Cuando una niña en su estado más puro de inocencia, después de mirar Pakapaka y en charla con su madre, llega a la conclusión que José de San Martín es un santo, no deja lugar a discusión y es digno de análisis. Esto sucedió una mañana mientras caminaba por calle San Martín y después de encontrarme con una amiga; no sé la causa, razón o circunstancia, que nos llevó a hablar del General, en medio de la vereda y atestada de transeúntes. Sumando a la charla, que su hija después de ver el citado programa dijo en forma contundente y categórica: “Mami… entonces San Martín es San San Martín”.
Esa frase voló mi cabeza y destrozó varias de mis neuronas; a su vez, me comenta que su hija se había quedado enganchada con el personaje y que solía hacer referencia a él al jugar -San Martín para acá, San Martín para allá- lo que me dio a entender que la imaginación de su niña era por demás fructífera o que, ya no era tal, sino que se había convertido en un sueño a cumplir el conocer al Gran Capitán. Se me ocurrió escribirle una carta y hacerme pasar por San Martín, fuimos a una librería y compramos un sobre, luego nos trasladamos a un bar y, café por medio, empezamos a planificar las estrategias a seguir y poner en marcha nuestro plan.
– ¿ Tu hija entiende que San Martín está muerto ? – pregunté.
– Es muy chica – dijo mi amiga. Al creer que es un santo piensa que deambula por Mendoza, lo ve como algo del presente y no lo asocia al pasado; además, en las noches se arrodilla al lado de su cama y comienza a rezar, pero no sé a quién, no me quiere decir.
– Está fácil – le dije. Antes que entre en su habitación y previo a dormir, dejás la carta sobre su almohada y ves qué pasa.
Se me ocurrió escribirle las Máximas pero adaptadas a su edad: “Lucía… sé que te portás bien, que no decís mentiras, que rezas todas la noches y que participás de todos los actos patrios en tu escuela; por eso te escribo esta carta, para que sigas así y nunca cambies”. Firmado: José de San Martín.
Finiquitada la obra, cierro el sobre y se lo doy, quedamos en mantenernos en contacto y si surgía alguna novedad me llamaría. En la mañana un mensaje en mi celular, es de ella y me pide juntarnos. Llegué al café -unos minutos después- mi amiga entra al lugar con el mismo sobre en la mano, lo que me pareció muy extraño.
– ¿ Qué pasó… le diste la carta ? – pregunté.
– Sí… – dijo mi amiga. Anoche cuando la vio y después de leerla, se puso a escribir la contestación y la guardó en el sobre, me prohibió que la leyera. Se me hace que te vas a tener que disfrazar de San Martín, tengo una amiga en el Hípico que tiene un caballo blanco.
– Ni borracho me visto de San Martín, y menos montado en un caballo.
– Abrí el sobre y nos enteramos qué dice, quizás no sea eso y sólo sea un gracias a modo de cortesía – dijo mi amiga.
Comienzo a leerla y, para mi sorpresa, era mucho peor de lo que pensaba; la niña no estaba obnubilada con la figura de San Martín, sino que la carta tenía por destinatario a su hija. Para borrar la sonrisa de su cara la leí en voz alta: “Señor San Martín, me gustaría conocer a Merceditas para jugar juntas, sepa que le rezo todas las noches a Dios para que la cuide”.
– Sí que se complicó – dijo mi amiga. Despreocupate, le diré que San Martín estaba ocupado, no sé ya veré…
Nos despedimos y quedamos en hablarnos. Una semana después me llama desesperada y me cita al café de los encuentros, al llegar veo que tiene la cara desencajada.
– Mi hija no para de llorar… no sé qué hacer, tenemos que encontrar una solución, sí o sí, quiere conocer a Merceditas.
– ¡Ya sé! dijiste que tenés una amiga en el Hípico, podríamos invitarla y que personifique a Remedios, ubicamos una nena de no más de 3 años y nos vestimos todos de época, caemos en tu casa, nos tomamos unos mates y cumplimos con el sueño.
Al otro día suena mi celular… es la amiga de mi amiga, muy entusiasmada con la idea; es más, ya tenía la nena para representar a Merceditas y por casualidad con el mismo nombre, y como para complicarla agrega un carruaje con cochero.
No sé cómo pasó, pero la puesta en escena se filtró y llegó a oídos de uno de los periódicos más importantes de la ciudad, en él leo un artículo que dice que el 24 de agosto José de San Martín saldrá del Hípico y llegará hasta la Plaza Pedro del Castillo, con el itinerario de calles incluido. Me comunico con la redacción del diario y les comento que la idea en principio es agasajar a la hija de una amiga con una puesta en escena simple; a su vez, me cuentan que las líneas telefónicas y las redes sociales colapsaron por la gran cantidad de consultas recibidas. Escuelas y colegios, vecinos y vecinas, todos querían saber pormenores de aquel suceso que se venía.
En eso recibo un mensaje por whatsapp de mi amiga… “tengo todo listo para el 24, una torta de cumpleaños y la vestimenta que usará mi hija para cuando llegues al Área Fundacional, y conseguí el uniforme de San Martín”.
– ¿Qué cumpleaños? – pregunté, sin entender nada.
– La nena que consiguió mi amiga cumple tres años el 24, recordá que Merceditas también cumplía años ese día y se festeja el Día del Padre en Mendoza.
Entendí que no sólo estaba comprometido con la ilusión de una niña, sino que se había generado tal expectativa con el evento, que tenía que hacerme a la idea que si no participaba del mismo iba a desilusionar a mucha gente. Con el correr de los días, la prensa se hizo eco de aquel suceso, incentivando a toda un provincia a participar como no se había visto en muchos años.
El 24 de agosto me levanto temprano y me dirijo al Hípico, hago una recorrida por las calles en las que algunas horas después debía circular con el cortejo. Empiezo a notar que se han dispuesto vallas y que comienza el despliegue de agentes de tránsito; esto supera lo impensado. Se había armado una movida tan grande que no podía determinar en qué iba a terminar.
Llegué al lugar… ya estaba lista Remedios y el carruaje, comienzo a vestirme y a decir verdad me intimida el uniforme azul pehuenche. Al rato llega Merceditas en brazos de su madre, profundamente dormida, vestida de época y con pañales por las dudas. En eso, se despierta nuestra actriz principal y corre a los brazos de Remedios, al principio se asusta con el caballo blanco, el cochero y el carruaje, pero a los pocos segundos se tranquiliza y comienza a hacer de las suyas; como alguna vez dijo San Martín de su hija, un verdadero diablotin.
Acapara todas las miradas y las risas, todo lo que hace es festejado por los presentes. Lo que me hace retroceder en el tiempo al momento más sublime de la historia argentina, en la que Manuel Belgrano le escribe una carta a San Martín el 12 de abril de 1819 y le dice: “La Señorita Remedios con la preciosa y viva Merceditas, pasó de aquí y felizmente y según me dice el conductor del pliego había seguido bien a Buenos Aires”, haciendo las veces de padre adoptivo o del corazón, en medio de una guerra civil que nos enfrentaba y dividía.
Mi compañera Remedios extiende su brazo y me invita a subir al carruaje. De su boca escucho un ¡Mi General, ya es hora de partir!… cruzamos miradas por unos segundos, ella declinó y se avergonzó, yo aposté a más y besé su mano, ella volvió a fijar su vista en mí y con un leve cabeceo asintió.
Salimos del Hípico… logramos llegar a calle Boulogne Sur Mer, comienzo a notar gran cantidad de gente a los costados de la avenida; muchos niños también ancianos, padres y madres, jóvenes de todas las edades. Ingresamos a calle Emilio Civit y desde aquellas imponentes propiedades, cientos de banderas y miles de aplausos, sumado a una gran cantidad de carteles con las leyendas ¡feliz cumpleaños! y ¡feliz Día del Padre!
Luego tomamos por calle Belgrano, pasamos por hoteles y restaurantes, la gente deja de comer para observarnos. En calle Las Heras el panorama es abrumador y no tiene explicación, pensé… si esta muchedumbre se desbanda puede ocurrir una desgracia, pero sólo atinan a flamear sus pañuelos celestes y blancos.
Al doblar hacia calle San Martín, me doy cuenta que no sólo hay vecinos de zonas cercanas, veo pancartas de municipios alejados, muchos del Sur y del valle de Uco, de la zona Este y también del Norte. Dejamos atrás el Paseo Alameda y el momento de la verdad había llegado. Entramos por calle Alberdi hasta el Área Fundacional, estábamos a escasos minutos de un encuentro que nació en una carta y debía terminar en un suceso que sería recordado por todos los que de él habíamos participado.
En contramano por calle Ituzaingó hasta el centro de la plaza, alcancé a divisar la mesa central entre la fuente y el Museo, y la torta de cumpleaños muy generosa en su tamaño. El cochero toma el control de la situación, mi compañera Remedios es la primera en bajar y luego nuestra pequeña Merceditas. La vereda central está despejada y busco a mi amiga, noto una mujer con pañuelo en mano que cubre parte de su cara, me doy cuenta que es ella y que con él seca sus lágrimas. Merceditas se suelta de Remedios y comienza a correr, al otro lado, Lucía deja a su madre y empieza a correr.
La gente desde los costados las incentiva, es evidente que ambas niñas se encontrarán en la fuente y todos a la expectativa, si una toma en dirección opuesta a la otra, pasarán de largo y el encuentro tan programado no se producirá; son los quince segundos más largos de mi vida. Así es, ambas toman en direcciones contrarias y corren alrededor de la fuente, Merceditas lo hace en gracia para que la pille y Lucía, un par de años mayor, la alcanza y la toma con sus manos y la abraza. La química entre ambas es instantánea, tantas noches de oraciones surten efecto y a modo de milagro se manifestaban.
Como pueden y a los empujones llegan los padres de Merceditas y se reúnen con mi amiga y su marido; en la mesa central las nuevas amigas, hay que subirlas a un pedestal, son dos enanas que casi no se veían; sumado a cientos de niños y niñas que esperan el momento de soplar las velitas, previo a lo cual, cada uno de los presentes los tres deseos pedían y a modo de plegaria hasta el infinito se elevaban.
De a poco me despego de los festejos, esto va para largo. Nadie notará mi ausencia y es hora de seguir mi camino. Cuando pensé que me había liberado… un niño con un sable de juguete y una pechera de granadero me saluda… me paro firme y lo saludo, a su lado, el padre al borde de la lágrima. Le doy la mano y algo me dice, por el bullicio no entendí qué, se acerca a mi oído…
– Soy representante de la Unión Comercial e Industrial de Mendoza, estamos analizando la forma de unificar los festejos del Día del Padre legal con el comercial para el 24 de agosto, y trasladar al 20 de noviembre el Día de los Niños y Niñas, fecha en que se celebra a nivel mundial.
No dije nada, ese hombre y sin quererlo, había revelado dos de mis tres deseos previo a que las niñas apagaran las tres velitas. Vuelvo a estrechar su mano y hago la Gran San Martín del 20 de setiembre de 1822 al dejar Lima y después de lograr el objetivo… “el mío con la consecución de un sueño y a la espera de cumplir mi tercer deseo, el de San Martín con la libertad de un continente y un seamos libres que lo demás no importe nada”.
Legislación vigente
– El 12 de agosto de 1986 fue promulgada por el Senado y la Cámara de Diputados de la Provincia de Mendoza la Ley 5.131, que en su Artículo 1º instituye el 24 de agosto, para la celebración del Día del Padre en todo el territorio provincial.
– El 27 de setiembre de 1990 fue sancionada por la Cámara de Senadores y Diputados de la Nación Argentina la Ley 23.849, que en su Artículo 1º aprueba la Convención sobre los Derechos de los Niños y Niñas, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 20 de noviembre de 1989.
¿Qué pasó un 20 de noviembre de 1815 en Mendoza?
Ese día… llegaba a oídos de los integrantes del Cabildo el rumor que San Martín enviaría a Remedios a Buenos Aires, que los llevó a pensar que el matrimonio dejaría Mendoza debido a que el dinero cobrado no cubría sus necesidades mínima para el sustento de su familia, ya que en días previos habían vendido un mueble; Al otro día y ante tal incertidumbre, José Clemente Benegas, Juan de Dios Correas, Manuel Lemos, Juan Francisco Delgado, Juan Jurado, José Cabero y Narciso Segura, ofrecieron pagarle el total de su sueldo.
El día 22 de noviembre San Martín contesta: “Mis necesidades están más que suficientemente atendidas con la mitad del sueldo que gozo, y así como mi pronta deferencia a la solicitud de Vuestra Señoría (V.S.) es un comprobante del aprecio que me merece esa respetable corporación, así esta diferirá a la mía, de que se suspenda todo procedimiento en materia de aumento de mi sueldo, en la inteligencia que no será admitido por cuanto existe en la tierra. V.S. en su oficio de ayer compromete mi gratitud de un modo, que el sacrificio de mi misma vida sería escaso a su demostración; sírvase V.S. creer que mi reconocimiento en favor de esa representación, y su representado será tan eterno, como mi existencia”. (Fuente: Documentos para la Historia del Libertador General San Martín, Tomo 3, Páginas 78-81)
En esas dos últimas semanas de noviembre de 1815 se produjo la concepción de Merceditas -días más, días menos- naciendo nueve meses después un 24 de agosto de 1816; por lo que ambas fechas, tanto en el pasado como al presente y teniendo en cuenta lo citado en el ítem “Legislación vigente”, están íntimamente relacionadas entre sí. Cabe recordar, que los restos mortales de Mercedes Tomasa San Martín y Escalada descansan desde el 14 de diciembre de 1951 en la Basílica de San Francisco, ubicada en calle España y Necochea de la ciudad de Mendoza; y que el 24 de agosto de 1958 se festejó por primera vez el Día del Padre en Argentina, pasando al tercer domingo de junio en años posteriores.-