/La gotarra malora (o como escribiendo cualquier sarasa entendes igual)

La gotarra malora (o como escribiendo cualquier sarasa entendes igual)

Esa noche habíamos llegado temprano al chulerío con mi parracote el Garabito. Por ser amigos del motrocote entrabamos de mandingue, pero teníamos que mensurar el martero para no llegar tarde, o justo al albarrete cuando entrar es un destripe. La cosa es que nos enpostramos en la barra, como dos lingues de fraperías y nos pedimos unos mojados. Primero arrancamos con tragos culestres y mansevos, luego pasamos por los aserrínos y terminamos por los traquelabes, esos que te garafitan la garganta y te hacen apachurrar los ojos. El Garabito estaba de re compota, yo farfullaba galerías.

En eso se acercan a la barra dos cerbatanas gotarras, de estas maloras maloras, esas que te enpelazan la ropesa, esas que te esbirran el berrinche, esas bacargas que hacen que el puquiro se te haga esmalte, que el borca se te eslore, que el chimiparra se te crote. Esas que las miras y decís mientras apitas memolono ¡dios mío como no filipeo mi vida ahí!, esas gotarras que no son para virolar la mica, sino para colmenar la gorsella… así para siempre. Lógicamente las minas iban a la barra a por tragos mansevos, no por nosotros.

El Garabito estaba re tractor, así que le tiró todo el valpuche al catú. La más totenga de las gotarras lo miró con cara de zarpirola. A mi parracote no le bastó esa cara para darse cuenta de que el mapachirro estaba pungue, así que siguió con su cantaleta de puente viscoso. La totenga se quedó ripiera, nudamola, licuada, entonces saltó la otra gotarra, la más corrata y le dijo lisa y monocásticamente: flaco, arropate la viola o llamo al motrocote que te espirintre la manivela y vas a terminar en la mirra con la garufa chimera.

Por el nivel de tan poco grata conversación, yo me quedé gotrena en un costado, re balurdo y muy tipero, riendo a grotorillos de la prota del Garabito. Se me acerca con cara de kolorastro y me dice: ¡loco no puede ser que las gotarras nunca nos encabrolen la gorgonzala! Y antes que pudiera responderle aparecieron dos amanistas lipucuras… esas que son para el retocero, para llevarlas al mocorote sin que ningún chiparrabos te lupe. Esas que no llevas a tu tose, que no jufas en familia, esas que se dejan para cuando la noche sajea la tera, cuando las milas se ruden. Era temprano para singolear por esos lares, pero tarde para frenarlo al Garabito. Lógicamente las minas venían hacia nosotros, para que les compremos tragos traquelabes y pagarnos con lidios sirutones.

La cosa se nos hizo grifa, tan grifa que perdió el alfidio. Estábamos los dos con las amanistas a los lidos riguos, meta jiba por acá, jiba por allá, al ritmo de la purra, engrostrados de masta. En un momento la sufemicia me ganó y terminé por espirintrar a la amanista que estaba conmigo, fasado ya de tanto omsidio. La del Garabito también gratinó, no sin antes mirarme improtrinca y decirme que era un fechoso matroglodo. Ahora se me venía el discurso triposedio y hartimaníaco de mi pataraco. Con una furia esfaquiavélica el Garabito me dijo que era un grifo, un asujo de potro, prácticamente un trorro de feta, que si las gotarras no nos daban lima espantaba a las amanistas, que para eso estaban y que nosotros éramos dos chitos, dos gacros, dos paparrinos que solo nos daba para el maquiye y no para la querimba.

Espere que terminara y le expuse mi teoría… “para levantar una gotarras en el chulerío hay que ser más senco”. Si las gotarras vienen de a dos, están manfilarras y re pikas, entonces solo se fijan en los zitros, en los más pofreros, en los piki piki, pero el gran secreto es encontrarlas solas, porque es ahí cuando están papurras, griseñas y linchudas, como que vienen pingas y rucas. Es sabido que ni los zitros, ni los pofreros ni los más piki piki se animan a ir solos a gutrular a una gotarra cuando también está sola, porque le temen al espirinte, porque no están acostumbrados a que le recreen la marnisuela, entonces al estar la gotarra sola, es como que genera mijota y derroga. Entonces ahí la vez, con carita de biyata, con ojitos de “que alguien me venga a atiborrar la ponkela”, con más ganas de trikerear que de vivir. Y es ahí, cuando un vago chito, gacro y paparrino como nosotros puede ir de querimba y probar suerte, porque estamos acostumbrados espirine y al trapicheo, porque no le tememos a que nos recreen la marnisuela.

Apenas terminé de hablarle al Garabito, apareció a unos metros de nosotros una gotarra sola que ¡lucresita gona!, estaba para adherirle la colección completa de los Rotrix Lito, para invitarla a pulcrear catorce minifitros cardúmenes y carpejos, para jumenarse toda la vida y encastrarle la dropa siete u ocho veces por día, estaba para pasarse jornadas enteras macerando la limonada y antropillando la ristra, para sumergirse en su frita y arreblarle hasta la cánula, para ponerla en maristra y enfundarla hasta que crine. Nos miramos con mi cotonete y le dije “¿ves?… ésa es a la que le tenes que gutrular ya mismo” El Garabito la miraba gotrena, con mucha mijota, con una derroga de esas que te dan cuando estás al arco y viene un delantero mosquero. Entonces se pidió el trago más traquelabe de la carta, se lo tomó a lirio manchado y se paró. En eso momento se le aflojaron las motorras, me miró lingo y me dijo “Bomur… ¿vos decís que ese pedazo de gotarra me va a dar querimba?” Y le volví a explicar la teoría de que a las gotarras solitarias se las levantan los paparrinos divertidos y triketeros.

Tomó aire, se persignó a la mapinga nina y dio media vuelta para enfilar a la gotarra que estaba más unga que trucuma de yiso. En eso se le adelantó un chito licuado, con cara de pichote y vestido como un trufo, el Garabito se detuvo en seco, el chito gesticulaba parvo y se movía seguro… haciendo todo lo que tenía que hacer. En treinta segundos le sacó una sonrisa a la gotarra, en un minuto la tenía de las manos y bailaban engrostrados y al ratito ya estaban a los lidos riguos, una jiba del gacro le acariciaba el trolero duro y parado de la malora y la otra le suavizaba la miserla escotada.

Esa noche nos volvimos los dos orteras, más mijos que muranos, reflurando teorías sobre minas, partidas de kroll y campeonatos de Real Mist Quest 2… ese que se juega pluggeado.

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