Si alguno tuvo la posibilidad de irse de viaje de egresados a Bariloche, seguro escuchó la emotiva charla del famoso “Indio Caprichoso”. Para los que no lo conocen los invito a buscarlo en YouTube. Aquella persona te emotiva hasta las lágrimas y si de algo me quedó grabado en la cabeza es que los homenajes se hacen en vida. No cuando se mueren, no cuando se enferman, no cuando se alejan de nosotros. “Los homenajes se hacen en vida”, guarden esa frase en su memoria y llévenla a la práctica.
Existe el día de la madre, el día de los enamorados, del animal, del niño y por supuesto del día del amigo. Lo considero un tanto ridículo pensar que solo se festeja a esa persona 24hs. No; se las tiene que festejar todos los días. Cada mañana que el sol salga agradecer a la vida por tu madre, tu hijo, marido, por todos aquellos que forman parte de nuestra vida cotidiana y hacen de ella un lugar mejor. Los amigos ¿Cómo vivir sin amigos? ¿Cómo vivir sin tu grupo de maldades llantos y travesuras? Nos desarrollamos en sociedad, nos desarrollamos con ellos. Los verdaderos, los que se cuentan con una sola mano y sabes que van a estar en las buenas y en las malas. Amigos, la familia que si se elige.
Amigos con derecho, aquel mito en el que todos alguna vez nos vimos involucrados. Deben formar parte de este 20 de julio, formar parte de nuestros 365 días del año. Aquellos al que todos tienen miedo, desconfianza. Que si es posible o no. Déjenme contarles algo, existen, y se merecen un homenaje.
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A él lo conocí en un bar, hace un par de años ya. Fuimos con unos compañeros de la secundaria a un show de música tributo al rock nacional. Como despistados que éramos por tanta edad del pavo jamás nos enteramos que había que hacer reserva. Ahí nos encontrábamos, parados en medio del bar sin saber qué hacer, sin lugar donde sentarnos. Con caras largas por tener que retirarnos levanta la mano un muchacho y nos hace señas. Resultaba ser hermano del cantante, sobraba lugar en su mesa y nos invitó a compartir con la condición de comprarle una cerveza. Agradecidos nos acomodamos junto a él.
Entre charla y charla descubrimos que teníamos la misma edad e iba a un colegio cerca del nuestro. Mis amigos como típicos adolescentes mostraban superioridad y dejaban ver la rivalidad que había entre bandas. Con mi amiga no les dimos atención y dirigimos nuestra completa atención al show. Aquella noche nos pasamos nuestros facebooks y prometimos una juntada para la próxima. Promesa que jamás se llevó a cabo. Nos reencontramos meses después en algunas fiestas de egresados, el con sus amigos y yo con las mías. No había relación. Murió todo allí.
El destino es rebuscado, siempre creí en el. En las casualidades también. Mi mejor amiga empezó a estudiar arquitectura y daba coincidencia que le tocó ser compañera de él en la misma comisión. Eufóricos por el nuevo encuentro propusieron una previa y después boliche. A la cual fui invitada.
No lo reconocí, Martín estaba cambiado, era un pendejo fachero, alto y con musculatura. Tenía unas bermudas color bordo con una camisa mostaza entreabierta. Un perfume encantador, dientes blancos recubiertos por piel suave. Un saludo y un par de tragos. Ya éramos mejores amigos y por supuesto jugadores profesional del famoso “rey manda”. Llamamos a los taxis, documentos en mano y nos dirigimos al boliche. Era todo risas y sonrisas picaras. Las mujeres no somos tontas, entendemos las estrategias más que ellos. 3 contra 3, mis amigas con los suyos, yo y él. Eso, eso me encantaba
Al ritmo del Dj bailábamos con ardor, era la danza de la seducción. Él con sus hombros descolocados y yo con mis rulos salvajes nos seducíamos. Nos queríamos conquistar. De la mano me llevó a un rincón y me comió la boca. Nuestras pieles se sentían cerca a pesar de la ropa. Esa danza se volvió habitual por muchos fines de semana, nos encontrábamos en la pista y nos hacíamos uno solo. Dejábamos que aquel destino quisquilloso nos ubicase, en mi las ganas se hicieron frecuentes, en cada salida rogaba encontrarlo para sentir esos labios. Y muchas de esas veces se hacían realidad.
Bastó con pedirme whatsapp para llevar esto al nivel cotidiano, charlas profundas otras tontas. Con sentimiento y algunas con fuego. De temas familiares a temas de farándula. Éramos dos personas exactas en el momento exacto. Jóvenes y con ganas de vivir, sin celos uno por el otro y sin cadenas. Libres. Una noche de invierno no vimos la necesidad de boliche, me invitó al cine. Caminábamos uno al lado del otro sin agarrarnos las manos, no había candado. Esa noche la disfrutamos los dos, vimos una película deseada por ambos y peleas con papas de Mc Donalds no faltaron. Me subí a su auto y entre beso y beso terminamos en el parque. No me queje, él tampoco lo entendía pero ahí estábamos. Y ahí estuvimos por primera vez.
Nos desvestimos en el asiento trasero y gozamos de aquel destino o casualidad. No había vergüenza, era mi amigo. Si eso era, amigo. No quería llegar al próximo nivel, el tampoco. No lo necesitábamos. Estábamos bien así y desde esa noche de julio prometimos jamás olvidarnos. Tal vez pasaban meses en que no nos veíamos, tal vez yo salía con otros. Pero ninguno era como él, con ninguno compartía la pasión de un encuentro como con Martín. Con él no me preocupaba si me metía los cuernos o miraba chicas en la calle. El conmigo no estaba obligado a saludarme una vez por mes con regalo incluido. Éramos libres. Somos libres.
Libres.
Eso son los amigos con derechos, hoy actualidad, con Martín nos seguimos viendo. Somos los mismos amigos que fuimos siempre, seguimos yendo al cine y a bailar. El conoce mis más profundos secretos y es uno más en mi familia. Yo soy la que siempre estuvo para él y no hay requisito de cambiar.
Se requiere madurez para tenerlos, aclarar las reglas. No hay necesidad de lastimar a otras personas o lastimarse uno mismo. Todos nos conocemos y sabemos hasta donde podemos llegar, muchas veces es preferible dejar las cosas en amigos, o incluso llevarlas a una pareja formal. Pero créanme que el punto medio es lo mejor, sentirse libre pero acompañado. Estar soltera pero no sola. Salir en grupo y saber que uno de ellos es alguien más. Alguien a quien podes desvestir, desvestirse, vestir y vestirlo las veces que quieras. Alguien en quien confiar. Alguien a quien llamar “amigo con derecho”.
¡Feliz día!