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Típicos e insoportables clientes

El laburo frente al público parece algo fácil para el buen comprador que va, compra sus cuestiones, y se retira dejando sana la integridad mental del que atiende y de los que esperan ser atendidos.

Kiosko, minimarket, tienda de ropa, fotocopiadora o negocio de gomas de borrar, todo, pero todo, requiere de una increíble paciencia, y más cuando te encontrás con clientolotudos como estos:

El/la que te cuenta la vida: La doña o el don se creen que están con ese amigo que no ven desde la prehistoria, por lo tanto, de una simple cajita de fósforos que pasaron a comprar porque se les acabo el encendedor de la cocina, te cuentan que justo lo necesitan porque ese día van a comer el hijo que es médico recibido en Harvard, la hija que es estrella de novela de las 3 de la tarde, los nietos que uno ya sabe caminar solito, el otro que es un divino que le pinta un Picasso a todos los pobres infelices dueños de casa que se encuentra a su paso, la nietita que quiere ser modelo y se anda sacando fotos en el baño, la porota, el poroto… en fin. Para este punto, el que atiende no sólo se quedó sordo y reprime con todas sus fuerzas un poco amable “¡¿Y a mí qué me calienta?!”,  sino que los que están esperando ya le desearon la muerte de 100 maneras distintas al parlantito atendido.

El/ la indeciso/a: Ese ser tan molestamente detestable que te hace que agarrés una cosa, para automáticamente pedirte otra que casi siempre está en la otra punta, y así sucesivamente hasta que ve que tenés medio negocio en el mostrador, para decirte que quería la primera opción. O, en el peor de los casos, el cual yo considero merecedor de una muerte inmediata y dolorosa, te dice: “No dejá, no estoy seguro de qué llevar, así que doy una vuelta y vuelvo” Y en ese momento esperás que lo pise un camión.

La familia feliz: No conocen la calesita del parque, los columpios o por lo menos los jueguitos de la placita de la esquina de la casa. No, ellos consideran como salida de familia ir a tu negocio. Te encontrás de entrada con dos padres totalmente tranquilos que dicen con tono de siesta: “Nene, nene, quietito”; o mi versión favorita, los histéricos que les gritan a los hijos como si vos no estuvieras ahí parado con cara de poker detrás del mostrador. Después, como piedra que cae a romperte la cosecha del año, tenés a los adorables hijitos que caen a romperte las pelotas y te dejan el negocio patas para arriba, mientras vos los mirás con cara de seriedad, pero pensando “¿Quién se queja de que los vendan afuera del país?”.

Los niños: Mencionados antes, estas pequeñas criaturitas del demonio se merecen su propia clasificación. Tenés los divinos que te inspiran incluso a regalarles un caramelito (si te sobra). También están los que te rompen todo con buena onda (que esos los querés matar). Los que te rompen todo con mala onda (que antes de matarlos querés torturarlos). Y mis favoritos ahora que escribo, pero no cuando me tocó atenderlos, el “cara de poto” que cuando lo saludás con cara de simpático, no te devuelven el saludo y te miran con cara de puchero de ano. Y, como no podés caer tan bajo de pelear con algo tan chiquito, largás un falso “Ay que bonito/a”.

Los que no te entienden: Sea el viejito que se olvidó los lentes de lectura, la abuelita medio sorda o el extranjero que sabe decir hola y chau, estos personajes te pueden hacer llegar a pensar que tenés las habilidades comunicativas de una papa cuando ya pasaron 10 minutos y todavía estás repitiendo el precio de la gaseosa cambiando el tono, sinónimo o movimiento de manos. Pero ojo, que en estos caen también los que realmente no te entienden pero por mérito propio, como una clienta chilena que me cayó al minimarket una tarde y no  podía contar monedas diciendo que no entendía los números que usábamos en este país. Que yo sepa, acá y en Afganistán 25+25 son 50.

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