/El negro y la hija del comisario

El negro y la hija del comisario

Era el primer viernes de enero del año 90, siete y media de la tarde, el sol abraza tan fuerte que hacen 33° a la sombra. Faltan pocos minutos para que el balneario Aquapark cierre sus puertas por el día, mi amigo el Negro, guardavidas estrella de la pileta de 5 mts deambula nervioso de aquí para allá, está preocupado, ¡esta altura del día y todavía no consigue una dama para ir a Bizancio por la noche! Si no se mueve rápido, no hay alternativa, tendrá que ver Grande Pa en la tele. De pronto los nervios del Negro se transforman en ira, un pendejo de 10 años aproximadamente se quiere subir al tobogán, él hace una advertencia con su silbato y logra imponer su autoridad.

— Disculpame, ¡¡te pido perdón!! — Oye el Negro por detrás. — ¡¡Mi hermanito es un desobediente!! — Dice una voz de mujer, al girar, mi amigo ve a una rubia voluptuosa, bronceada hasta las uñas, bikini blanca diminuta y anteojos grandes de sol, labios rosados y una sonrisa dulce como un bon o bon.

— Perdón — dice el Negro a la rubia y rápido de reflejos sacó sus lentes oscuros y se los calzó para que ella no pudiera saber adónde apuntaban sus ojos — Es que ya estamos cerrando — continuó mi amigo — podrían venir mañana más  temprano y así aprovechan mejor el día — remató y siguió astutamente preguntando. — ¿Tu nombre es?

— Paula — soltó la rubia simpáticamente, mostrando los dientes blanquitos. El Negro sintió el impacto, la señal del macho Alfa, el indicio que sólo él podía descodificar e interpretar en milésimas de segundos.

— Me gustaría verte mañana — dijo mi amigo como para probar suerte.

— ¿Por qué no? — contestó la Paula — esta noche no tengo adónde ir, mañana puedo venir temprano…

El Negro supo que era su día de suerte y de tanta emoción largó su libreto, estuvieron conversando como 10 minutos hasta que ella sacó papel y lápiz de su mochila, anotó algo y se lo dio al Negro con un besito en la mejilla, él esperó a que se fuera, puso sus labios en el papel, y agradeció disimuladamente mirando al cielo.

Sólo un detalle le preocupaba, él se movía en una moto tipo enduro, una Montesa 360 cc vieja, sin luces y que hacía un ruido infernal, sin contar la humareda que dejaba, era de 2 tiempos… ciertamente no era adecuado para ésta ocasión.

Cerca de la medianoche el taxi con el Negro llegó más puntual que tren suizo a la casa de la Rubia, todo estaba saliendo redondo, el Negro emocionado tocó el timbre y la Paula salió rápido, no tuvo tiempo ni para sentir la conmoción que sufrió al verla porque ella rápidamente le hizo hacer silencio.

— Mis viejos duermen y no saben que yo salgo — dijo susurrando. Después agregó — si ése es tu taxi decile que se vaya — largó la Rubia casi como ordenando. El Negro obedeció, pero un aire frío pasó cerca de su espalda  como una señal desconocida.

La Paula tenía unas llaves en su mano, las de un Ford Sierra blanco que estaba en la cochera abierta, le pidió al Negro que empujara el auto con sus manos,  hacia atrás, hasta la calle. Una vez allí mi amigo se sentó a su lado, ella con nervios de acero y mirada psicótica, le regaló una dulce sonrisa. La Paula estaba sentada al volante, el Negro dudó que supiera manejar, ella se quitó del cuello una cadenita con un crucifijo, sacó un cassette del corpiño, lo puso en la cassetera y le dijo al Negro — sé que te excita pensar, hasta donde llegaré… — el Ford Sierra salió chillando gomas, con «Prófugos» sonando al mango.

Pobre mi amigo, estaba sin palabras, estaba aturdido, estaba acostumbrado a manejar él las situaciones, el control de sus salidas, algo no estaba bien pero le restó importancia, aunque luego me confesó que tuvo miedo, pero la intriga y el morbo lo llevó a seguir el juego de la Rubia, ¿qué tan mal podía ser?

A varias cuadras lejos de la casa de la Paula ella preguntó — ¿Dónde vamos? — el Negro estaba en otra, tratando de poner las cosas en orden, de tratar de interpretar la conducta alocada de la Paula, pero lo único que pudo descifrar fue que a ella le gustaba Soda Stereo.

La rubia cantaba como histérica, el Negro estaba impactado, a eso se agregaba el encantador aroma a perfume que por poco enloquece, indudablemente era una fragancia importada. La rubia loca volvió a preguntar — ¿¿Dónde vamos??.

— A Casablanca — dijo el Negro velozmente dejándose llevar por su instinto, su cerebrito no alcanzó a reaccionar pero luego pensó: «con tanta presión, nervios e incertidumbre probablemente su muñeco no cumpla con su deber y eso sería la hecatombe, una mancha que sería imborrable para toda su vida. El negro esperaba una mala reacción de la rubia, pensó que ella no había escuchado por el alto volumen de la música y volvió a decir… — A Casablanca me encantaría ir…

— ¿Al telo? — Preguntó riendo la rubia.

— Si, por favor — devolvió el Negro.

— ¿¿Tenés para la suite?? — Preguntó la otra ante la mirada atónita del Negro — Jajajajajaja, no importa, salimos sin pagar a los plomazos — se respondió mientras sacaba una pistola debajo del asiento. Lo miró al Negro y se dio cuenta que ya se cagaba. — No me hagas caso, estoy bromeando, ésa pistola es de mi papá, es policía, está vacía.

Hacia 4 horas atrás, el Negro la quería llevar hasta el altar, ahora estaba pensando seriamente en llevarla al Sauce. La Paula subió frente al shopping por la rampa rumbo este y enfiló para el telo, el Negro sudaba, ella conocía el  recorrido con más precisión que el camino que hacia cuando iba a la secundaria. A pesar de sus malos presentimientos, el Negro continuó hasta las últimas consecuencias, le puso el pecho a la tempestad y si bien solo ellos saben qué sucedió en Casablanca, yo podría jurar que mi amigo no tuvo una buena noche.

Ya pasadas las 4 de la mañana el Negro y la rubia estaban de regreso, el Ford Sierra paró en Bizancio, ella tenía ganas de tomar unos tragos, el Negro tenía hambre y frío, ella le prestó una campera azul horrible que sacó del asiento trasero, y entraron al templo, la rubia mandó al Negro a comprar vodka y mi amigo pidió una Mirinda para él. Mientras estaba esperando las bebidas él husmeaba los bolsillos de la campera y encontró una billetera gorda, al abrirla, se le iluminó la cara, estaba llena de billetes. Cambió la Mirinda por un whisky, después compró otra ronda y después de las 5 se la mañana compró una tercera, hasta propina dejaba.

Luego de tomar y bailar animadamente, en el baño del boliche, el Negro quiso hacer un improvisado control de gastos y sacó la extraña billetera, ya reducida a menos de la mitad de su volumen, cuando encontró en su reverso la credencial de un comisario, de la  seccional 44° de Guaymallen, el padre de la Paula. Mi querido amigo el Negro nunca había tenido en sus manos una situación parecida, por momentos tenía miedo, por momentos tenía intriga, por segundos pensaba que era afortunado ¿pero qué precio estaba pagando? ¿Valía la pena?

Pasaron 20 minutos desde que el Negro está en el baño pensando. El tiempo ha pasado y él no lo percibe, regresa con la rubia dubitativo, ella lo ve venir y abre sus brazos, lo recibe con una sonrisa, como si lo hubiera extrañado, pone su cabeza en su pecho y le dice — trátame suavemente — luego, bailan los lentos más románticos y apasionados que el  Negro bailaría en su vida.

Ya el sábado por la nochecita, en la Posta de los Olivos (frente al Puente Olive), el Negro y yo estábamos comiendo hamburguesas y me hizo una síntesis de lo que vivió la noche anterior, no entró en detalles, sólo relataba sus emociones, desconocidas casi para él, me  habló de la euforia en el comienzo, de la intriga, el miedo, el sudor en la espalda, la dulzura con la que ella lo miraba, las ganas de verla otra vez.  ¿Qué hago? ¿Qué me está pasando? Me preguntó angustiado el Negro, con los ojitos brillosos.

Yo al Negro lo quiero y lo conozco, no le puedo mentir, me tomé lo que quedaba del porrón y le dije — Negro, no te preocupes, estoy orgulloso de ser tu amigo, sólo es amor, te enamoraste, es eso — El Negro suspiró profundamente, me miró aliviado, me dijo gracias y una lágrima bajó lentamente por su mejilla.

ETIQUETAS: