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¿Juntás figuritas del Mundial? ¡Ojo con los ferreteros!

¿Dejaste de ver el Mundial porque Sampa la «Bielsió» en Rusia? No seas bolud@, el campeonato que se juega cada cuatro años sigue ofreciendo gratos espectáculos como Rusia-Croacia y más enfrentamientos empatados entre europeos. Y si esa opción no te parece atrayente, tenés las figuritas de Panini para seguir autoflagelándote coleccionando más frustraciones.

Sí, sí. No me vengas con que ‘esa pelotudez es para los más chicos’, si bien sabés que la pendejada no le da bola. El boom de las figus subsiste gracias a nosotros, los viejos. Un par de mundiales más y se acaba.

No te sientas sol@. Somos varios los que las juntamos. El sentimiento de volver a nuestros años dorados es compartido por mucha gente de nuestra generación. Hasta tenemos un grupo de WhatsApp en el que conviven más de 200 personas de todo Mendoza.

Fue justamente en ese espacio donde tuve mi primer contacto con Federico, el ferretero. Ese individuo criado en el mismo averno que me convirtió en un ser oscuro.

Este 2018 marcó mi regreso a la infancia del más grato modo. Contagiado por el entusiasmo de mis amigos, decidí sumarme a la reciclada moda de juntar figuritas, como cuando púber. Si ayer el aperitivo era la chocolatada, hoy es la cerveza. Pero volvimos a juntarnos a abrir paquetes, intercambiar y pegar esas gloriosas láminas con imágenes de futbolistas.

Creo haber especificado en otras notas del Mendo que mi situación económica no es buena. Más bien la definiría como rancia. Si calculamos que cada paquete cuesta quince pesos, y que en cada uno de ellos vienen cinco stickers (sí, la plasticola ya no hace falta), no hay que ser un Guido Kaczka (?) para darse cuenta que un empate con Islandia no es pobreza cero. Eehhh… perdón. (…) darse cuenta que no estoy en condiciones de financiar un llenado de álbum.

Pero el rebusque es prácticamente mi estilo de vida. De alguna forma me las arreglé para conseguir figuritas sin hipotecar mi supervivencia. Donaciones, regalos, cambios, solidaridad, amenazas, secuestros; son algunas de las herramientas utilizadas para obtener centenares de pegatinas a costo cero.

Cuando me armé de un interesante montoncito de figuritas repetidas, me animé a contactar a uno de los anónimos contactos del mencionado grupo whatasppero, quien había publicado su lista de faltantes.

– Tengo la 183, la 403 y la 512 – le escribí.

– Buenísimo –respondió- Si querés nos juntamos en mi ferretería, acá en el centro.

Mi corazón palpitaba como hacía mucho no ocurría. Yo, el Chori, después de tantos años me juntaría de nuevo con otro a intercambiar figuritas. Como en los noventas, cuando incluso me reunía con las madres de los más chicos para facilitarnos las que nos faltaban.

Acordamos encontrarnos en su comercio cuando yo finalizase mi jornada laboral. A partir de entonces mis pensamientos se centraron sólo en esa cumbre. Percibía que cada minuto transcurrido se extendía más que el anterior. La espera me atormentaba e impedía que cumpliese mis labores eficientemente. El sudor se apoderó de todo mi cuerpo. La lucidez mental me abandonó ni bien recibí el último mensaje. Busqué en mis recuerdos algún momento en que mis sensaciones se asimilaran a éstas. La respuesta no demoró en llegar: mi última cita.

Pero claro. Si no era ni más ni menos que eso ¡Una cita! Con Federico, el ferretero. Instintivamente me olí las axilas y me arreglé la camisa. Pero recordé que soy heterosexual y no buscaba seducirlo. Al menos no románticamente.

“Relajá” me dije a mí mismo. “Pensá en otra cosa”, me alenté. Pero el destino me tenía preparado otro de sus inesperados guiños. Mi jefe, también coleccionador, entró a la oficina con un frondoso montón de figuritas. “Te voy a regalar las que tenga repetidas dos veces”, anunció.

Su aporte fue extremadamente generoso. No sólo que pegué decenas de stickers en mi álbum, sino que aumenté mi pila de repetidas. Como quien envía un mensaje hot a su futura pareja sexual antes de buscarla para ir al telo, le escribí al ferretero: “Conseguí más figus de las que no tenés”, acompañado de un emoji de guiño de ojo.

La caminata a la Ferretería fue a ritmo turista. Como cuando habían llamado a tus viejos en la secundaria por alguna cagada que te mandaste y estirabas el regreso a casa. Imaginaba la apariencia de Federico y el diálogo que entablaríamos. Lo grafiqué como un buen tipo. Simpático. Posiblemente con alguna dificultad fonoaudiológica. Tal vez ceceoso. Seguramente votó a Cornejo y estaba en contra de la despenalización del aborto, pero no discutiría por ello. Ni siquiera lo traería a colación. Calculé que tendría una deuda con el fisco menor a los diez mil pesos. Responsable Inscripto. Gran asador. Detestaba las mollejas. Casado, una hija. En la repartija de tareas domésticas se quedó con el lavado de platos y el lampazeo general. Desprolijo en su escritura, pero con una excelente ortografía. Fumador de cannabis los fines de semana. Para él, la pizza de Capri no es ni por asomo la más rica de Mendoza.

Al arribar al negocio no hizo falta presentarme. Sonrió y me invitó a pasar. Sus palabras sonaron amables. Fiel a mi costumbre, enuncié un “chistonto” para romper el hielo. Se rió de compromiso. Mientras extraía las figuritas de mi mochila compartimos un ida y vuelta amistoso. Coincidimos en análisis futboleros y nos burlamos de nuestra condición de “jovatos juntadores de figuritas”.

Para impresionarlo e intentar disimular mi infantilidad, le solicité un enchufe doble para embutir. Esa estúpida necesidad de querer emanar masculinidad. Me lo cobró al precio de venta, sin descuento.

Sin más, procedimos al cambio. Le entregué las tres figuritas que le ofrecí por WhatsApp y le cedí el montón con las nuevas repetidas. De las suyas descubrí veinte jugadores que me hacían falta. Él separó diecisiete adicionales de las mías, entre ellas el escudo de Marruecos, la número 140. Veinte mías por veinte de él. Parecía justo, pero no me cerraba del todo.

Sentí lo mismo que en época escolar cuando hacías cola en el kiosco para comprar una “gallinita” y un desafectivo alumno de un curso superior se posicionaba delante tuyo, simulando no haberte visto. Sabés que te están caminando, pero no exactamente la ley, que te ampara.

El tema era el escudo… El único que tenía repetido. Lo miré con desconfianza. Mis amigos me habían alertado que los escudos eran más difíciles que los jugadores. Sin embargo, teniendo en cuenta mi condición de acreedor de figuritas sin gasto, lo tomé como un tema menor. En definitiva estaba ayudando a una persona que se hallaba en situación similar a la mía y me había caído bien.

Nos despedimos con un afectuoso abrazo y una promesa de reencuentro en el futuro. Me retiré más que conforme.

Camino a casa, a unas tres cuadras de la ferretería, revisé el grupo de las Figuritas. Advertí que Federico había publicado una lista actualizada de sus faltantes y repetidas, con las modificaciones pertinentes tras nuestra transacción. Se me infló el pecho al reconocer que ese mensaje llevaba mi sello; mi marca.

Sin embargo, percibí un detalle que despertó un sentimiento de bronca e inseguridad. Me sentí desnudo. Avergonzado. Lesionado en mi buena fe. Estafado. La gente que circulaba a mi lado se reía y me señalaba; o eso me pareció.

Federico, el ferretero, había agregado entre sus repetidas la 140. El escudo de Marruecos. El que le cedí por cariño, para colaborar con su causa.

“Me cagó, este hijo de mil puta me cagó”, refunfuñé. Lagrimeé de impotencia. Una vez más me vi como un infante, pero en esta oportunidad no fue por retomar un hobby de púber. Más bien fue como cuando sentía que un adulto era injusto conmigo por ser menor.

Llegué a casa enojado. Mi esposa me preguntó si me pasaba algo. Respondí que estaba cansado. Y que compré un enchufe para embutir así cambiábamos el que no andaba de la habitación. El álbum quedó en la mochila y las figuritas nuevas sin pegar.

Prendí la tele y puse el noticiero, mientras miraba el resumen de la tarjeta de crédito y diseñaba un plan para abonar la exagerada factura de gas. Mi hijo me pidió comprar gaseosa para la cena y se lo negué. Tomamos café e hicimos el amor. Leí unas páginas del libro y apagué la luz. Antes de dormirme puteé. A Macri, a la AFIP, a Sampaoli, a los marroquíes, a la adultez y, fundamentalmente, a los ferreteros.

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