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La Loca Historia de Juan

Era una helada mañana mendocina, en el cuarto de una humilde morada guaymallina, un 22 de Julio de 1966 cuando Juan se presentaba formalmente a este mundo. Yolanda Lloret, su madre soltera, esperaba segura una niña, para nombrarla María Eva, como a quien ella consideraba la mujer modelo argentina: la ex primera dama y reformista social del país, Eva Perón. Ante la ausencia premeditada de un nombre masculino, Yolanda eligió para su primogénito el primero que desfiló por su mente y uno bastante “simplón”, que marcaría el resto de sus días: JUAN.

La infancia de Juancito Lloret (adoptó el apellido de su madre, al desconocer el de su padre) fue austera económicamente y extremadamente dura socialmente. Teniendo que salir a laburar a una temprana edad para poder ayudar a su mamá, era entendible que el púber omitiera la educación escolar a la temprana edad de 6 años. La calle sería su escuela y el lugar donde aprendería a sobrellevar la vida.

No obstante esta situación, el pequeño Juan supo manejarse en ese oscuro mundo con mucho criterio, motivado en gran parte por los consejos de su sabia madre. Ante sus ojos desfilaban a modo diario todo tipo de drogas, malandras, malvivientes, ladrones, matones, dealers, etc., quienes hubieran podido desdoblar al más fuerte de los humanos, pero que el chico supo mantener siempre a un costado. Su elección ya estaba hecha, y era la de ser famoso para poder ayudar a su vieja, pero siguiendo un camino de honestidad y (quizás) sacrificio, aún sin tener muy en claro el “cómo”.

Pero no fue hasta los 10 años que conoció el fútbol y todo empezó a esclarecerse. Fue a la salida de su trabajo en la panadería “Factura A” S.R.L. Don Harinetti, su dueño, era un acérrimo simpatizante del Atlético Argentino y una especie de protector del bueno de Juan. El hombre lo esperaba en la puerta del local decidido en llevar ese día al niño a ver al “Boli” versus All Boys de La Pampa, en un partido correspondiente a la cuarta etapa del Torneo Regional clasificatoria al Nacional 1976. El 3 – 1 a favor del local fue un dato menor para Juan, ya que lo que realmente llamó la atención del pibe fue la magia del juego y la admiración de los hinchas para con los jugadores, quienes oían corear sus nombres por los cuatro costados del estadio. Ya no había vuelta atrás, Juan había escogido su futuro…

Los días siguientes al partido fueron especiales para Juan. El muchacho estaba empecinado en aprender las técnicas del deporte del balónpie, pateando un pan duro contra una pared intentando imitar a quienes hubiera visto en vivo y en directo. No se sabe si fue por compasión o porque realmente vio condiciones en el niño, pero Don Harinetti movió sus contactos en el club para poder incluir a Juancito en los entrenamientos de las infantiles del Boli, responsabilizándose él en trasladar al infante luego de que terminara su jornada laboral, y después de esto, a la casa de su madre, que dicho sea de paso, fue un hueso duro de roer a la hora de convencerla sobre el nuevo hobbie de su hijo, alegando que eso no era para él.

Desde sus inicios como futbolista, la carrera de Juan se destacó por ser de un nivel ascendente realmente marcado. No tuvo inconvenientes en aprender los secretos del deporte y en adquirir habilidades dignas de los más grandes. Una vez establecido como Wing derecho, fue figura en todas las divisiones inferiores del Atlético y los comentarios empezaban a aflorar en todos los rincones de San José primero, y del resto de Mendoza después. Es por esta razón que no extrañó verlo debutar en la primera del Boli a los 17 años, en un match contra el clásico rival, Guaymallén.

El partido era jugado con nerviosismo y estaba cerrado como un cielo mendocino post- viento zonda. El ingreso de Juan despertó a los seguidores de Argentino y quien ese día usara la número 15 les dio la razón, dos asistencias y un gol en sólo 20 minutos.

Luego de 8 años gloriosos en el fútbol mendocino, con una transferencia a Gimnasia y obteniendo los títulos de Liga con El Lobo en el 86´ y en el 91´, llegaría su pase al fútbol grande de Bs As. El club encargado de cobijarlo fue Velez Sarsfield.

Sus comienzos en el Fortín fueron increíbles, en los entrenamientos hacía maravillas y cuando le tocaba jugar en Reserva simplemente la rompía. La prensa llenaba hojas con artículos que hablaban de la nueva promesa mendocina. Hasta que llegó el día tan esperado. Fue un jueves después de la práctica, cuando el técnico lo llamó para hablar a solas. Juan intuía las intenciones del entrenador y sus vaticinios fueron correctos. Le tocaría debutar en primera nada más y nada menos que contra Racing Club en Avellaneda.

En los días previos al debut, la ansiedad y los nervios le carcomían el cerebro. Imaginaba y soñaba con jugadas que lo transformarían en ídolo de la hinchada de Liniers y gritarían su nombre al unísono, tal como lo había visto en la cancha del Boli esa lejana tarde mendocina con su ex patrón. En la calle los seguidores lo alentaban y le daban toda su confianza. No podía haber ser humano más feliz en la faz de la Tierra.

El día del partido no empezó como esperaba. Se levantó tarde y lo tuvieron que esperar hasta último momento. Los nervios le habían provocado una pequeña diarrea, por lo que debía acudir puntualmente al baño cada 12 minutos. Cuando bajó del micro que los trasladó al estadio de Racing se pegó un porrazo tremendo, lo que provocó un mínimo desviamiento de su ojo derecho. Los médicos del club le aconsejaron que se fuera hacer ver de inmediato, pero Juan se negó rotundamente. Nada lo haría perderse ese encuentro.

Con un ojo emparchado salió a la cancha decidido a demostrar su talento. Ya la emoción había borrado los malos ratos y la diarrea parecía haber cesado, aunque de vez en cuando se escapaba algún gas rebelde que provocaba el insulto del compañero más cercano. El pitazo inicial lo encontró desprevenido y perdió el primer balón, producto de un quite a tiempo de Zaccanti. A medida que pasaban los minutos, Juan se iba acomodando en su posición y de a poco mostraba garrafas de su magia, que despertaban gestos de admiración en los plateístas locales.

Pero fue el minuto 22 el que lo marcaría para siempre. Tomó el balón en mitad de cancha y encaró en dirección al arco rival. Eludió tres rivales en un solo movimiento y luego de quitarse a Zaccanti de encima, quedaba mano a mano con el portero académico. Con un gesto técnico sutil, esquivó la salida del “1” y en el momento en que iba a definir la jugada, sintió como desde atrás Abelardo Vallejos, duro defensor de Racing, le trituraba su pierna hábil en 73 pedazos, producto de un planchazo medido.

Tras someterse a la operación y luego de recibir la noticia de que no podría pisar más una cancha de Fútbol y que su ojo se había desviado por completo, retornó a Mendoza en 1994. El dinero que había ahorrado jugando, se fue en un par de meses en alcohol, cigarros, y mujeres. Pasados un par de años nadie tuvo más noticias de Juan. Se supo que había vuelto a la calle y su cabeza ya no era la misma.

Hoy se lo puede encontrar en diferentes actos políticos o movilizaciones por distintas causas, también se lo ha visto dirigiendo el tránsito en el centro de la Ciudad con un casco blanco en la cabeza o caminando por la peatonal hablando maravillas de su madre, dejando pocos rastros de lo que fue en su época dorada.

Pero hubo un ítem que el destino sí le cumplió, y fue su sueño de chico de ser famoso. Porque hay algo que es seguro, no hay un mendocino que no conozca al Loco Juan.

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