Estoy orgulloso de admitir y de haber elegido que mi primera experiencia sexual consensuada con penetración fue con la mujer que más había amado… hasta ese momento.
En mi grupo de amigos somos seis. Cuatro habían debutado con prostitutas. Uno debutó de grande pero no por decisión propia, sino, por fiero. Y yo debuté después, ya que estaba convencido de que lo iba a hacer por amor.
Mis amigos no creían que aún era virgen, mis amigas decían que con la cara de chanta que tengo seguramente era mentira, mi papá estaba preocupado por mi orientación sexual y hasta me ofreció pagar a una de las chicas que fuman.
No obstante, no acepté. Yo quería amor.
Fue así que a los catorce conocí a uno de los grandes amores de mi vida: la cerveza.
Cuatro años después conocí a Lore. La chica con la cual debuté y a quien amé muchos días.
Ambos vírgenes hacíamos previas eternas, mucho toqueteo, muchos besos, muchas caricias, muchos “te amo”. Pero un día la embaracé. Yo quería tenerlo, pero ella no.
Me dijo: “Mi cuerpa, mi decisión”. Me obligó a ir a comprar la pastilla del día después. Claro, su cuerpa, su decisión…pero mi billetere.
Entré a la farmacia, encaré al farmacéutico y le conté mi situación. “Embaracé a mi novia en una previa intensa, fuimos inconscientes, no medimos las consecuencias, no nos cuidamos y la embaracé”. Le comenté también que yo quería tenerlo, pero ella no. Que necesitaba la pastilla del día después.
El hombre, muy profesional, me la vendió. Me explicó las consecuencias, las recomendaciones.
Nos juntamos en la rotonda de la Universidad de Cuyo y Lore tomó la pastilla. Esa vida dejó de existir. Decidí no volver a verla. Había robado mi futuro, agarró mi corazón y lo arruinó con una pastilla de 1,5 mg. ¿Cuánto dolor puede causar algo tan pequeño?
Fue así que aborté al del medio. Aborté la vida que hice vivir al masturbar a mi ex con el dedo el medio.