/El Negro y el gitano curandero

El Negro y el gitano curandero

Viernes a la noche, mi amigo el Negro y yo estábamos en Bizancio con dos morochonas de Dorrego, Lali y Lulu, hacía casi un año que estábamos detrás de ellas hasta que por fin cayeron bajo nuestros incesantes ruegos.

La noche venía bárbara, habíamos cobrado el aguinaldo y no faltaban los traguetes ni la buena música, todo transcurría a pedir de nuestras pervertidas mentes, diminutos pantaloncitos de jeans gastados, las pancitas al aire y bien bronceadas, las chicas bailaban con una energía que hasta el propio conejito Duracell envidiaría, AC/DC, Guns, Aerosmith, las morochas movían la cintura y las cabelleras en forma circular y tan sexy que el Negro, como hacía en estos casos, me pidió un pellizco para corroborar que no estaba soñando. Nos conocemos tanto con mi amigo que hasta nos podemos comunicar con nuestras miradas y los ojos del Negro esa noche vomitaban palabras de alegría y frenesí, además en unos minutos largarían los lentos. Bailar “Paciencia” de los Guns con estas tremendas mujeres seria la coronación a nuestro esfuerzo, el Negro además había practicado el silbidito del comienzo en casa antes de venir.

La cuestión es que hacía muchos meses que estábamos deseando este momento con estas chicas en especial y como de costumbre… el Negro lloraba de la emoción. Las chicas eran de una zona conflictiva de Guaymallén pero nunca nos habían confesado sus direcciones, sólo sabíamos que eran vecinas entre sí. Hace ya más de un año las conocimos en la estación de servicio Monteverdi, sobre la Rodríguez Peña, cuando las ayudamos por un problema mecánico en el Fiat Uno de Lulu, ésa noche tuvimos la suerte de sacarlas de un apuro y que nos dieran sus números telefónicos en agradecimiento.

El DJ se había entusiasmado con Nirvana, nuestra paciencia por “Paciencia” se estaba agotando cuando veo el rostro del Negro desmoronado, algo que mis ojos no podían traducir, era extraña esa sensación porque todo venía viento en popa, me acerco a su oído y le pregunto… – ¿qué pasa Negro? cambiá la jeta ¡¡ya vienen los lentos!!

– Boludo, me entró un dolor de muela que me muero – contestó.

La respuesta del Negro no podía ser más trágica, la noche estaba a milímetro de arruinarse, que su ánimo se viniera abajo de forma tan repentina era lo peor que nos podía pasar, estábamos tan cerca…

Llegaron los lentos y como para que la desgracia sea perfecta, el guacho del DJ largó los temas más romanticones que no había puesto antes en su puta vida jamás, pasó “Paciencia”, Air Supply  y varios clásicos más, el que no salió besuqueado esa noche de Bizancio es porque no quiso, el Negro estaba peor de la muela, las chicas habían notado que algo pasaba desde el comienzo, pero en vez de preguntar optaron por ser frías e indiferentes , ya ni siquiera nos hablaban y bailaban entre sí, muy entendible,  la noche se había arruinado definitivamente, las morochas decidieron irse en remís, ahora era a mí al que se le caían las lágrimas, pero de tristeza y frustración, cuando las chicas se alejaban sin ni siquiera un besito de despedida.

– ¡¡Negro pejerto y la concha de tu muela!! Justo hoy venís a que te duela, Negro. No podés hacer esto, qué mierda te pasó, ¿no podías esperar hasta que pasaran los lentos?

Empecé a gritar, no recuerdo la última vez que me había enojado con mi amigo,  pero en ése momento sentí furia.

– Perdón loco, pero no doy más del dolor, si no me podés llevar a casa me pido un taxi, me dijo el Negro haciendo puchero.

A los 5 minutos yo ya estaba frío, le pedí perdón al Negro y empezamos a buscar la solución. Por lo pronto, para reducir el malestar, le di para tomar dos whiskys.

Al Negro se le vino a la cabeza esa vez que nos fuimos con dos chicas hippies en carpa a la Laguna del Rosario,  ellas eran de una localidad de Lavalle y nos comentaron esa vez que los lugareños nunca visitaban un médico, ellos acudían a un gitano ermitaño que sanaba de palabra, cosa de mandinga y ver para creer, también habían mencionado que el curandero ése sanaba dolores de muelas al instante con solo pronunciar ciertas «frases mágicas e ininteligibles» seguramente en húngaro.

Ya estaba aclarando el sábado cuando emprendimos el viaje a Lavalle, pasando Costa de Araujo seguimos por la ruta 142 hasta un puesto de comidas llamado Doña Olga, ahí compramos una docena de raspadas con leche chocolatada y preguntamos por el gitano curandero, la señora nos dio información en parte desalentadora, teníamos que continuar a pie unos 5 kilómetros hacia el noroeste, siguiendo una huella de animales.

Los whiskys ya estaba dejando de hacer efecto en el cuerpo del Negro, el dolor de muela había regresado más intensamente, necesitábamos al curandero casi con urgencia.

Después de más de 2 horas caminando por senderos de tierra y espinas, en mocasines y con tremenda resaca, llegamos a una casita bastante pintoresca pero muy frágil, construida con pocos ladrillos y muchas latas, notamos que no habían ventanas,  sólo una puerta de cartón angosta y diminuta por donde pudimos entrar bajando la cabeza. Ya adentro y en la salita principal, un perro flaco lleno de moscas nos dio la bienvenida con una mirada triste pero amiga. Nuestra vista, ya acomodada a la oscuridad, saltaba del asombro, huesos colgados del techo, fotos de personas dentro de recipientes con excrementos y algo más vomitivo, cochambroso y dañino aún, fotos de personas envueltas en banderitas azul y amarillo de Boca. Vimos también serpientes despellejadas sin cabezas y palabras en las paredes de lata escritas con sangre, también habían fotos de mujeres dentro de recipientes con monedas. El Negro aprovechó para mear adentro de un tarrito que contenía la foto semi tapada con un poncho del diputado José Luis Ramón.

Unos pasos arrastrados se escuchan y un hombre de contextura ínfima sale tras correr una cortina de arpillera desteñida, de aspecto sufrido y añejo, fumando un porro, descalzo y vistiendo sotana como las que usan los monjes, el anciano preguntó – ¿Quién de ustedes es de la muela embrujada?

– No sé si embrujada don, pero me duele mucho, ¿cree que la pueda curar? – balbuceó el Negro, asombrado por la sapiencia del hombre, hasta ahora nunca habíamos revelado el motivo por el cual estábamos ahí.

– Claro que puedo sanarla y ustedes también lo creen ¿de lo contrario no hubieran venido hasta mi hogar no? – Respondió el ya asombroso curandero y luego dijo – En 5 minutos regreso, si son curiosos, ustedes mismos habrán vencido el 90% del embrujo.

Esas palabras nos desconcertaron, el dolor se estaba desvaneciendo pero a causa de la incertidumbre y el misterio, no sabíamos si abandonar el lugar o esperar a que el curandero regresara.

Decidimos esperar y mientras tanto observábamos cada detalle de las tenebrosas y enigmáticas ofrendas que orgullosamente el hombre tenía de exhibición. De pronto nos quedamos helados, dentro de una palangana llena de tangas viejas y desteñidas había fotos nuestras, no podía ser cierto.

Tuvimos miedo, la muela dejó de doler, en ese instante regresó el curandero y le exigimos una respuesta. El hombre comenzó a hablar – Hace muchos meses recibí a dos muchachos jóvenes que se habían realizado hace poco sus respectivos cambios de sexo en un país extranjero, ahora, ya mujeres con DNI, se hacen llamar Lali y Lulu.

Trajeron sus fotos para que yo amarrara vuestras vidas a las de ellas y me pagaron bien pero yo no compartí esa decisión, aunque acepté el trabajo, el cual lo cumplí, ya que ustedes conjugaron anoche. El dolor de muela es un embrujo porque yo personalmente lo hice como excusa para arruinar la noche y que ustedes vinieran hasta aquí. Ahora ustedes me pagarán por dos razones, por saber en qué trama cayeron y para que retire la maldición de la muela, ustedes son buenos muchachos, para ser honesto, Lali y Lulu nunca me cayeron genuinas, el hecho de que ellas trajeran fotos de otros hombres también con el mismo motivo,  me hizo desconfiar de sus intenciones, pero vayan en paz, la muela está salvada desde ahora.

El Negro, muy satisfecho, ya con la billetera en mano, sacó todo el cash que tenía, me pidió prestado y hasta se comprometió a regresar el siguiente mes con más dinero y porros.

Sin un peso del aguinaldo cobrado ayer, comenzamos la caminata de regreso ya pasado el mediodía del sábado, el Negro había recuperado su buen humor y yo me sentía ciertamente liberado de algo que nunca supe que me estaba sometiendo.

Luego de caminar de regreso dos horas más, y ya la tarde cayendo encima nuestro, llegamos hasta el auto, nos sentamos y el Negro me preguntó – ¿Crees que el embrujo que nos hicieron las chicas resultó? Porque tengo ganas de salir con ellas otra vez…

– No sé Negro, pero después de todo esto que pasó ¿¡vos realmente tenés ganas de ver otra vez a esas bandidas!? – Le dije.

– ¡Por supuesto!… no me digas que no fue romántico lo que nos hicieron… me contestó.

– Tenés razón Negro, llamalas, y si no te atienden dejales un mensaje.

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