No soy hincha de Argentino, pero allá por 1960 viví unos meses en calle Correa Saa a cuadra y media de la cancha, mi viejo había comprado un lote en Las Heras y mientras construía nos fuimos a casa de mi abuela Rosa. Fue menos de un año porque recuerdo que volví a la escuela Uruguay de Las Heras, iba a las monjitas de San Mauricio, todo un trauma porque cuando me preguntaban a que escuela iba, y decía “a las monjitas” (ahí frente a la placita) me decían, “no boludo, las nenas van a las monjitas, los varones van a los curas”.
Tengo en mis oídos algunas rondas infantiles, como esa que decía “yo no soy buena moza, ni lo quiero ser”. Frente a casa estaba el club y el salón de baile o como quieran llamarlo de Ortuño. Recuerdo los bailes de carnaval; una vez mi viejo y mi tío se levantaron de la mesa y volvieron después disfrazados de fantasmas… al otro día mi vieja y mi tía los cagaron a pedos, habían tijereteado las sábanas.
Sonaba Julio Jaramillo y ese bolero “si tú mueres primero, es mi promesa”. En el verano funcionaba como cine al aire libre e iba la familia, como no estaba de moda el pochoclo, la gente llevaba comida, si, comida en la olla, “alto guiso” dirán algunos, posta.
Iba a la cancha todos los domingos que jugaba el Boli con la monedita para el seguro deportivo, a la entrada había un ring, por lo que supongo se practicaría box en aquel tiempo. Argentino había salido campeón el año anterior ganándole una final nada menos que a la Lepra y la euforia era total, los hinchas cantaban un corito ingenuo: “Flamant, Sosa… los mejores de Mendoza” y al Gringo Iaconetti ese más conocido de “Tenemos un arquero es una maravilla, se ataja los penales sentado en una silla”.
En la esquina estaba el bar “El Porvenir” donde mi tío, el Negro, era habitué, fanático de San Lorenzo, Gatica (era puntano como él) y Gardel. Era un tipo laburador como pocos, haciendo siempre ostentación de su fuerza, como por ejemplo llevar dos bolsas de “porla” al hombro, claro, la factura se la pasaron después los años. Llegado el fin de semana se ponía en pedo mal… una vez mi vieja casi lo obligó a comprarse un traje antes que se gastase la guita de la quincena, un beige cruzado que le quedaba de maravillas. La cosa es que la bicicleta sola rumbeaba para “El Porvenir” antes de llegar a su casa, ahí al parecer tuvo una diferencia con un parroquiano boliviano y salieron a dirimir sus diferencias afuera, con espectadores obvio, porque el bar se cuidaba de no romper nada… ah y nadie se metía. Era cosa de hombres, de a dos, y solo usando los puños. Lo cierto es que el tío aun en su borrachera tomó conciencia del trajecito beige que no quería arruinar, pidió permiso “estoy a media cuadra, nadie se vaya”, llegó a su casa, vivía en un pasillo, y de la puerta le gritó a su hijo “Carlitos, traeme el saco de pelear” ¡Así eran las cosas en aquellas épocas!
La primera en partir fue la Abuela Rosa, también mis viejos, hasta mi tío el Negro a quien velaron en la misma casa de Correa Saa con una foto, como si fuera estampita, de Carlos Gardel. Y no volví más a cruzar ni por la vereda de la casa de la abuela. No se como estará la casa, seguro que el salón de Ortuño ni el bar el Porvenir existen, y la escuela de las monjitas debe estar muy cambiada. Y no vuelvo porque solo necesito cerrar los ojos, aguzar el oído y escuchar las rondas infantiles de las monjitas, a Julio Jaramillo en lo de Ortuño, a Gardel en la vitrola de El Porvenir… y en la tribuna que da detrás del arco sur, casi como una letanía… “Flamant, Sosa, los mejores de Mendoza”.
Vieja y gloriosa Academia, gracias por ser parte de una etapa linda de mi vida, la de un chico de 8 años que desde algún lugar del corazón me dicta estos recuerdos.
Escrito por Oscar “Chino” Zavala para la sección: