Dicen que lo no planeado siempre es mejor.
Después de mis reencuentros esporádicos con Franco nos dimos cuenta que de nada servía alejarnos si las ganas siempre viven entre nosotros. Nuestras juntadas tenían lapsos de tiempo cada vez menores; Así como uno siempre vuelve al primer amor, yo vuelvo a mi primera vez.
Durante el mes de septiembre se nos hizo muy difícil vernos, entre mi cursado y sus cosas nunca encontrábamos el momento y en la última semana prácticamente no hablamos. Fui a bailar con mis amigos de la facultad, nada en especial. Previa, música, risas e ingreso al lugar. A mitad de la noche mis compañeros estaban rotos, yo solo quería un poco de agua por lo que me separé de ellos dirigiéndome a la barra. Esquivando pajeros, borrachos, bailarines y besos de lengua sentí por mi espalda un abrazo que debo decir, demasiado confianzudo. Tenía mi mejor cara de orto para darme vuelta e insultar a dicho homo sapiens cuando lo vi a él, Franco, después de tanto tiempo ahí nos encontrábamos. Nos había costado tanto coincidir y sin embargo el destino nos había puesto cara a cara.
Yo siempre fui de ser muy reservada, jamás doy escenas públicas por lo que ese abrazo ya significaba mucho, ahí en medio de la pista no me gustaba. Pero Franco además de tener un par de vasos encima estaba feliz. Bailaba conmigo, me susurraba cosas al oído, me tocaba. Queriendo calmar aquella pólvora que tenía en su interior le ofrecí ir a la pista de electrónica. Ninguno de nuestros conocidos les gusta esa música y por el resto de la gente no me preocupaba por que estarían seguramente drogados. Nos arrinconamos contra una columna y empezamos a besarnos. Ustedes pensaran ¿Qué tiene de especial? Al fin y al cabo es una boca más en una noche más en un boliche más. La verdad no. Ya son más de cuatro años que venimos a las idas y vueltas, el cuerpo reconoce texturas olores y sabores. Mi cuerpo lo disfruta a él, y nunca habrá nadie tan especial como él. Por lo que esos besos me hacían estremecer desde la punta del pie hasta la cabeza.
Poco nos importaba que la gente estuviera a nuestro alrededor, pero solo besos no bastaban para saciar nuestras ganas. Bajé mi mano de su cuello a su entrepierna, la deslicé suave por aquella camisa celeste. Estaba tan duro como la columna en que estábamos apoyados, moría de ganas por arrodillarme pero lamentablemente nos encontrábamos en un boliche de elite y no podíamos. Franco transpiraba, yo me lastimaba los labios de tanto morderme acumulando ganas.
Vámonos a un telo, ahora ya, no aguanto un segundo más. – Me decía al oído mientras mordía mi oreja.
Pero Fran ¿Qué hacemos con tus amigos? ¿Y con los míos?
No me importa, que se la rebusquen. Ahora me importas solo vos.
Me acompañó al guardarropa a retirar mi campera y sigilosamente nos fuimos del boliche. De camino al estacionamiento nos íbamos tocando, honestamente no aguantábamos más. Llegamos al auto y me empujo de frente a él. Se puso detrás de mi espalda y me apoyó aquella dureza. Sus manos apretaron mis pechos fuertes. Yo deslicé mi cabeza hacia atrás dejándole mi cuello a merced de sus labios. Podía sentir el calor que generábamos. Abrió la puerta trasera y nos metimos juntos. Era evidente que no llegábamos al telo, teníamos hambre, sed, deseo, calor, todo junto. Dos leones con dientes afilados, ambos éramos la presa. Ambos éramos el cazador.
Lo primero que hice fue bajarle el pantalón, aquel miembro inflamado me venía llenando de agua la boca desde hacía semanas. Solté un leve chorro de saliva sobre esa cabeza y lo hice mío. Lo ingresé hasta lo más que pude de mi garganta. Sus manos me sostenían los rulos. En los vidrios semi empañados podía reflejarse la sombra de mi cabeza subiendo y bajando. Disfrutaba jugar con la lengua por todo su mástil. Franco me aparto y sin aliento dijo: “necesito cogerte ahora.”
Cambiamos de posición y terminé debajo de él, me sacó los zapatos y la ropa de fiesta. Quería asegurarse de que estuviera lo suficientemente mojada por lo que deslizó dos dedos sobre la superficie de mi vulva. Estaba hinchada, ya no era rosada era rojo fuego. Completamente inundada. Me separó las piernas un poco más y metió de lleno su verga. La sentí hasta el fondo de mi cavidad. Con un brazo hacia equilibrio agarrándose del asiento y yo arañaba su espalda… “Ay Fran, me duele espera” le suplicaba con poca respiración. Pero el parecía no escucharme y aumentaba la presión. Mas fuerte lo ingresaba y más cosquilleo sentía. Por cada vez que lo nombraba en susurros él se excitaba más. Mi pierna izquierda que se encontraba semi caída entre el asiento y el suelo, se estremecía. Los vidrios se habían empañado por completo y el auto se movía cual temblor.
Estaba a punto de acabar cuando me tomó del cuello con ambas manos y dio los últimos movimientos. Incliné mi cabeza hacia atrás de sollozo y pude ver sobre los vidrios con vapor los reflectores que alumbraban el estacionamiento. Aquella adrenalina de estar en un lugar público hizo que me viniera sobre su glande. Franco al presenciar aquella situación se separó de mí y terminó al instante sobre mis tetas. Su néctar blanco caía sobre mis pezones duros. Había sido el momento culmine más guarro de todos. Se dejó caer sobre mí abrazándonos. Tratábamos de recuperar el aliento mientras acariciaba su pelo.
No me pregunten como logramos posicionarnos así de cómodos en un auto. ¿El estacionamiento? No nos importaba. Después de un rato nos vestimos y me llevó a mi casa. Me bañé para retirar de mi cuerpo toda esta mezcla de jugos y me acosté a avisar que había llegado sana y salva. Tal vez alguien nos vio, tal vez los guardias lo notaron. No estamos seguros, pero de lo que si es que ambos nos pertenecemos el uno al otro y sin importar las complicaciones. Siempre vamos a buscar la manera. O el destino lo hará por nosotros.