/Brainkiller Golden Angels

Brainkiller Golden Angels

Cada domingo se realizaba en la plaza de mi barrio una feria integrada por puestos informales de familias humildes que buscaban hacerse una moneda vendiendo ropa usada, útiles escolares usados, tampones usados, gaseosas a medio tomar, películas a medio piratear, entre otras baratijas de dudosa calidad, utilidad o procedencia. Pero había un puesto que destacaba por ser el único, digamos… conceptual. Se trataba del puesto de Emilio Schmutz, un anciano a quien yo solía comprarle sus tortas fritas. Sin embargo, al viejo no le gustaba que le pidieran tortas fritas, cuando alguien le pedía tortas fritas él se enojaba y respondía “yo no vendo tortas fritas”; pues para él sus tortas fritas no eran tal cosa, sino unas Brainkiller Golden Angels, y salían 3 x $25.

El puesto de Emilio contaba con una carpa pintada de negro y violeta con un diseño cósmico y terrorífico. En la parte superior se leía en letras doradas “Brainkiller Golden Angels 2.1”, que era el nombre de su emprendimiento (la numeración 2.1 se debía a que antes el puesto estaba en otra feria de la cual Emilio fue expulsado debido a sus constantes peleas con otros comerciantes). En el costado derecho de la carpa estaban pintadas unas tortas fritas que, similares a unos OVNIs, emanaban una luz que absorbía cerebros de personas que gritaban y se agarraban la cabeza. Del otro lado estaban pintados unos churros disparando rayos de dulce de leche a unas tortas fritas, en referencia al otro producto que vendía Emilio: churros. Aunque para él no eran churros con dulce de leche, sino unos Biomechanic Worm Aliens, y salían 4 x $30.

Nunca olvidaré la primera vez que le compré a Emilio. Yo pasaba por la plaza un domingo de elecciones después de votar a Santiago Cúneo para que comande la Subsecretaría de Improperios, Escarnios e Injurias del Ministerio de La Concha de tu Madre, cuando vi un tupper lleno de churros en un puesto bastante excéntrico atendido por un señor canoso de ojos claros y ojotas.

—Hola, qué tal… ¿Cuánto están los churros? —le pregunté.

—No son churros —me respondió.

—¿Cómo que no? ¿Y qué son entonces?

—Son unos Biomechanic Worm Aliens, salen 4 x $30.

—Ah… eh… Bueno, dame cuatro entonces —le dije sin entender qué carajo había pasado, sospechando que tal vez semejante extravagancia era solo una estrategia de marketing para generar misterio y darle valor agregado a unos simples churros.

—Ja… Veo que sos un gusano alien —me dijo Emilio.

—¡¿Cómo dijo?! ¿Gusano alien? ¿Usted me está faltando el respeto? —le pregunté.

—Si llevás Biomechanic Worm Aliens es porque sos de los Gusanos aliens biomecánicos, dispuestos a acabar con los Ángeles dorados asesinos de cerebros arrojándoles disparos de dulce de leche San Ignacio Repostero, dado que los ángeles tienen baja tolerancia a la glucosa.

—Señor, discúlpeme pero no le entiendo una goma…

—Pronto la verdad llegará a tu conciencia… Decime tu nombre —me dijo Emilio agarrando un cuadernito y un lápiz.

—¿Mi nombre? ¿Para qué?

—Para saber cuántos soldados hay en cada tropa de esta oscura y sangrienta guerra por el dominio de la galaxia… Además sumás puntos para tener descuento en tu próxima compra.

—Ah, si hay descuento ok… Yo soy Franco Perilla. ¿Usted?

—Yo soy Emilio… Emilio el Demiurgo.

—Ah… eh… Un gusto… Supongo.

—Eso está por verse… Tomá —dijo alcanzándome los churros.

—Sírvase —le dije dándole el dinero—. Hasta luego.

Volví a mi casa flasheadísimo. El tipo me había delirado impunemente como nunca nadie lo había hecho y por dentro se me cagaba de risa, o bien, estaba 100% desquiciado. Sea como sea, los churros tenían forma y sabor a churros, y estaban ricardos.

Al domingo siguiente —y ya con Santiago Cúneo coronado como máximo vocero nacional de puteadas— volví al puesto de Emilio, esta vez con mi novia Pelusa para que viera con sus propios ojos la clase de freak con el que me había topado en la feria. Esta vez Emilio no sólo estaba vendiendo comida, sino que también estaba tocando música con un tecladito Casio y grabándose con una vieja computadora de escritorio. O sea, en medio de un montón de gente humilde vendiendo cosas de poco valor, este anciano que hacía tortas fritas en una carpa se había llevado una computadora con monitor de tubo, unos parlantitos y un órgano casi de juguete y había conseguido energía eléctrica de algún lado para tocar una música pseudo-sinfónica y pseudo-épica cuando dejaba de amasar las tortas, ensuciando todo con harina. Un distinto.

—¡Grande, Emilio! No sabía que también eras músico —dije.

—Shh… Silencio —me respondió—, que ha muerto Milenux Gama, heroico capitán de las fuerzas angelicales, quien recibió un canallesco ataque a mano de tres gusanos que le dispararon rayos de dulce de leche… Esta es su marcha fúnebre —contaba el viejo sin dejar de tocar, con la cabeza hacia arriba y los ojos cerrados.

Emilio derramó una lágrima. Mi novia Pelusa estaba asustada, yo estaba fascinado ante la maravilla que estábamos presenciando, era un nivel de magia explosivo. Lo esperamos parados durante tres minutos hasta que terminó el tema.

—Que en paz descanses, Milenux… —dijo Emilio.

—¡Muy bueno, Emilio! —le dije para que me atienda.

—¿Muy bueno? Ojalá yo pudiera decir lo mismo de lo que tus secuaces le hicieron a Milenux —me dijo mientras de algún lado sacó un plato en el que había una torta frita toda sucia, partida y con un poco de dulce de leche puesto de manera muy desprolija. Supuse que era una torta frita que se había caído al piso, y que eso llevó al viejo a idear todo ese melodrama de ficción.

—Ay por favor vámonos —dijo Pelusa, quien ya no podía soportar semejante grado de locura tan cerca.

—Uh bueno… Emilio, dame por favor tres tort… Digo, tres galgo einyels, cómo era? Brian-killer Casi Ang…, Angels Pichett… de esos! —dije señalándole las tortas fritas que ya tenía hechas.

—¿Tres Brainkillers Golden Angels? Eso es traición…

—¿Cómo que es traición? ¿Qué onda? —le pregunté ya medio hinchado los huevos.

—Vos eras de los gusanos aliens… Ahora te pasaste al bando de los ángeles dorados y perdiste tus puntos acumulados, además los gusanos te dejarán en penitencia durante la próxima batalla —con esto Emilio se refería a que el próximo domingo no iba a poder comprar churros, sólo porque en su lisérgica cabeza yo había cometido una traición a los churros.

—Bueno Emilio… Dame tres ángeles entonces.

—El precio de tres ángeles son $25 y se paga con pocos billetes. El precio de ser un traidor es mucho mayor y se paga para siempre.

—Bueno Emilio, tomá la plata. Chau.

Pelusa estaba angustiada y yo también porque pensé que ella se reiría pero terminó asustándose. Me sentí un gilazo. Mientras nos alejábamos oímos que Emilio había vuelto a tocar el teclado. “Oh, la traición… La sinfonía de los traidores… La consciencia sucia, el alma vendida. Egoísmo. Traición…”, decía mientras tocaba una musiquita idéntica a la que ya había tocado cuando llegamos.

Su música se detuvo abruptamente tras una especie de golpazo y un grito. Yo me di vuelta y vi que Emilio estaba tirado en el piso tras recibir un piedrazo en la cabeza. —¿Otra vez? ¿Otra vez viejo y la puta que te parió? —le gritaba el agresor—. Ya te dije que estamos hartos de tu tecladito! Cortala de una buena vez! Si querés vender una torta frita con cejas gruesas y ponerle Torta Frita Kahlo o una torta frita con rulos y llamarla Torta Frito Paez hacelo!! Pero por favor cortala con el organito hermano!! No tenemos por qué bancarte cada semana tocando la misma mierda!! Somos todos laburantes que venimos a hacer un mango en vez de descansar y te tenemos que fumar a vos haciendo boludeces!!

—Pará pará pará mostro!! ¿Qué pasa acá? —le grité al tipo mientras me volvía corriendo para defender a Emilio.

—Este viejo pelotudo me tiene los huevos llenos con sus giladas!! —me respondió el tipo.

—Bueno pero bajá un cambio!! —le dije—. Le pegaste un piedrazo a un viejo que vende tortas fritas, loco ¿a vos te parece?

—Se llaman Brainkiller Golden Angels —me corrigió Emilio desde el piso mientras se agarraba la cabeza.

—¡¿Ves?! ¿Ves que es un viejo delirante? —me gritaba el tipo mientras muchos comenzaban a asomarse.

—Y bueno pero si ves que es un viejo delirante llamá a alguien que lo pueda asistir, no le rompas la cabeza a piedrazos!!

Muchos feriantes abandonaron sus puestos y se involucraron, unos pocos asistieron a Emilio, otros intentaron chorearse los churros, y la mayoría comenzó a hacer catarsis en contra del viejo. Lo acusaban de ser antisocial, de estar loco y de haber tenido conflictos así en otras ferias, dijeron que su familia lo había abandonado porque en su casa también se la pasaba molestando con el organito y hablando cosas rarísimas acerca de ángeles que en realidad son tortas fritas que comen cerebros y gusanos aliens que son churros y que luchan entre ellos por la conquista del universo y bla bla bla.

Sabía que esa gente tenía razón, pero también sentí lástima por Emilio, quien no tenía nada más que su disparatado mundo ficticio al cual le dedicaba todo su tiempo. La soledad, la locura y los proyectos ambiciosos suelen ser un triángulo en incesante retroalimentación, y Emilio era la viva prueba de ello. Sí, ok, era un viejo que daba miedo y que le ponía unos nombres re difíciles a unos simples churros y tortas fritas, ¿pero dónde se establece que esas cosas se deben llamar así? ¿y por qué llamamos churros a los churros indistintamente de su longitud y grosor o de si tienen o no dulce de leche? ¿y cuántos llaman “amor” a un montón de actitudes insanas? ¿y cuántos llaman “justicia” al hecho de matar a un pibe que se choreó una milanesa? ¿y cuántos llaman “libertad” a la idea de no pagar impuestos? Galileo dijo que no todo giraba alrededor de la Tierra y lo mandaron a cerrar el pico; años después todos le darían la razón. ¿Quién te dice que Emilio no es un revolucionario o un adelantado? ¿Por qué no podría Emilio cambiar el rumbo de las cosas? Emilio es o parece un loco, pero sólo es una caricatura, un reflejo apenas exagerado de una sociedad mucho más enferma, delirante y peligrosa que ese viejo que le pone las re ganas a su proyecto y encima hace unas tortas fritas re piolas, más allá del nombre que le ponga ¿no es eso lo más importante?

Tras perderme en esas densas reflexiones mientras la gente seguía quejándose, decidí salvar a Emilio, así que apliqué mis conocimientos adquiridos durante años de ver TN y empecé a manipular a esa iracunda masa.

—A ver, vos —le dije al agresor— ¿de qué laburás?

—Yo soy patovica en una facultad de ciencias exactas.

—¿Y en esta feria qué hacés? Aparte de apedrear ancianos…

—Vendo ropa usada de gente que se muere.

—Bárbaro, le ponés toda la garra. A ver vos —le hablé a uno que estaba al lado— ¿a qué te dedicás?

—Vendo paco y soy punguista en colectivos.

—Fenómeno, re multitasking. ¿Y acá en la feria?

—Vendo juguetes para chicos.

—Genial. Bueno, todos tienen otra cosa para hacer, pero Emilio no tiene más nada, él vive de los poquitos pesos que junta acá vendiendo churros y tortas fritas. Seguro que a más de uno de ustedes alguna vez los rajaron de un laburo y saben lo feo que se siente ¿de verdad quieren hacerle lo mismo a un pobre viejo?

—Y sí flaco tenés razón pero Emilio es un hincha pelotas y espanta a la gente —me respondió uno.

—Y sí, vos también tenés razón —nunca falla darle la razón al adversario para reconfortarlo y que baje la guardia—, pero miren, les propongo algo… Así como yo lo conocí a Emilio porque me llamó la atención su excéntrico puesto, yo los invito a que cada uno de ustedes haga de su negocio algo temático y atractivo. En vez de enojarse con Emilio aprendan de las ganas que le pone él, de cómo personaliza su negocio y hace que comprarle un churro no sea igual a comprar un churro en cualquier otro lado! Estoy seguro que si ustedes hacen lo mismo que él no sólo van a disfrutar más, sino que va a venir más gente a la feria porque le van a ofrecer algo distinto, algo como… un parque de atracciones… pero más pobre.

La gente mostró optimismo ante mi idea y acordaron hacer lo que les propuse dejando en paz a Emilio, a quien sólo le pedirían que baje el volumen cuando toque. Para el domingo siguiente casi todos habían convertido su puesto en algo temático. El que vendía fundas, cables y cargadores para celular armó con esos objetos una especie de monstruo antropomorfo que robaba las fotos íntimas de aquellos celulares que se quedaran sin batería. Una señora que vendía ropa usada armó un espantapájaros re horrible llamado Nicolás Wiñazki que podía volver paranoicos a todos los clientes que intentaran regatearle un precio. Otra chica que hacía pastafrolas ideó la historia de una pastafrola que cantaba y tocaba la guitarra, llamada Pastafroli Molina, y así una larga serie de ideas una más boluda que la otra pero que despertaron la creatividad y la motivación de un montón de gente humilde que rara vez en su vida se da la oportunidad de probar algo distinto (que no sea droga).

—Estas cosas me conmueven —le dije a Pelusa mientras mirábamos abrazados toda esa gente ofreciendo sus mercancías.

—A mí me hace reforzar la idea de que los pobres son pobres porque quieren —me respondió ella.

—A mí me parece amor que vos sos un poquito gorila. ¿Vamos por unos churros?

—Sí, pero de los verdes.

—Gorila y fumachera, quién lo diría…

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