Once y media de la noche de viernes en pleno confinamiento, suena en mi celular la canción «1,2 ultraviolento» y eso me alegra, ya sé quién me está llamando, ése ring tone se lo tengo asignado a mi leal e inseparable amigo el Negro. Si bien hace un mes que no nos vemos, hablamos por teléfono a menudo. Atendí al momento, el Negro es amigo mío desde hace muchos años y hemos compartido inolvidables momentos, buenos y malos; empezamos a conversar de boludeces, como siempre, pero casi al toque lo noté diferente, intranquilo y cabizbajo. Inmediatamente le pregunté el porqué de la llamada a esta hora de la noche. Me respondió con incongruencias y evasivas, al momento supe que algo extraño le pasaba y me ofrecí ayudarlo en lo que pudiera, desde mi casa en Carrodilla, pero él necesitaba verme, casi con urgencia. Le dije que viniera a buscarme y me respondió que pasaría por mí en unos minutos porque su auto estaba bloqueado por los coches de los vecinos del complejo donde el Negro vive, en Alto Dorrego, a cuadras de la cancha del Tomba, pero que vendría por mi «como sea», para llevarme a su casa, que no me preocupara y que por favor preparara un bolso con papel higiénico, fideos, azúcar, yerba, un fernet y la garrafa de gas con hornalla que yo tengo para llevar a la montaña los fines de semana.
Pobre Negro parecía que no tenía con qué cocinar los alimentos ni suministros de primera necesidad. Me sentí mal, pero gracias a Dios yo tenía en mi casa todas esas provisiones, hasta la garrafa llena de gas.
A las doce y media de la madrugada suena un timbre de bicicleta persistente y latoso afuera de casa, miro por la ventana y era el Negro, ¡¡ no podía creer que había llegado a mi casa en la bicicleta!! bañado en sudor y con su típica sonrisa granuja , como en sus mejores momentos, nos dimos un abrazo largo y me señaló la parrilla de la bici con los labios, como tirando un beso.
— Dale, ahí, acomodate que nos vamos, ¿tenes el bolso listo no? —Me dijo.
— Sí Negro, tengo todo lo que pediste, hasta una coca llevo también —Le respondí contento.
Agarré mi mochila cargada de provisiones, me senté en la parrilla de la bici, la garrafa apoyada en mi muslo derecho y salimos. El Negro pedaleaba con ritmo, se la estaba bancando como buen macho, yo peso 90 kilitos, más la mochila y la garrafa, fácil fácil, teníamos 125 kilogramos, sin contar los 85 del Negro.
Agarramos el carril Cervantes rumbo Puente Olive y dobló como para el Vea. Yo no quería preguntar mucho porque me daba lástima quitarle oxígeno al Negro, pero fue él quien comenzó el diálogo.
— Hay muchos controles policiales, me llegan alertas por WhatsApp, frente al cementerio de Godoy Cruz y la plaza, otro en la Rodríguez Peña y Acceso Sur abajo del puente, también hay uno grande en la San Martín Sur frente a Soppelsa, vamos a hacer un pequeño desvío para evadirlos.
El Negro agarró envión de no sé dónde, se paró en los pedales y haciendo pequeños chifles cuando exhalaba el aire tomó carril Sarmiento hacia el este, pasando por Luzuriaga hasta el carril Urquiza, cuando veíamos la luz de algún vehículo que se aproximaba nos tirábamos a la banquina al resguardo de la oscuridad, nadie debía vernos por la calle, no sólo estábamos infringiendo la ley por romper la cuarentena, también parecíamos sospechosos, el Negro llevaba la gorrita Adidas de lado.
Habían pasado hora y media desde que salimos, íbamos a buen ritmo, yo sentadito y agarrado de su cintura con una mano y la garrafa en la otra, iba joya, aunque debería haberle puesto al menos un diario arriba de la parrilla, los hierros me estaban marcando los cachetes, así y todo ya estábamos pasando frente a la bodega Uvita, luego la calle parecía tener una pendiente y el Negro, beneficiado por esa irregularidad del asfalto, aprovechó para pedalear sentado un buen tramo, yo cambiaba la garrafa de muslo de vez en cuando. Los cálculos optimistas del Negro decían que a las 3 a más tardar ya estaríamos ferneteando en su casa de Dorrego y escuchando a Los Ramones. Me puse contento.
Ya en la Rodríguez Peña agarramos rumbo oeste, como para Godoy Cruz, cada auto que se aproximaba era una amenaza, podría ser la policía y encerrarnos por violar el confinamiento. A esta altura del recorrido nos habíamos tenido que tirar a la banquina como 8 veces a ocultarnos entre los yuyos, eso nos retrasaba pero también era un alivio, tenía el culo marcado por la parrilla y bajar de la bici de vez en cuando era un bálsamo para mí.
A las tres y media de la mañana estábamos pasando frente a Pescarmona y poco antes de las 5 ya podíamos divisar a lo lejos el control policial abajo del puente del acceso sur. El Negro muy astutamente dobló a la derecha, rumbo norte por la lateral este del acceso, 200 metros antes del club Israelita nos agarró una bajada muy pronunciada, los frenos de la bici no pudieron resistir a tanta velocidad y peso, esa combinación fatal nos llevó a derrapar contra los alambrados que bordean un lote . Yo caí de panza, arrastrándome por un charco de agua podrida, el Negro pudo caer más leve, de rodillas. Cuando vimos mi ropa mojada ambos rogábamos que fuese sangre y no el fernet que se hubiera roto. Por suerte, y después de revisar la botella y asegurarnos que estaba intacta, nos sacudimos el polvo de encima y empezamos a buscar la garrafa, había volado como 10 metros adentro del campito.
Reincorporados del golpe y el susto y con la garrafa en la mano, continuamos la travesía por la parte trasera del mall La Barraca, mi amigo se detiene y preocupado revisa el teléfono.
— Malas noticias, maldición, el control anterior de la policía, el de la Rodríguez Peña se movió para Acceso Sur y Adolfo Calle y se sumó otro control en el Walmart, me acaba de entrar un alerta de WhatsApp —Dijo el Negro inquieto y ya casi neurótico.
Una lástima, estábamos frente al barrio Alimentación cuando tuvimos que regresar. Ya no solo teníamos que parar la marcha por los autos que se aproximaban, también nos teníamos que detener por los calambres que nos daban, el Negro de tanto pedalear y yo por tener las piernas flexionadas para no tocar el asfalto con la suela de las zapatillas. A las 7 de la mañana habíamos avanzado bastante, estábamos frente a la sodería Canet pero teníamos un enemigo extra, la luz del sol, ya había amanecido y si bien no circulaban muchos autos, ahora había que ser más precavidos.
El Negro tuvo una idea fantástica, el itinerario zigzag, para evadir toda amenaza policial.
El dramatismo se sumó a la travesía, las doñas que madrugan para barrer las veredas nos veían pasar y entraban rápido a sus casas, el Negro pensó que eran buchonas y que llamarían a la policía, eso activó la alarma y mi amigo tuvo que acelerar la pedaleada a máxima potencia.
Entramos al barrio Batalla del Pilar haciendo serpentinas por las calles. Pasamos por la parte trasera del cementerio de Godoy Cruz y llegamos hasta el local de comidas Todo Rico, sobre el carril Sarmiento, eso me despertó el hambre y se me iluminó el foquito, ya eran las ocho y cuarto de la mañana.
— Negro, estamos a seis cuadras de mi casa más o menos ¿qué te parece si hacemos un descanso y desayunamos? tengo un bizcochuelo exquisita de chocolate que me mandó mi vieja, nos tomamos unos mates y esta noche probamos ir a tu casa en Dorrego otra vez. ¿Te pinta? — Le dije casi rogando para que me aceptara la oferta.
— Excelente idea, y de paso aprovecho para ir al baño y pegarme una ducha — Respondió el Negro con su sonrisa más auténtica.
Pasaron los días y nunca tuve oportunidad de preguntarle a mi amigo cuál fue el problema que lo atormentaba esa noche, pero como lo conozco bastante y lo vi bien, me di por seguro que había sido una estupidez sin importancia.