecido diario Mendoza Hoy. Lamentablemente no hay fecha exacta de su publicación).
Una joya, realmente.
Que bonito recuerdo