Hola, buen día, es navidad y tu cuerpo lo sabe. La noche de anoche tuviste descontrol etílico/gastronómico, seas adolescente, joven o viejo, sin dudas cometiste uno o varios excesos y ahora el cuerpo te pasa factura mientras lees esta nota desde la comodidad de una reposera o en el inodoro. Tal vez tamaña hazaña culinaria y/o bailantera te ha dejado postrado frente a los 24° Macristas del aire acondicionado o a los 16° pizaychampaneros kirchneristas. Pero es 25 y tenes que arrancar, la familia te espera y aún quedaron petardos y regalos sin abrir.
Quizás anoche comiste lechón y ahora pretenden que te almuerces las sobras frías. Las mejores partes del animal fueron consumidas, pero junto con su cabeza y lengua fuera chu chu güa, queda algo difícil de roer pero con mucha carne. Ideal para mezclar con la salsita de vitel toné misteriosamente guardada por alguna mano femenina.
A lo mejor no te bastó la sacudida de anoche, doblegaste la apuesta y estas en pleno asado. También están los Terminator Hepáticos que se lanzan a cocinar un segundo lechón, sumidos en una especie de parafernalia alimenticia que carece de todo sentido ético, estético y digno.
Tal vez la modestia y la crisis reinan en tu hogar, entonces se armó un compilado de sobras, entre rusa, sanguchitos, empanadas y pollo y es ahora el momento de atacar nuevamente. La austeridad en este caso no va de la mano con la salud, así que nada te asegura que te caiga bien mezclar el relleno del pollo con una rodaja de casero untada en mayonesa de ajo, todo regado con un vaso tamaño yacaré de gasesosa cola de segunda marca rebajada con media bolsa de hielo.
No seamos hipócritas, sin dudas no le vas a dar treguas a tu ajetreado estómago. Luego del almuerzo vendrá “la calor”, seguro estarás en algún lugar con agua para refrescarte un poco y te vas a terminar tentando con ese porrón helado que genera casi un orgasmo al ser vertido en un vaso, ese sodeado cuyos hielos repiquetean sabroso en el vaso de acero inoxidable hecho por un herrero amigo, o esa botella cortada al medio llena de fernet y hielo preparada por los adolescentes de la familia entre cumbia y caras desfiguradas por la resaca. Por más que el pedo de anoche te llevó a esbozar por enésima vez en el año, o en el mes, que no volvías a tomar nunca más, ahí te ves mamotreto, nuevamente embarcado en las aguas del alcohol.
¿Y para qué contar sobre las cosas dulces? Productos ideados para pasar los más crudos inviernos en Siberia, como el chocolate con maní o el mantecól, derretidos con el ambiente del “oeisis” menduco y esperando ansiosos ingresar a tu estómago para hacer implosión interna y destrozarte antes del anochecer, cubriendo como una napalm yanky tu flora intestinal vietnamita. Pero están ahí… todos juntos en la mesa ordenada con digitada pulcritud por la tía Chola, repartidos con total sapiencia y seducción. Tienen más preparativo que foto de Big Mac. Está todo lo dulce ahí, con sus colores y texturas, la garrapiñada ordenadita en compoteras del Átomo, el turrón alemán crujiente, el mantecol cortado en cuadrados perfectos para que no sea devorado abruptamente por algún tirillas o niño glotón, el budín marmolado que va como piña con chocolatada… como piña al hígado, el esponjoso pan dulce con las nefastas frutas abrillantadas y el otro… el de pepitas de chocolate, escondido en la alacena de la nona, para los valientes que se animen a quedarse hasta el fin del ritual.
Nadie sabe porque hay Sidra, quién carajos trajo esa bebida horrible y cómo puede ser aún comercializada en el mundo, pero se la terminan tomando; los chicos creyéndose pícaros por ingerir algo “con alcohol” y los grandes porque les da pena tirarla.
Esta noche vas a llegar reventado tipo 22 a tu casa, sin dudas te va a terminar dando hambre y va a ocurrir la peor de las ingestas: comerte las sobras de las sobras, el rejunte de lo reciclado. Ya ni siquiera producción visual tiene: es un cacho e’ carne con una bola de ensañadas, fusión entre pedazos de tomate, una hoja de lechuga, la inacabable salsita del vitel toné y un montón de zanahoria de la rusa que dejó algún pendejo luego de comerse la papa y que una tía creyó prudente no arrojar a la basura.
Le sacas el corcho a la media botella de vino que quedó en la heladera y terminás abriendo un marmolado con chispas de chocolate que te tenías acobachado como un champion. Mañana es martes, día laboral, tenes 6 días para regenerarte y darle nuevamente batalla al ataque gastronómico que se avecina.
Salí a caminar para quemar grasas, tomá mucha agua para regenerar el hígado, comé frutas y verduras, alejándote de los carbohidratos y las carnes condimentadas, fuma menos, intentá no ponerte en pedo y armá la lista de “promesas 2018” que seguramente no vas a cumplir jamás.