El 8 de mayo de 2005 Claudio Paul Caniggia perdía una millonaria apuesta jugando al Sonic 2 con el Sega que alquilaba el mánager de Rata Blanca para las giras de la banda. Ese mismo día, un treintañero llamado Néstor Braggetta comenzaba a trabajar como chofer de la línea 9 en la empresa MERSA Urbano de la ciudad de Paraná. Sus primeros meses como colectivero transcurrieron sin pena ni gloria, pero con los años se fue convirtiendo en el típico colectivero ortiva, canalla y despreciable que mantiene un recíproco y consolidado vínculo de odio con los usuarios del transporte público.
Ya el escudo de Vélez Sarsfield que había colgado en el coche lo identificaba como sujeto poco confiable, pero por si eso fuera poco, Néstor solía no responder a los saludos de los pasajeros (si es que antes los dejaba subir, ya que solía seguir de largo en las paradas), tampoco daba información cuando se le preguntaba algo y ante cualquier mínima demora o torpeza en el tránsito no tardaba en disparar intensos bocinazos, lo cual era llamativo porque el orden y las reglas eran lo que menos le preocupaba. «Einstein dijo que el tiempo es relativo, y si hasta lo que dijo Einstein me chupa un huevo imaginate lo que me importará la opinión de un montón de giles muertos de hambre», decía Néstor cuando alguien le reprochaba su impuntualidad y mala conducta.
En 2011, su infamia llegó a tener alcance nacional tras quebrarle los hombros a un muchacho de 21 años que se bajaba del colectivo cuando Néstor lo “aplastó” cerrándole la puerta. «Juro que no lo vi, pensé que ya se habían bajado todos los que se bajaban en esa parada», explicó Néstor en el juicio, lo cual resultó poco convincente dado que el pibe había descendido por la puerta delantera del coche. Otras versiones afirmaron que el chofer habría actuado con ensañamiento como represalia a un picante gesto que el joven le hizo con una mano en referencia a una derrota por 4 a 0 en las inferiores de Vélez.
Este escándalo le valió ocho meses de prisión, tiempo en el cual también se separó de su mujer y fue atacado por un enjambre de abejas que habían tomado una colmena en medio de un reclamo salarial. Al quedar en libertad, la empresa decidió darle una segunda chance, pero la sociedad no lo perdonó y durante los tres días que volvió a ser colectivero fue escrachado por los pasajeros al grito de «¡Asesino!», «¡Satánico!», «¡Destructor de ilusiones!», entre otras acusaciones. La banda punk local Jesi-K47 se basó en este suceso para cambiar su nombre por el de Broken Hombros (aunque años más tarde, bajo una estética emo-metalcore, volverían a cambiar su nombre por el de My Last March’s Paja).
Néstor decidió entonces evitar toda exposición pública y se refugió, primero, en múltiples fármacos, y luego, en libros de autoayuda. Fue por esta segunda vía (ciertamente no mucho más recomendable que la primera) que llegó a conocer a Justin Gamba, ex-gigoló y pionero regional en coaching, motivación y liderazgo. Néstor decidió contactarse con la empresa de Justin Gamba (Justin Gamba S.R.L) para iniciar un proceso de autosuperación y recuperación de su imagen pública. Allí fue entrenado por un equipo de expertos en marketing, RRHH, emprendedurismo, nanotecnología, física cuántica y música dodecafónica. «Nosotros trabajamos por amor, no por dinero», le dijeron a Néstor segundos antes de tomarle la casa como parte de pago.
Tras largos meses de rutinas de respiración, pensamientos positivos, un cambio de look más canchero y desarrollo de habilidades comunicacionales, Néstor se sentía 100% renovado y en armonía con el cosmos, dispuesto a recuperar todo lo perdido. Así que una áurea mañana se dirigió a las oficinas de MERSA Urbano y abrió una puerta a patadas para generar impacto; justo en esa oficina no había nadie y tuvo que pasar varios minutos buscando a alguien que lo atienda. La falta de épica y punch no lo desmotivó; cuando al fin pudo dar con quien era su jefe, se le paró en frente, se sacó las gafas, lo miró a los ojos y le dijo «he vuelto». Su ex jefe se le cagó de risa un rato, pero lo hizo tomar asiento…
Tras varias discusiones entre los directivos, la empresa decidió darle una tercera oportunidad y en la primavera de 2014 Néstor Braggetta volvía a comandar su entrañable línea 9, esta vez aspirando a la excelencia, a ser la mejor versión de sí mismo y a tener una máxima participación en la Idea platónica eterna, perfecta, incorpórea e inmutable del Colectivero: El Colectivero en Sí (???? ?????????????). Pero pronto (una semana más o menos) la realidad volvió a saturarlo: pozos en las calles, tránsito lleno de psicópatas, pibes poniendo reggaeton con sus celulares, gente con olor a chivo porcino, apoyadores de bulto, griterío de chicos que salen drogados del colegio, imitadores de la Mona Jiménez que suben a ganarse una moneda, entre otros pintorescos especímenes de la biósfera tercermundista.
«Bueno loco, si no puedo ser, al menos voy a parecer», se planteó Néstor, resignado a trabajar de algo que odiaba pero en lo que igual quería sobresalir. Se aferró a algunos conceptos que había aprendido del coaching y esas cosas de sé tu propio jefe. «Crisis es oportunidad», «la que va ahora son las redes sociales y no podés quedarte atrás», «crea tu marca personal», «no me peguen soy Giordano», le decían sus mentores espirituales cuyas enseñanzas le permitieron desarrollar una magnífica idea: contratar una banda de mafiosos que potenciaran su imagen personal a través de la divulgación en redes sociales de buenos gestos de bandera falsa.
A la luz de esta original idea, el ambicioso chofer diseñó una estrategia de marketing en colaboración con la banda de Diego Rúcula, más conocido como el Gordo Plastilina, un pez gordo en el delictivo y millonario rubro de las bandas simuladoras que surgieron a raíz del éxito televisivo de Los Simuladores. El objetivo era ser reconocido como un ciudadano ejemplar que no dejara de tener gestos admirables y filantrópicos.
Empezó con algo tranqui: una colaboradora del Gordo Plastilina fingió descomponerse mientras viajaba en el 9 manejado por Néstor, ante lo cual éste desvió su recorrido para llevarla al hospital. Luego, desde un perfil falso (que luego quedaría de reserva para los call centers de @marquitospeña) se divulgaría la noticia en grupos de compra-venta, perros perdidos, fotos de mates y otros. La publicación que agradecía el ético accionar de Braggetta tuvo 348 likes, dando inicio a un exitoso ascenso en su imagen pública (aunque pocos supieron que por la demora que tuvo el colectivo ese día dos de sus pasajeros llegaron tarde a sus trabajos y fueron despedidos sin indemnización, uno de ellos se suicidó meses más tarde… tenía dos pibes).
La siguiente acción se volvería un clásico: darle golosinas a los estudiantes. «Laburar y estudiar, el estrés de rendir, andar a las apuradas, esperar el cole bajo lluvia o con 48 grados… pero subirte al colectivo y que el chofer te reciba con un bombón te alegra el día. Gracias Néstor por semejante gesto!!», decía la publicación que cosechó 728 likes y apareció en los medios locales. «Esa de las golosinas a los estudiantes es como el Thriller de los colectiveros, un hitazo» diría luego Darío Sztajnszrajber ante la proliferación de colectiveros que repiten el ritual inaugurado por Braggetta.
Durante los próximos meses hubo varias campañas que se hicieron virales: dar semillas a los pasajeros para fomentar el ecologismo, regalar útiles al inicio de clases, devolver una billetera con monto millonario a un anciano que estaba ahorrando para operarse los glúteos, manejar el colectivo disfrazado de Piñón Fijo el día del niño, filmarse manejando mientras se rapaba en solidaridad con personas en tratamiento oncológico, entre otros gestos que lo llevaron a ganarse el título de «el colectivero de tus sueños». Llegó a ser tan querido que ya nadie se atrevía a mencionar que era el mismo tipo que le había roto los hombros a un pibe apretándolo con la puerta del colectivo. A veces hasta lo felicitaban por bajar a los pasajeros en las paradas correctas, que es lo que todo colectivero hace cada día. «Y sí, cuando sos afamado hasta los pedos te festejan», solía decirle su socio el Gordo Plastilina.
Pero todo lo que sube tiene que bajar, y la última parada de Néstor estaba mucho más cerca de lo que creía. Con la intención de sorprender e innovar, contrató al Mago Cachufla para conmemorar el Día de la Memoria con un truco de magia que implicaba hacerlo desaparecer delante de los pasajeros, con el propósito de generar consciencia. El mago debía subirse al colectivo en una parada del recorrido para que todo pareciera casual y no algo armado, así que a las 11:30 se subió al 9 como cualquier otro usuario, se paró al lado del chofer y comenzó a hablarles a los demás pasajeros sobre la última dictadura militar.
Su monólogo generó incomodidad y vergüenza desde el principio. Cachufla hablaba sobre corrupción, secuestros y torturas en combinación con chistecitos, rimas y pequeños trucos. «Y así fue como el bigotín Videla y su pandilla derrocaron a la pobre y viuda Isabelita» decía el mago mientras un conejo se le escapaba de la galera para saltar por una de las ventanas del colectivo. Nadie se reía ni decía nada, la tensión en el ambiente era insoportable, así que Cachufla decidió ir al truco principal y dijo «para que vean lo feo-feíto que es que haya desaparecidos, vamos a desaparecer al chofer del colectivito» y acto seguido agitó una tela negra que cubrió a Néstor mientras manejaba y, al levantarla, Néstor ya no estaba. Los pasajeros entraron en pánico y comenzaron a gritar. «Qué hiciste enfermo!!!», «Paren el colectivo!!!», «Parenlón por el amor de dios parenlón!!!». El colectivo no tardó en desviar y llevarse puesto dos autos que estaban estacionados. La calle se vio envuelta por una terrorífica sinfonía de volantazos, vidrios rotos, gritos y alarmas.
Si bien Néstor y el mago habían ensayado el truco la noche previa, ni siquiera Cachufla sabía qué había ocurrido con Néstor, así que ni bien advirtió su absoluta ausencia se apresuró a frenar el coche, aunque éste ya había hecho destrozos. No hubo muertos ni heridos, pero Néstor Braggetta jamás volvió a aparecer y su caso perdura como un misterio inexplicable hasta el día de hoy. A Cachufla, por su parte, se lo condenó a once años de prisión y se le prohibió de por vida volver a ejercer la profesión de mago (aunque en el fallo se aclaró que tal condena no tenía nada que ver con el episodio del colectivo, sino que lo condenaban sólo por ser el mago más mediocre de todo el litoral).
Cuando se dieron a conocer los detalles de esa última performance, la opinión pública consideró que aquel excéntrico chofer fue un irrespetuoso y un imprudente, aunque algunos, los más fanáticos, dijeron que dejó este plano físico siendo un vanguardista incomprendido. Ahora muchos de los que suben al colectivo de la línea 9 que manejaba Néstor aseguran sentir su presencia, pero que a diferencia de los fantasmas que se ven en la tele, el espíritu de Néstor es bastante piola y carga a los pasajeros de energías positivas, conduciéndolos a cumplir sus metas, emprender y ser sus propios jefes, motivo por el cual se lo sigue reconociendo como «el colectivero de tus sueños».