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Recitales gratuitos: el que invierte siempre pierde

La música está cubierta por un estado de rebeldía, libertinaje, osadía y apertura mental que suele replicarse en cada uno de los ámbitos que la misma recorre. Con esto voy a que todo lo que roce la música y al músico (solista o banda), de no estar bajo ese mismo velo, es despreciado y subestimado por todos los personajes que participan en el hermoso arte de hacer y escuchar música. Es así que, por ejemplo, defenestramos a las disquerías por hacer “un negocio” con la música, a las marcas de ropa por “lucrar” con una banda, transformándola en una etiqueta, o a las emisoras de radio por pasar música solo “cuando garpa”. Lo gracioso es que olvidamos que, tarde o temprano, el músico necesita ganar guita para vivir y para continuar haciendo lo suyo, como cualquier persona. Incluso llega un punto que el gusto por el “vil metal” sobrepasa la genialidad y la pasión por tocar, pero ese es tema de otra nota.

El fin de esta nota es comentar sobre un nuevo “participante”, por decirlo de algún modo, de este circuito que implica la música que, si bien no es detestado por el público, padece de un enemigo mucho más poderoso y despiadado. Estos nuevos participantes son los empresarios privados que invierten en traer shows a Mendoza. Partiendo del principio de que cualquier emprendedor busca una recompensa y cuando el emprendedor se desenvuelve en empresas busca ganar guita, quién invierte en la música en Mendoza, muchas veces va derecho a la quiebra por culpa de ese “enemigo”, estamos hablando del Estado, queridos lectores.

No quiero que se confunda mi postura, pero hay que decir las cosas por su nombre. El empresario privado tiene que invertir en un espacio, espacio que además de ser grande, debe tener todos los requisitos necesarios para lograr ser habilitado. Desde lo básico, como baños, instalaciones acordes, matafuegos, vías de escape y asistencia médica, hasta otros más complejos (y caros) como sistemas de acústica, sistemas de contingencia ante catástrofes, personal calificado y especializado en materia de seguridad y logística. Según averiguamos, el metro cuadrado de construcción de un lugar donde una banda pueda tocar sin problemas ronda los $6.000 pesos, un espacio módico debe ser de al menos 700 metros, eso significa que si queremos hacer un modesto teatro de ese espacio mínimo, nos saldría al día de la fecha unos $4.200.000, no nos olvidemos del terreno, que puede costar desde $400.000 a $2.000.000 dependiendo su cercanía al centro. Entre esa inversión, las habilitaciones municipales, el diseño y construcción del local y los gastos básicos para dejar todo listo, la inversión inicial puede ascender hasta los 8 o 10 millones de pesos. Estamos hablando de costos iniciales, a eso hay que sumarle una batería de costos fijos y variables sumamente drásticos, que implican personal, impuestos, honorarios y toda la materia prima para producir alimentos y bebidas dentro del lugar entre varias cosas más, los cuales parten de $35.000 mensuales, dependiendo del tamaño del lugar. Y nos estamos olvidando de lo más importante: el caché de los artistas.

Este punto particular es el neurálgico de la problemática y es acá donde aparece el Estado a complicarles las cosas a los empresarios privados. Los músicos tienen managers y los managers no son boludos, saben que el Estado paga mal (en tiempo), pero paga más, pueden pedirle y tarde o temprano cobran, además saben que el Estado hace campaña con esto y para hacer campaña siempre hay plata, es por ello que los cachés muchas veces hasta triplican su precio habitual. Entonces, si nos ponemos en el lugar del músico, lógicamente es mejor ganar el triple por el mismo toque, encima se aseguran una buena cantidad de público. Si nos ponemos en el lugar de la gente, es muchísimo mejor no garpar un peso o llevar un alimento no perecedero sacado de casa que pagar una entrada. Como Estado la guita les sobra, es mucho más redituable para la chapa y votos hacer un fomento virtual a la cultura trayendo una banda que, por ejemplo, invertir en más espacios donde desempeñar el arte, donde estudiarlo, espacios tanto públicos como privados.

¿Y quién piensa en los mendocinos que invierten en Mendoza? ¿Quién piensa en los empresarios que intentan traer cultura a la provincia? ¿Quién les da créditos o subsidios para invertir? Un ejemplo claro está en el espacio cultural N8, ¿quién piensa en esa inversión y en la movida y el esfuerzo que hacen para tener todos los meses buenas bandas? ¿Cómo competir contra un Le Parc o una Nave Cultural, cuando estos tienen liquidez infinita para destrozar a los privados? ¿Y cuando no sea generador de votos apoyar a la cultura? ¿Quién va a salir a ponerle el pecho al arte?

A todos nos gustan las cosas gratis, es fácil mirar desde abajo y disfrutar lo que viene de arriba, pero la empatía nunca aflora en estos tiempos, el Estado no tiene planes a largo plazo para el fomento de la cultura, no tiene miras de apoyar a quienes realmente invierten en que el arte se reproduzca y crezca, no hay apoyo para privados, ni inversión en la generación de espacios donde crezca el rubro. Debemos ser sinceros y reconocer que muchas veces los privados hacen mal las cosas, roban, estafan y cagan gente, pero hay casos, como este actualmente en Mendoza, donde se evidencia el repudio y la falta de integración entre privados y Estado lo que, en definitiva, hace que un país sea justo e inclusivo para todos realmente.

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