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Ser chancleta

Con toda la temática de las olimpíadas me puse a pensar en el porqué de querer mirar a cientos de audaces y musculosos atletas hacer cosas inimaginables mientras yo soy tan queso para todo lo que sea deporte o ejercicio. Después de darle vueltas en mi cabeza me di cuenta que la verdadera razón está basada en un masoquismo que hasta hoy en día no logro arreglar, porque aunque intente con todas mis fuerzas siempre voy a ser lo mismo: una chancleta.

Para los que quizás no cachen, chancleta es porque indefectiblemente no sirvo para ningún deporte. Nunca voy a poder saltar una valla sin terminar saboreando el piso; nunca voy  a poder correr cien metros sin sufrir una embolia pulmonar a los diez metros; nunca voy a parecer una princesa recién salida del agua haciendo gimnasia y manteniendo la sonrisa sin parecer el guasón ahogándose. Nunca voy a poder y nunca pude.

Todas mis experiencias deportivas fueron un fracaso. Por ejemplo:

Ciclismo: tres añitos y me hice de mi primer triciclo posta, de esos de caño y no de plastiquito como los de ahora, me quedé solangui con mi bobe cuidándome y unos minutos después de practicar con mi nuevo vehículo me encontré con una puerta de vidrio que nunca había visto antes. El resultado es fácil de predecir: tres puntos en la frente y una abuela desesperada. Unos quince años después la historia se repetía pero con cuatro ruedas y frente a una pared.

Gimnasia artística: Mis padres estaban desesperados, siete años y no sabía hacer absolutamente nada. Decidieron probar con algo típico de las chicas, me imaginaron bailando con el firulete de tela rodeándome y dando volteretas por una colchoneta. La realidad es que 5 meses de gimnasia y no había aprendido a hacer ni la vertical ni la vuelta carnera. Lo único que me salía era la vuelta carnera para atrás. Supongo que una explicación era que mi peso corporal no era de gimnasta y mi figura era más parecida a un barril con patas que cualquier otra cosa. Un barril solo gira de costado…

Gimnasia escolar: Siempre fue una mala opción. No sólo tenía problemas con la gimnasia en sí sino también con la profesora, a la que le veía una cara de Cruela de Vil tremenda. Primer año de la primaria y ya me había fracturado el dedo meñique de la mano izquierda…al bajar la escalera para ir a la clase. Nunca aprendí las canciones de saltar la soga y siempre me ofrecía para girarla. Cuando jugábamos a algún deporte siempre terminaba de arquera, porque la coordinación mano-pelota nunca apareció en mis genes; e incluso años después una simple prueba de resistencia hacía que mi calendario se llenara de “días próximos al día final”. Ese día no desayunaba ni almorzaba para aligerar el poco peso que podía y que la tarea fuera menos dura. Lo mismo con los abdominales, flexiones y demás, la tortura siempre estaba presente en mis clases de gimnasia. El mismo día y a la misma hora de siempre.

Danza: Practiqué salsa unos añitos, principalmente por el simple hecho de que quedaba justo en la casa de enfrente a la mía. Al parecer atinaba un poquito más con el baile y mi poca coordinación se perdía entre la muchedumbre arriba del escenario en esas presentaciones infantiles tan odiadas. Aún así no atinaba, y en cuanto mi profesora cerró el negocio, yo cerré mis esperanzas de “bailar por sueño”.

Karate, aerobic, árabe, pesas, natación, spinning, stretching y toda cosa loca que se les ocurra. Nunca pude con nada, y cuando estaba por rendirme y dedicarme al sedentarismo extremo y a la expansión intelectual plena, llegó “pilates en camilla”. Caí de casualidad y me quedé para siempre. ¿Y saben que es lo mejor de todo? ¡Que hacés ejercicio sentada o acostada durante toda la clase!

 Así que bueno, si alguno de ustedes es tan chancleta como yo ya saben…nunca dejen de tratar y no se pierdan los juegos, quizás encuentren algo útil en ese masoquismo que los haga levantarse del sillón. 

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