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El Fulbo, mi Pasión

Es realmente una bendición divina vivir en un país donde el deporte masivo por excelencia es el fútbol. Cada día cuando me levanto agradezco a todos los creadores de todas las religiones haberme permitido nacer en un lugar donde el fútbol es el eje social y deportivo del 99% de las familias. No hay laburo donde las mejores discusiones no giren en torno a esto. Ni mejores gastadas que las que se hacen al simpatizante que perdió el domingo anterior.

Como todos saben, este deporte no trae más que alegrías, salud, hasta crecemos como personas gracias a él. Y si piensan que exagero, piensen por un momento que la sociedad es mejor los días que hay muchos partidos, como ser los domingos. Tanto mejor somos que nos hacen falta menos policías en las calles. Pero no tres o cuatro, sino miles de policías menos. Pero estos policías como buenos argentinos, quieren ver los partidos, entonces se van a las canchas y los miran desde lugares privilegiados, entre el público y la gente.

Por eso, durante los días de partidos, uno puede andar tranquilo por la calle, según dicen porque los posibles malvivientes están todos en la cancha, junto con los policías, hinchando por su equipo preferido. Ese día los “natalia» se toman franco, se olvidan de la rivalidad del resto de la semana y se abrazan con el primer “gorra” que encuentran ante un gol que les dé el triunfo. Realmente da gusto verlos.

Claro que no siempre es así, y en algunos partidos surgen diferencias de opinión, generalmente entre “natalias”, que derivan en hermosas batallas, como las de Gladiador pero de verdad verdadera, con sangre y todo. Se compartenfierrazos, palos, patadas, y cuando no hasta algún corchazo. Y la yuta no se queda atrás, manda gases, balas (de goma eh!), escudos y botas para todos y todas.

Todo termina pacíficamente cuando los muchachos salen a la calle y prenden fuego un par de autos, levantan todas las baldosas flojas (con una evidente intención de limpiar de escombros las veredas) y las revolean al grupo contrario, ya sea la otra hinchada o la cana. Una vez que se sacan algo de la calentura, vuelven a sus casas, se maman y si son del equipo que perdió el partido, le pegan una buena murra a sus respectivas mujeres, con una fe ciega en que eso es lo que se merecen, por yeguas. Hay pocas cosas más relajantes para un hincha desilusionado que encontrar un lomo donde fajar unos buenos cinturonazos.

Algunos hinchas hasta terminan en algún sanatorio o centro de salud con algún sustito del cuore, porque el bobo no aguanta mil campeonatos con desilusión, y con los años se van sintiendo los achaques.

Y los señores policías, quienes reciben sendos sueldos que les permitirían descansar tranquilamente los fines de semana, sumado a que nunca hacen horas extras, ni turnos de 24 horas, ni adicionales en instituciones privadas como bancos, financieras, o boliches, hasta se dan el lujo de ir al partido. Como las horas de trabajo en la semana no son para nada desgastantes, pueden tranquilamente ir a estar parados 5 o 6 horas en un partido, donde suele haber serias posibilidades de que deban demostrar sus habilidades antimotines.

Entre tanto, para completar el cuadro, tenemos a los dirigentes de los clubes. Si alguien le hace bien a este hermoso espectáculo son estas personas desinteresadas, con un verdadero sentido social en sus vidas. Hacen todo por el próximo. Ojo, no por el prójimo, sino por el próximo, el próximo tongo que van a cerrar en algún pase, el próximo apriete que van a permitir, o el próximo partido que van a arreglar. Son tan sociales que desarrollan vínculos fraternos con la creme de la creme de los hinchas, ese grupo selecto, ultra fanático que son los barras, todos unos talibanes de la hinchada. Estos muchachos son tan devotos por su clu’ que custodian como guardias pretorianos los alrededores de la cancha los días del partido, y cuidan todos los autos de los simpatizantes que llegan, sean del equipo que sean, a todos. Ellos los cuidan. Como buenos anfitriones, uno va con su auto, se baja y el buen barra le dice a uno “no se haga problema amigo, Yo, se lo cuido.” Y uno se va al estadio tranquilo, el barra está ahí controlando que no le pase nada al tutú.

Son tan fanáticos los barras, que hasta organizan operaciones pseudo-bélicas para lograr el mayor tesoro al que pueden aspirar: los trapos de la hinchada contraria. ¿Qué puede tener más valor que un trapo pintado por la otra hinchada?¿Eh? ¿Eh? Y dependiendo de los trapos que vayan consiguiendo van escalando en la estructura jerárquica de la barra, hasta llegar a capo máximo, que es el más social de todos. Este muchacho coordina los micros, consigue choripanes, dice dónde se para cada uno en la tribuna, y hasta tiene contactos directos con funcionarios del gobierno para que todo salga según lo planeado.

Claro que nunca falta el anti-todo que cree que este circo hermoso y fecundo del fútbol no es lo mejor que nos ha pasado. Gente de mente corta que propone cosas como meter a todas las hinchadas en las tribunas, tirarles armas, cuchillos, palos y cerrar las puertas, volviendo a abrirlas cuando cesen las hostilidades. Gente que cree que los policías podrían hacer otra cosa los domingos, como descansar, estar con sus familias, todo esto permitido por cobrar un salario que lo contemple. Y si les toca laburar, que laburen en la calle, cuidando a esa minoría ínfima que integra la gente que no va a la cancha. Hasta el Inadi se podría fijar un poquito en esa minoría algún día.

Pero esos mente corta no entienden nada, no entienden ese folklore, ese olor a chori, no entienden lo que es ir en el bondi con los muchachos gritando canciones milenarias del clú’, no saben lo que es la pasión. ¿Qué es la vida sin pasión?.¿Qué pasión más grande puede haber que el amor por el club de nuestros amores, por esa camiseta que vale más que las vidas de los que han caído en su nombre, y de los que caerán?.

Como buen apasionado, yo no sé quién inventó el fútbol ni me interesa, ni quién lo convirtió en el deporte realmente nacional en mi país, pero no puedo más que agradecerle de pie, sacando pecho, hasta lo más profundo de mi vetusto ser.

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