“Me gusta tu voz, casi tanto como cuando siento el murmullo de la lluvia, y sin querer te pienso.”
No hace falta que describa lo que la música genera en mí, bastas veces lo han leído en historias anteriores. Siempre la consideré como un acompañamiento a todo tipo de actividades y emociones. Podría decirse que me encuentro enamorada de la música, pero tal vez sería una frase trillada más. Aun así, jamás sentí ni viví lo que procederé a contar.
Pasado Verde, una banda local de hace una década aproximadamente. No me voy a enfocar en ellos, sino más bien en su cantante. Un día como cualquier otro caí a un toque invitada por amigos. Con suerte había escuchado una o dos canciones de su repertorio. Por lo que podría decirse, no era una groupie. Ubicada a unos metros del escenario, las luces bajas, brazos cruzados esperaba expectante al inicio. Tres. Solo tres segundos hicieron falta para hechizarme. No me crean loca, y no me tilden de bruja. Pero ¿Si acaso no fue magia entonces que fue? ¿Cómo le encuentro una explicación racional a lo que pasó?
Repito, solo tres segundos hicieron falta. Lo vi, las luces dirigidas a él. Llevaba unos anteojos y una remera en tonos medios. Mis brazos dejaron de estar cruzados y sentí como si aquellas notas musicales erizaban cada bello en cada centímetro de piel. Subieron hasta la nuca y me produjeron un escalofrío. Mi mirada atónita a él. Jamás, pero jamás sentí una admiración como aquella noche. Me quedé paralizada durante el show. Mis pupilas no lograban dejar de seguir cada movimiento. Mis tímpanos se excitaron con tal voz. Podría decirse que quedé perpleja.
Aquella noche volví a mi casa e investigué lo que más pude. Nombres, fotos, historia, álbumes, escuché sus canciones una y otra y otra vez. La sensación de inyectarme droga sonora estaba presente. Me volví adicta a ellos, a él. ¿Pero quién era realmente? ¿Cómo había sido capaz de lograr electrizar mi cuerpo solo en tres segundos? Conexiones místicas, espirituales. Créanme que ni yo misma comprendía.
Hace unos días, me convertí en quien nunca imaginé. Una acosadora. Acudí al Movistar Fri Music con amigas. Por complicaciones de tiempo me perdí el show de ellos. Tenía una mezcla de amargura y tristeza como pocas veces. Entramos al predio del LeParc y nos dirigimos a la sección especial. Estaba por comenzar “El mato a un policía motorizado” banda de la cual, desconocía. Nos sentamos en el pasto y a pesar del calor insoportable que ese día hacia prestamos la requerida atención que el grupo merecía. Fue entonces cuando lo vi, caminó entre la multitud como si fuese alguien más. Se paró a nuestra derecha y brindó atención. Yo observé, como siempre hice en los casos en que no me animé a proceder. Lo observé como un cazador a su futura presa. En silencio, con completo disimulo. De sus labios salían las letras que sonaban. Estaba solo. No sé por qué, no sé qué me llevó a hacerlo pero saqué mi celular y lo filmé. Lo encontré tan indefenso, tan él. Me vi obligada a capturar ese momento.
Esa misma noche después de bañarme y haber disfrutado un gran espectáculo me acosté en mi cama. Reproduciendo los videos de La Vela Puerca encontré los suyos. Me había olvidado completamente de aquel acto inmoral. Sin embargo ahí estábamos. Mis ojos atónitos y mi dedo a punto de presionar play. En aquel preciso momento sentí como si una energía calurosa invadía mi espacio. La misma energía que me hizo adicta a él. Sentí muchísimo calor por lo que retiré las sabanas. Mis rulos producían sudor en mi nuca. Y mi boca se volvió seca, sedienta.
El video se reprodujo y pude verlo tan hermoso como mi mente enfermiza encontró aquel momento. Una belleza física inexplicable que solo yo encontraba, un misterio con ganas de ser resuelto. Una personalidad que no conocía, una mente que no divagué. El calor de mi nuca fue moviéndose como en un recorrido lento por mi cuerpo. Pasó de mi pecho a mis pezones, los endureció como acero. Luego bajó a mi entrepierna y la humedeció como pleno clima bonaerense. Mientras en mi pupila se reflejaba aquellas imágenes mis dedos entraron bajo la ropa interior y causaron estragos en mi vagina. “Mmm dios” fue lo único que mis labios susurraron. Dejé caer el celular y cerré los ojos. Mi cabeza reproducía sus canciones como un instructivo para masturbarme. Su voz, ¡su voz era la peor de las drogas! Y yo, un cuerpo sobrio esperando por ella. Mi clítoris se había hinchado por completo. Mi vulva explotaba en llamas. Arqueé la espalda lo más que pude. Froté, froté fuerte con ganas, con aquella energía en cada punta de mis dedos. Llegué al orgasmo y grité mientras mis fluidos eran desparramados en las sábanas blancas. Entre el sudor y mis respiraciones agitadas, yacía en el suelo el celular con aquel video desquiciado.
Pero, aun mas desquiciados estamos nosotros dos, él que sin saberlo me droga con música. Y yo, una adicta acosadora.
Cada vez que toque, mientras pueda, ahí me encontraré en medio del público. Tal vez sintiendo orgasmos sin que él sepa… Sin que nadie sepa… Mezclada entre los normales, porque he visto como otros lo miran, y créanme que yo lo hago mejor.
“Te miraré así, sin decirte nada. Hablándote con los ojos exhaustos de palabras. Como si todo estuviera dicho, como si la intención fuera clara. Como si el hambre viviera encarnada en la mirada. Te miraré así, diciéndote todo sin decirte nada.”