El trabajar en un comercio suele ser problemático, más aún cuando tenes que hacer las veces de multiusos, ventas, cotizaciones, recepción de pedidos, encargos, atención a proveedores, etc. Soy un humilde comerciante de productos ferreteros que, por cuestiones de crisis y demás, debió rescindir de los servicios de sus empleados, los cuales hacían de mi trabajo un poco más llevadero y liviano, ahora sin ellos, más agotador y tal vez estresante.
Un buen día, ya cansado de andar como «maleta e’ loco» para todos lados, me dije a mi mismo: «Necesito un relax, y repensar las cuestiones comerciales». Deje a mis viejos atendiendo el negocio, ellos ya son grandes y con sus 60 décadas ya están como quien diría curtidos sobre la materia. Fui a tomar un café al centro de Luján de Cuyo, solo eso, como para despejar un poco. Ojo, si pudiera, me voy a la bosta de Crucero por el Atlántico, o dos meses de vacaciones a Nueva York, pero como sale carísimo, con un feca estamos más que bien.
Descansé una hora deleitándome con una delicia cafeinesca de origen colombiano que el dueño de la cafetería había incorporado hacía poco tiempo, y unas medialunas rellenas de dulce de naranja, un deleite, fue espectacular, quería otro más, pero decidí dejarlo para después. Caminando por la vereda, luego de retirarme del café, noté un comercio de limpieza, automáticamente recordé que necesitaba un desodorante de ambientes para mi negocio. Entré al local, me llevé terrible cagazo:
«DING-DONG ¡HOLA! ¡BIENVENIDOS!»
—¡La concha de la lora! — Dije del susto —Uy, perdón señor no fue adrede. — Aclaré al hombre que atendía el negocio.
—No hay problema joven, buen día. ¿En que lo puedo servir? – Respondió el hombre.
—Si, necesito un desodorante en aerosol marca Mabel, Campos Verdes de Atacama por favor. – Respondí.
Entretanto el hombre buscaba el aerosol, yo observaba una especie de sensor en la puerta de entrada, el que me había dado la bienvenida de una manera un tanto brusca pero servicial con acento a chino.
—Aquí tiene joven, ¿Algo más? – exclamó el hombre
—No nada más, bah, una consulta, ¿Dónde consiguió ese timbre con sensor? —Respondí.
—Ah, no, yo no lo compré, mi hijo me lo trajo. Pasa que cuando estoy en el fondo a veces no escucho si entró alguien. – Contesto.
Agradecí su respuesta y después de haber pagado el aerosol me retiré. En el camino a casa pensaba que si conseguía uno de esos timbres tal vez me alivianaban los labores. Y es que hay cosas que no pueden hacerse en el mostrador, llámense orden de papelería, control de stock, revisión de depósito, pesar el alambre. Son esas cosas que solo las podes hacer entre las estanterías, la oficina o en el depósito que está lejos del mostrador.
«Ya fue, lo mando a pedir con alguno de los que trabajan artículos electrónicos, mal no me va a venir» Pensé.
Lo hice, lo encargué a mi amigo Lucca el cual distribuye esos artículos. El me mostró tres calidades, mas yo opté por la versión económica, aunque debería haber elegido la más cara según consejo del mismo Lucca. Al llegar el envió de mercadería abrimos la caja y, ordenando todo el pedido, encontré el timbre. Lo desembalamos y armamos, batería y cargador, soporte de pared, impecable. Lo colocamos en la entrada, elegimos el tono de “¡Hola, Bienvenidos!”. Así aguardamos a que llegara un cliente para probarlo, efectivamente funcionó. Cuando se puso flojo el día aprovechamos para pesar el alambre en rollos de a kilo. No alcanzamos a pesar ni dos kilos que sonó “¡Hola, Bienvenidos!” Fuimos a atender, nadie. Nos asombramos, pensábamos que alguien había pasado y se había escondido para hacernos una broma, pero revisamos y no, nada de nada. Seguimos con lo nuestro, “¡Hola, Bienvenidos!”, otra vez. Ahora si había alguien, mientras lo atendíamos sonó otra vez, y otra vez, y adivinen qué…
—Eric, es una pija lo que compraste. — Dijo mi viejo.
—“¡Hola, Bienvenidos!” — Dijo el hinchapelotas aparato.
—¿Ves? La concha de la lora, ¡Saca esa cagada de acá!
—Bueno pap. – Fui interrumpido.
—“¡Hola, Bienvenidos!”
— Ya fue lo voy a sacar, le desconecto el transformador y listo — Mencioné mientras lo hacía.
Lo deje en el mostrador, entretanto limpiaba el mismo venían llegando clientes.
—¡Buenos días! ¿En que lo puedo ayudar?
—Hola, necesito una arand..
— “¡Hola, Bienvenidos!”
—La puta madre. – Dije extenuado.
—¿Cómo dice? – Mencionó el cliente.
—No, perdón no es a usted a quien le digo, es otra cosa. – Respondí, mientras guardaba el timbre en una caja cerrada.
—Bueno necesito unas arandelas de vuelo ancho. – Contestó.
—Perfecto, de qué medida. – Pregunté.
—“¡Hola, Bienvenidos!”
—La concha de mi vieja. – Exclamé con un tono de enojo supremo — ¿Pero cómo puede sonar? Si lo desconecté y además lo metí en una caja cerrada y oscura.
—¡Eh! Viejo, aflójale a las puteadas. Deja, no me vendas nada me voy. – Dijo el cliente.
—¡No! Es que no es a uste..
—“¡Hola, Bienvenidos!”
El cliente que estaba atendiendo se fue al carajo dejándome sumido en una vergüenza de proporciones astronómicas, los demás clientes haciéndose los boludos se fueron rajando despacito para no levantar sospechas ante mí que estaba profundamente sacado por la porquería electrónica de timbre mierdero que fui a comprar.
¿Por qué sonaba aun si lo había desconectado? De boludo me olvide de sacarle las pilas. Solo restaba hacer una cosa, ya que me había tomado la molestia de mal gastar, debía hacer de eso algo que realmente sirviera, y eso hice. Lo coloqué dentro de la heladera en casa, y me senté en la mesa a esperar que alguien abriera para cagarme de la risa.
Y así es como de esta manera aprendí que con gastarme unos mangos más obtengo lo que realmente necesito, y que las baratijas, aunque no funcionen como esperábamos y nos dejen echando puteadas universales, siempre pueden sacarnos una sonrisa… o un infarto en el caso de mi vieja al abrir la heladera.
Escrito por Erik Da Vila para la sección: