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Dos mendocinas sueltas en Israel

Durante el transcurso de las pasadas vacaciones de verano 2011-2012, estaba al borde de un colapso sudorativo, cuando mi progenitora me ofreció un pequeño viaje refrescante. Yo automáticamente pensé en la brisa de las olas del mar del pacífico, pero ella tenía otros planes para nosotras; unos planes más orientales, religiosos y, por supuesto, más costosos. No, no nos fuimos al culo del mundo o a la Antártida, nos fuimos a conectarnos con nuestros orígenes, a Israel.

Y no puedo continuar mi relato sin primero hablar de mi sangre, o mejor dicho, de mis tres cuartos de sangre judía y lo que ello significa para mi persona. Ser judío tiene diferentes significados. Digamos que uno si es católico tiene que estar bautizado, pero si uno es judío no necesariamente tiene que seguir una religión. Como ejemplo de esto está el hecho de que muchos judíos son ateos, y no todos andan con las túnicas negras y los gorritos negros adornados con dos bucles. Yo lo entiendo como que hay dos tipos de judíos: el de sangre y el de religión.

Yo me considero judía de sangre, porque de religión tengo cero al cuadrado. Lo único que conocí de judaísmo durante mi infancia fueron los platos que me hacía y actualmente me hace mi Babe durante las reuniones familiares (siempre movilizada por mi estómago yo). Nunca celebramos Hanukkah ni el día del perdón, sólo nos limitábamos a comer como chanchos todas las delicias que había en una mesa, poniéndole dulce de leche al Matzá, morfando knishes en las mediatardes que la visitamos y leicaj de regalo si le hacemos algún favor como el de averiguarle algo por internet. Eso para mí era el judaísmo: comer y mucho.

Argentina está poblada de judíos de sangre, de apellidos impronunciables y narices con forma de anzuelo de tiburón. Los hay miles, y yo entro en esa enorme población; pero además tengo una tía y un tío que viven allá a lo lejos, en la tierra prometida. Por la familia que nunca visitamos y porque la sangre tira, mi mamá y yo necesitábamos ir a Israel antes de morir. El falafel nos llamaba en sueños.

Y luego de 4 aviones, 36 horas de aeropuerto en aeropuerto, 2 cuellos traumatizados y un cuestionario sobre posesión de armas y bombas realizado por mujeres militares que no nos soltaron hasta que dejamos de transpirar (y no era de los nervios); llegamos a nuestra primer parada: Eilat. Nos recibieron con pitos y flautas, y nos llevaron inmediatamente a comer algo. Ya les digo, así empezó el viaje y así terminó…comiendo. La mesa tenía como 6 platos distintos, entre caseros y pizzas pedidas a última hora por si el hambre era el tercer pasajero traído en la valija. Era la primera vez que alguien de mi familia iba a visitar a la otra familia, por lo tanto el acontecimiento era importante.

Mi tía nos prestó un departamento a 4 cuadras del centro, con todas las comodidades necesarias y mucho más. Y apenas pasamos la primer noche, comenzamos la aventura. Investigamos todas las novedades del departamento nuevo y descubrimos cosas interesantes: todas las casas tienen calefón solar; la cadena del baño tiene dos opciones: para pis y para popó según el gasto de agua; el único canal de tele visible y entendible era telefé, los otros eran en hebreo, ruso o árabe; la mayoría de las galletas de la alacena eran sin sal; entre otras estupideces que nos llamaron la atención.

Luego de dormir una cuantiosa cantidad de horas, nos dispusimos a investigar más allá del departamento…fuimos al súper de enfrente. Ahí nos volvimos locas de remate. No hay peor cosa para una persona que tiende a comprar comida de forma compulsiva, el hecho de estar encerrada en un supermercado con cosas nuevas que nunca antes ha comido. Desde frutas exóticas baratas hasta una góndola entera de galletas solamente de chocolate. Estuvimos como una hora para comprar las 10 cosas de la caja rápida, abandonando los caprichos en el trayecto a la caja. Comimos caqui, maracuyá y nueces dulces (pecán para ellos) hasta hartarnos. Una vez desayunadas y felices salimos a conocer aún más.

Percibimos que las mujeres israelitas son ruludas, narigonas y siempre arregladas, es decir, una réplica de mi madre y yo. Automáticamente me sentí en casa, cero discriminaciones y cero cargadas. Una de mis primas, en su primitivo castellano, me dijo que la mujer tiene que tener pelos acá y acá nada más, señalándome las cejas y el pelo de la cabeza; en ese sentido nos sentimos bastante menos identificadas…ya que después de ver a una mujer ser depilada con cera los pelos de la bubis, decidí declararme peluda con todas las malas miradas que ello conllevara.

Cosas generales que les gustaría saber a ustedes de Israel:

  • No tienen semáforos en algunas ciudades. Para que los autos no choquen, ponen una mini-rotonda en cada esquina, como si vivieran en el parque. Además los autos son en su gran mayoría automáticos y nuevos, ya que autos con cierta edad quedan fuera de circuito y pagan impuestos más caros por salir a la calle. El problema es que a pesar de las rotondas andan a los palazos, y nosotras salíamos corriendo para cruzar una calle angosta por miedo de que un colectivo a 120 km/hora nos pisara.
  • Hacen el servicio militar al salir de la secundaria, mujer y hombres por igual. Al salir del servicio, si deciden trabajar de algo de forma inmediata, el gobierno les paga 6 meses después para que viajen, eligiendo generalmente Latinoamérica como principal destino. Pocos estudian, porque las universidades son caras; pero al haber poca pobreza, estudiar siempre es posible. 
  • La gente es sumamente respetuosa y también apurada. Una vez iba paseando por un paseo de artesanos cuando una señora se frustró porque yo caminaba muy lento y directamente decidió empujarme y decirme alguna cosa rara en Hebreo, a la que yo respondí riéndome a carcajadas porque no entendí un pedo lo que dijo.
  • Es chocante ver el aprovechamiento de recursos que tienen. Cada gota de agua se aprovecha y existen cultivos a cada paso de ruta con invernaderos en el medio del desierto. Son exportadores de frutas y verduras, a pesar de que el paisaje que vemos sea puro desierto. Parte de esto surge de los Kibutz, que son colonias de judíos comunistas a los cuales se les da hogar y alimentación a cambio de hacer trabajos de huerta, producción, ganado e incluso turismo, ya que muchos kibutz también funcionan como hostels.
  • Los boliches cierran a las 3 de la mañana. Las parejas de novios son más duraderas y sanas que acá. El respeto del hombre hacia la mujer es completamente diferente, siendo mayor el que demuestran los hombres israelitas que los argentinos. El hombre no espera a encarar en el boliche, lo hacen en la calle y no con guarangadas.
  • Los hombres religiosos exigen que la mujer se pele la cabeza una vez casada, y sólo tienen relaciones cada cierta cantidad de meses, los muy religiosos a través de un agujero de una sábana.
  • Vivimos gran parte del viaje en Eilat, donde teníamos a un lado Jordania y al otro lado Egipto, unos vecinos no tan amables. El peligro de guerra está siempre. La gente vive preparada, teniendo en cada casa un bunker de emergencia en una de las habitaciones de la casa. Hay armas en cada hogar, y los novios de mis primas hacían guardias durante la semana en las fronteras de la ciudad, por si las moscas. Aún así dormíamos mejor que nunca.
  • Con respecto a los precios…es casi igual que acá. El Shekel israelí vale casi lo mismo que el peso, por lo tanto comer sale lo mismo y vestirse también. Lo que quizás cambie es qué comés por la misma plata. Los carritos allá no son de choripanes, son de Shawarmas, y no tienen comparación los que hacían en la peatonal con los que probé allá. 15 shekels un shawarma de 30 centímetros con medio kilo de relleno de todo tipo de carnes y aderezos. Una de las cosas que más extraño definitivamente. Comida en el puesto n°1. Nunca he comido tan bien como allá. NUNCA.

Terminando esta nota quiero destacar que nos trataron de maravillas, y que de no haber habido una guerra de por medio, me hubiera quedado a vivir eternamente allá. Me sentí en casa, realmente en la tierra prometida. Me gasté un dineral y engordé 3 kilos en 18 días, sí, pero anduve en camello, nade con delfines y toque el muro de los lamentos. Mirando hacia atrás sólo veo ganas de volver, y a mi hermosa familia, llena de narices ganchudas, sonrisas imborrables y corazones gigantes.

 

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