Cuidate de lo que haces, de lo que decís, de cómo te vestís porque Mendoza es un pañuelo ¿Cuántas veces escuchamos decir esa frase? ¿Cuántas veces la dijimos? Conoces a una persona en un bar y resulta ser vecino de tu mejor amigo, también se curtió a tu ex y que por supuesto, fue a la misma escuela que vos en algún pasado oscuro. Si, Mendoza es muy chico. Pero créanme que Argentina es un pañuelo con un poco más de tela bordada.
El fin de semana viajé a Buenos Aires por placer, de paseo y distracción. Digamos unas mini vacaciones. Aproveché a conocer ciertos lugares que venía viendo desde hace rato en google maps y el día sábado fui a un festival de música en la que tocaban 15 bandas nacionales e internacionales. ¿Quien diría lo que encontraría en esa muchedumbre de gente?, mejor dicho, a quien.
Eran las seis de la tarde, caminaba recorriendo entre los escenarios para no perderme ninguna banda cuando sentí que gritan mi nombre, al voltearme lo veo a él, Lucas. Un ex chongo mío de hace varios meses, diría un año. Por cosas del destino habíamos perdido contacto y nunca más supimos nada uno del otro.
Me saludó con un cálido abrazo, algo sorpresivo por la gran línea de tiempo que había entre nosotros. Entre risas asombradas por tal reencuentro nos sentamos en un costado a charlar. Él había ido con varios amigos de su club. Yo viajé sola. Sacó el tema que no quería, un tema que daba por olvidado y pisado. Nuestras noches vividas. Recordamos lo bien que la pasábamos y esa conexión que teníamos uno con el otro. ¿Por qué la perdimos? Nos repetíamos una y otra vez. Susurró entre sus dientes un “te extraño”, mis ojos marrones iluminados por el sol lo miraron y desataron picardía en sus pupilas.
– Sabes, entre todas las aventuras que tuvimos nunca lo hicimos de día.
– Jaja es verdad, somos animales nocturnos. Siempre lo fuimos. – Le dije con una sonrisa tímida y bajé la mirada.
– No hagas eso, no te sonrojes, conoces el morbo que me agarra cuando te veo así.
– Es la situación Lucas, no planeaba encontrarte acá.
– ¿Y que esperamos? – Agarró mis manos.
– ¿Cómo que esperamos? ¿A qué te referís? – Nerviosa, con voz temblorosa.
– Es de día, estamos en otra provincia, solos. Decime a quien conoces además de mí en todo este quilombo de gente. Dale nena, por los viejos tiempos. – Decía entusiasmado como pocas veces lo vi.
– ¿Qué tenes en mente?
– Vos seguime
Esa frase en modo imperativo bastó para hacerle caso cual niña hechizada. Lo seguí, caminamos agarrados de la mano por el predio yendo al final. Me había olvidado de Lucas, de su sonrisa inclinada hacia el lado izquierdo de su cara, su tez morena y su cabello oscuro y sedoso. Me había olvidado de nuestra altura perfecta, nuestras bocas coincidían y nuestras pelvis también. Me había olvidado de sus ojos negros, intimidantes. Me había olvidado completamente Lucas. Y acá estábamos, casi un año después, en un recital, en otra provincia, caminando hacia Dios sabe dónde.
Luego de un par de vueltas terminamos en la cola de los baños públicos. Desafiante me propuso una nueva aventura. Pero teníamos que hacerla bien, disimulada. Buscamos el último baño colocado justo al lado de un árbol. Era el baño de discapacitados, el único que había. El morbo aumentaba. Además de que son espaciosos…
Hicimos fila y él se escondió por atrás, primero ingresé yo y a los segundos entró él. Por suerte estaba impecable, considerando que eran baños químicos, públicos y en un sitio lleno de borrachos. Dejamos nuestras mochilas en el piso y nos miramos. Estábamos en inmóviles, ninguno pudo tomar la iniciativa de besarse. Era hasta una situación un tanto cómica, después de todo lo vivido aun estábamos nerviosos como la primera vez. Esbocé una risa suave agachando mi cabeza y el apoyó sus manos en mi rostro. Volvió a susurrar un “te extrañaba” y nuestros nervios se consumaron en un beso lento.
El cuerpo recuerda, inclusive más que la mente. El cuerpo tiene memoria, apenas sus labios se posaron en los míos sentí como mis pechos explotaban. Una sensación caliente. Considerando el calor que ya existía en ese espacio. Su boca descendió a mi cuello y la explosión de mis pechos bajó hacia mi entrepierna. ¿Cómo es posible que en cinco minutos me haya mojado? Bueno, él lo logró. Estaba humedecía y quería que destruya mi sexo cuando antes pudiese.
Mientras Lucas seguía comiéndose mi nuca yo bajé mis manos hacia su pantalón, podía notar la excitación que había ahí. Lo apreté fuerte y le hice saber que eso era mío. Se enojó por tal dolor que me dio vuelta dejándome de espaldas a él.
– Ahora vas a ver lo que es juntarnos de día. – Dijo con voz demandante mientras desabrochaba su cinturón.
Yo, por mi parte hacia lo mismo, bajaba el cierre de aquel jean desgastado digno de tantos recitales y lo dejé a la altura de mis tobillos. Había llevado una bombacha negra, algo calada. Cuando escuché su cinturón haciendo choque con el piso sabía que había dejado al descubierto su miembro inflamado. Me dio unas cuantas nalgadas en la cola y con la mano derecha bajó aquella vedettina negra, la bajó con fuerza casi desgarrándola.
En un suspiro y unos acordes de la banda sonora su cabeza ingresó de apoco en mi matriz. Estaba completamente húmeda, y a él le gustaba, al no tener preservativo por tan inesperado momento las sensaciones se vivían con más fuego. Dejó de ser un niño sutil y empezó a penetrarme con fuerza.
Mi espalda estaba arqueada y mis cabellos llegaban a la altura de la cola. Los agarró y los tiró con fuerza apoyando su codo en mis hombros. Seguía dándome duro y yo gemía. Gritaba por poco, no me importaba el lugar ni la situación. Posiblemente afuera habían policías esperándonos, o tal vez nadie. Posiblemente el baño se movía como un terremoto desenfrenado o tal vez estaba quieto como el árbol a nuestro costado. Pero allá adentro generábamos desastres naturales.
Resbaló sus dos manos a mi cintura y me apretó con potencia. Su mástil muy erecto entraba y salía con rapidez. Estábamos transpirados porque aun conservábamos las remeras. Mi cola chocaba con su pelvis y por cada contacto un temblor en la tierra había… Dios… Lucas no paraba, yo me sostenía sobre la baranda de la cual los discapacitados se ayudan. Mis manos resbalaban por tal temperatura… Excitados y con bronca gemíamos a la misma vez.
Lucas iba a acabar, se separó de mi vulva hinchada y me arrodilló al piso.
– Abrí la boca putita. – Otra vez aquel tono demandante que me gusta. – ¿Acaso no tenías sed?
Yo le hice caso a su modo imperativo y consumí aquel néctar blanco. Saboreé y tragué.
Nos vestimos como pudimos, teníamos miedo de salir. ¿Qué nos esperaba afuera? ¿Guardias, gente, alguien en silla de ruedas enojado? Nadie, abrimos la puerta y no había nadie. Más perfecto no pudo haber sido. Lucas se fue con sus amigos y yo al escenario siguiente. El festival continuaba.
¿Habrá algún reencuentro en Mendoza?