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Consejo dedicado a todos los feos y perdedores

Antes que algún culturoso (o resentido) salga a defenestrarme aclaro, esta teoría no es mía, sino del negro Dolina, la anécdota es real…

Corrían mediados de los noventa, ahí estaba yo, jugando en la vereda con los muñecos de Rambo, por alguna extraña razón me gustaba el Snake, mercenario barbudo y de los malos. En fin… estaba meta jeep de seis ruedas y lanzadiscos del TD Jackson, cuando de pronto sentí una corazonada, como un susurro en mis espaldas. Me dí vuelta y la ví pasar detrás mío. Jamás le vi la cara, solo las espaldas, y sobre todo las piernas. Era una rubia de pelo largo ondulado y gambas kilométricas había pasado por la vereda donde yo estaba jugando. La faldita que llevaba puesta terminaba justo en la gloria, y un viento primaveral dejo la gloria al descubierto.

Rápidamente me dí vuelta, como si ella supiese que la había visto… un poco avergonzado, pero mucho, mucho más encantado. Lo que acababa de ver no era cuestión de todos los días, no estaba en mi rutina diaria, basada en escuela, siesta y juguetes. Esa noche soñé con esas piernas, con ese pelo, con esa falda… con esa gloria. Cuando me levanté creí haberme olvidado un muñeco de Rambo, bue… un Playmóbil en el calzoncillo, pero no, era lisa y llanamente un erección.

Esa tarde, al volver de la escuela, me quedé escondido detrás de la ventana, fisgoneando hacia la vereda, a ver si la veía pasar nuevamente. Luego de una larga media hora pasó… pero no era ella. Era una petisa morocha, con dos enormes tetas que amortiguaban cada paso de la dama. Una vez más me quedé obnubilado… el pequeño Playmóbil volvió a la acción y yo no sabía que se hacía (lo supe meses después). Corrí hacia mi pieza y caí en la cuenta… ¡me gustaban las minas!

Esta tarde me puse a ver revistas de Avon de mi mamá… efectivamente me gustaban las minas, y mucho, demasiado. Entonces me paré frente al espejo para ver cómo se veía ese cosito que tenía parado y no fue el tamaño su problema, sino todo lo demás…

“Bomur… estas en problemas” me dije. Rápidamente entendí el juego, la razón de ser del hombre, lo único que vale la pena en la vida: las minas y mucho más rápidamente percibí mis limitaciones. Mi escasa altura, mis piernas gorditas, mi panza prominente y saludable me dejaba muy mal parado en la escala genética del galán. No le hacía a ningún deporte… ni siquiera al arco, corría y se me juntaban las rodillitas, como los patos, me cansaba rápido, me ponía rozagante como un nonato y me ahogaba si me agitaba. Estaba todo el día jugando, leyendo y mirando dibujitos, era tan infantil que daba risa. Me mire el peinado… re nabo. Raya de coté, como mi papá me peinaba todas las mañanas, eso más una remera de las Tortugas Ninjas (mi favorita, la del Rafael) y unos cortos celestes definían perfectamente que tenía cero onda. Y esto no era lo peor… Unos lentes ochentosos y unos aparatos móviles terminaban de subrayar una personalidad patética, caótica, que posiblemente sería centro de cualquier gastada arrabalera y cruel de primario estatal, pero no, eso no pasaba.

“¿Por qué no pasaba?”, mi cara de milanesa con papas no intimidaba a nadie, mis movimientos lentos y bombachones no inspiraban vigor ni tenacidad para las piñas, mi experiencia boxeando era la misma que garchando (cosa que ni sabía cómo se podría hacer), y sin embargo… ¿Por qué no me gastaban?, ¿Por qué no era víctima del bullyng? ¿Por qué no volvía todos los días llorando a mi casa como el Sibairú o el gordo Tito? ¿Saben porque? Porque los primereaba con las gastadas, ese era el gran secreto. Al estar todo el día leyendo y jugando, mi imaginación se iba por las nubes, entonces rápidamente podía inventar el más cruel de los apodos, la más vulgar de las respuestas o la más picante de las malas palabras, a esa edad y con mis condiciones físicas, era una coraza, una herramienta de contrataque que me permitía no ser víctima del maltrato infantil y le permitía a mi mamá no gastar guita en psicopedagogas.

Había elegido con astucia a mis amigos, el Darío y el Damián, dos chantas, atorrantes, facheros, altos y futbolistas del palo que me aplaudían mis magistrales insultos y se encargaban de divulgarlos por toda la escuela. El secreto de mi éxito (o de mí no ruina moral) era esmerarme en saber un toque más que el resto y juntarme con las personas indicadas para que esto sea divulgado (siempre quise ser amigo del Sibairú, pero el Darío y el Damián no me dejaban porque era re ñoño).

Entonces entendí que debía aplicar lo mismo a mi nueva razón de vida (las minas). No iba a poder entrar por galán, mucho menos por deportista exitoso o golpeador compulsivo, mi pase estaba en las palabras, en la fluidez oral, en la verborragia y el choreo de versos, básicamente en la simpatía, fundada en una sólida base literaria (sólida por la cantidad, no por la calidad). Y así fue que construí un mundo entono a mí, que podía hacer y deshacer en cuestión de segundos, podía sacar de la galera cosas inesperadas que ni los facheros, ni los populares, ni los goleadores podían. Y debo ser realista, las minas siempre se fijaban  primero en el Darío o el Damián, pero en cuanto me dejaban entrar, en cuanto me daban el mínimo piecito, Bomur se metía y largaba el zarpazo letal.

Es por eso que les aconsejo a los feos, a los ñoños, a los anti, a los loser, a los nabos, a los depre, a los perdedores y a todos los Bomures que andan sueltos por ahí, perdiendo, llorando y sufriendo de amor, por lo que la vida no les dio, que hagan como dice el negro Dolina y lean, estudien, aprendan, instrúyanse en cosas, investiguen, agilicen su dialéctica y su retórica, imaginen, sueñen y construyan, podes no ser dueño de un físico privilegiado, pero si queres podes ser dueño de palabras que van a impactar mucho más que una cara bonita.

Y siempre las minas se van a calentar con los Daríos o los Damianes, siempre se van a ir primero hacia ellos, pero son los “interesantes” los que dejan huellas, porque la facha o el gusto por la facha tiene fecha de vencimiento, pero una lengua picante dura para toda la vida.

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