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El Mendocino es un auténtico amarrete

En estos tiempos de inestabilidad económica, de especulación cambiaria e inflación desmedida, el dinero se ha vuelto un tema recurrente de conversación en cada grupo de amigos o charla de familia. Y no es menor destacar que el NYC (nacido y criado) mendocino tiene una especial atención en cuanto a cuestiones monetarias se refiere, especialmente al momento de gastarla. Veamos algunos casos puntuales.

Paladar de Caviar y Bolsillo de Mortadela: El mendocino tiene esa molesta costumbre de exigir productos y atención Premium y al mismo tiempo abonarlos a precios populares. Por eso es que nada funciona en esta bendita provincia. Si hasta las pruebas más exigentes de mercadeo se vienen a hacer acá para probar los productos antes de lanzarlos. Les gusta entrar a los sectores VIP, pero se toman la cerveza más barata entre 3. Les gusta vestir primeras marcas, pero las adquieren revolviendo en Outlets. Avaros.

El hacerse el choto: Por supuesto que una característica fundamental del coprovinciano promedio, es hacerse el dolobu para garpar, cada vez que puede. Uno se puede cansar de escuchar al clásico amigo que pasó por todos los cajeros del camino y ninguno tenía plata; el que nunca tiene cambio y te lo paga después; el que te pide que lo banques hasta principio de mes que seguro cobra; el que se olvidó la billetera y personalmente mi favorito; el que te pide un monto de guita que no es suficientemente poco para olvidarte, ni sustancialmente tanto como para cobrárselo. Y si llegás a reclamárselo después, encima te tilda de ratón. Chapeau!  Mezquinos.

Paquetes venidos a menos: Nada define mejor a nuestra provincia, que el patricio mendocino de triple apellido que tuvo a su abuelito fundador de bodega o terrateniente y caído posteriormente en desgracia económica, por las pésimas administraciones de los vagos inútiles de sus descendientes. ¡Qué gente particular! Sienten que con solo citar su apellido, debiera llover champagne por los aires y no pueden ni siquiera pagar la octava hipoteca de la casa de Chacras de Coria que recibieron de herencia, ni menos aún pagar el seguro de la rural importada de los ’90 que les quedó como restos de un pasado esplendor. Lauchas inmundas.

El amigo del amigo y las entradas de garrón: Todos en Mendoza tienen un amigo que conoce al de la puerta, o al dueño o al fantasma del RR.PP. ya sea de un boliche o una fiesta o un evento, etc. Y por supuesto les exigen entrar gratis, sin hacer cola, estacionar en la puerta, que les miren el auto y tragos de cortesía a cargo de la casa. Es increíble, es casi como que se sintieran estrellas de Hollywood. ¡Si naciste en Dorrego por el amor de Jesucristo! De pagar, ni hablar… Miserables.

Dividimos la cuenta: Qué costumbre tan deleznable es la de que al momento de pagar lo consumido entre un numeroso grupo de amigos, comienza el peritaje contable para determinar con exactitud el monto preciso que deberá afrontar cada uno de los comensales. No vaya a ser cosa que al dividir el total, alguien ponga 10 pesos de más. Y comienzan los descargos de los más asquerosos: El que dice que no tomó alcohol; el que jura que no comió entrada; el que garantiza que su cerveza estaba en 2×1; el que se tiene que ir antes y deja menos guita; el que no come achuras, etc. Al final nunca cierra la cuenta y todos aseguran que pusieron lo que correspondía. Y mejor ni hablar de las propinas. Roñosos.

Las Promociones: En esta Provincia la gente no está acostumbrada a pagar regularmente lo que consume. Nadie compra sino paga con la tarjeta que tiene descuento ese día, el lote lo sacan con el plan Procrear, los vehículos con el  Procreauto, los víveres obviamente con los precios cuidados, se pierden medio Domingo haciendo cola para cargar nafta, piden fiado en el almacén del barrio y por supuesto todo lo pagan en interminables cuotas. Solo salen a comer y hacen escapadas, cuando enganchan un cupón de descuento. Tacaños.

Paso después, no me cuenten para comer: Estrategia mortal que tiene la sanguijuela local para poder juntarse con sus amigos a darse un gran banquete, chupar a diestra y siniestra y no poner un cobre para ello. El tipo tiene el timing perfectamente calculado para caer sin que lo cuenten para las compras y una vez que la manada está terminando de comer y ya dividieron las cuentas, se alimenta de las sobras del asado y bebe de arriba lo que sus amigos comparten amablemente. Y por supuesto si había que llevar una botella de vino por pera, se escuda en que no pasó por su casa para buscar una, como si no se pudiera comprar vino en todas las esquinas de Mendoza. Rémoras.

Los regalos: Otro momento cúlmine en el que se puede detectar la “ratitud” del sujeto nacido en el centro de Cuyo, es al momento de enfrentar un cumpleaños, bautismo, o cualquier festejo que amerite regalo. Los tipos, a los que ya se les nota que no comen desde el desayuno para morfarse y chuparse todo en el mentado ágape, al parecer justo ese día estuvieron a full y no pudieron pasar a comprar el regalo, por lo que prometen por todos sus ancestros que lo van a acercar entre semana, al tiempo que el acostumbrado festejador con mirada desesperanzada intenta poner cara de creerles. Dos mangos aparte los que te invitan al cumple y te cobran. Esos merecen no recibir ni un calcetín. Agarrados.

Pero así es nuestra agraciada Provincia. Quienes más tienen, más asco dan. El mendocino es tan chato que se dedica a ensalzar y poner en pedestales a grandes corruptos que se entongan con el poder y no pagan nada, estafando a todos los contribuyentes. Los mismos que deben  y evaden millones de pesos en impuestos y caminan orgullosos por la calle. De ahí para abajo imagínense.

Un reconocido empresario local una vez me dijo: “Hay que cuidar los centavos, los millones se cuidan solos”. Y sin dudas esa es su mentalidad. Pasarse la vida contando las monedas, para ver que no falte ni un centavo y así poder acrecentar cada vez más y más su riqueza. Porque como reza el popular dicho: “el ahorro es la base de la fortuna”.

Al final creo que el que se pasa midiendo todo con la vara del dinero, volviéndose loco para gastar lo menos posible y se siente un capo que se aprovecha del sistema, termina siendo su peor esclavo.

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