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Para los hinchas de La Lepra: “El abrazo de gol”

Son las 4 de la tarde de un domingo cualquiera en Mendoza, de esos típicos domingos donde no sucede nada. Marcos se acerca a la cama de hospital donde está su mujer, y le toma la mano con suavidad. Ella pone su otra mano en la panza de 9 meses, y susurra:

– No te podés ir ahora

Marcos hace una mueca, y dice – Vos no entendés, hoy nos jugamos la vida…

Para él no es un domingo más. Para él ni para ningún hincha de Independiente Rivadavia, por que el Azul se juega, después de tantos años, la chance de jugar en Primera. Marcos besa a su esposa y se va de la habitación, baja los dos pisos que lo separan de la calle, y corre como un loco por calle Colón, con el corazón latiendo a mil, y se sube al primer bondi que lo lleva al parque, donde también viajan algunas camisetas como la suya, y divisa algunos rostros ansiosos, pero embargados por la misma emoción que siente él.

No está de más decir que la Lepra necesita ganarle a San Martín de Tucumán para lograr el ascenso, ya que ahí a un punto, lo acecha Argentinos, que juega a la misma hora en La Paternal. Pero quién le puede quitar la ilusión a los hinchas, que copan el Gargantini y alientan como si fuera el último día. El estadio es un hervidero, no entra un alma más, y la gente pide que dejen la vida por los colores.

Marcos se sienta donde siempre, al lado de Don Osorio, a quien saluda con un abrazo, y luego se acomoda en su sitio, y se mete la radio al oído para escuchar lo que pasa con el Bicho en la Paternal.

Independiente sale a la cancha y el estadio se cae abajo con el aliento de la gente, que no piensa en otra cosa que en jugar en primera. Al mismo tiempo, arranca el partido en cancha de Argentinos, que también se juega lo suyo. El partido arranca trabado, con mucho nerviosismo, y la Lepra cometiendo errores en defensa que hacen detener el corazón a más de uno.

A los 30′, los que siguen el partido por radio alertan a los demás que el Bicho se pone 1-0 arriba con un golazo de tiro libre de Pisculichi, y los nervios parecen trasladarse al campo, porque el medio de Independiente hace agua y en una salida errónea casi se pone arriba el visitante.

Marcos mira su celular y ruega para que termine el primer tiempo, mientras se rompe la garganta alentando. Terminan los primeros 45 en ambas canchas, y el entretiempo es un mar de incertidumbres.

Mientras tanto en el hospital, una nueva vida comienza a hacer fuerza para salir a la cancha, y las contracciones suceden con más fuerza. El segundo tiempo arranca y el trámite del partido en el parque sigue igual: la Lepra comete muchos errores en defensa, no consigue tener la pelota, y San Martín controla el partido.

El partido promedia los 25′ y otro gol del Bicho llena el estadio de miedo. Los minutos pasan e Independiente va al frente buscando la victoria. Hasta que el celular de Marcos suena…

– Marcos, soy Lucas, tu hermano. Ya nació…

Y a Marcos se le viene el mundo encima… Deja el estadio y se pierde, quizás, uno de los grandes momentos de la historia de su amado club. Su cabeza es un caos, pierde el sentido de la realidad, aún cuando la Lepra estrella un tiro en el palo que hace tremar al Gargantini. Se para de su butaca, y comienza a correr desesperadamente, ante la mirada de todos que no pueden creer que alguien consiga irse en este momento.

Marcos sale desde estadio, y cuando lleva corridas dos cuadras y se frena con el corazón en la boca, escucha un estadio enfervorizado gritar el gol que lleva a la Lepra a la primera división, y aunque siente que está dejando pasar la historia, para un taxi y se dirige al hospital.

Entra corriendo y gambetea varias enfermeras hasta llegar al cuarto, y encuentra a varios familiares que lo reciben como un ídolo, y los abrazos parecen emular a aquel que recibe el goleador en la cancha. Hay lágrimas de emoción, hay risas, hay festejo. Y ahí nomás se abre la puerta, y Marcos corre como un loco a abrazar a Azul, su hija, quizás el gol más importante que se esté festejando en cualquier lugar del mundo.

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