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Crónicas de amor a la Mendocina: Yoda y los terraplanistas

Siempre he sido una persona que busca la verdad. Ya sea en la religión o en la filosofía. También en la historia y en la masonería. Debo admitir que incluso la busqué en libros de autoayuda, y en prácticas new age como el mindfullness y la respiración tántrica. Pero el tema con las preguntas existenciales es que por definición no tienen respuesta, y que sólo alimentan la angustia del sinsentido permanente. O eso era lo que pensaba.

A Ramiro lo conocí en un congreso cuando tenía 15 años. (Sí, en el mismo en el que me topé con el escritor del oso maldito). Cuando varios años después reconectamos por redes sociales, me llamó mucho la atención la cantidad de frases trascendentes y crípticas que tenía en el muro. Del estilo “entrénate a ti mismo para dejar ir todo aquello que temes perder” o “siempre en movimiento está el futuro”. Yo, que no había visto las películas de Star Wars, me quedé bastante impresionada, y me inventé la necesidad urgente de algunos datos jurídicos para invitarlo a tomar un café. La verdad es que pasaron varios años para que me respondiera, pero eventualmente me salí con la mía.

Grande fue mi sorpresa cuando la conversación devino en un tema que atentó contra todos mis prejuicios racionalistas: el horóscopo chino. Resulta que hay signos que traen suerte, como el dragón. De hecho, parece que los chinos (antes de adoptar la molesta costumbre de comer murciélagos), intentaban siempre que sus hijos nacieran en el año del único animal fantástico del horóscopo (qué entretenido hacerlo cada 12 años…). Cuando le dije que soy caballo se le dibujó en la cara la típica expresión de pena y preocupación que siempre hacen todos cuando digo que soy de piscis. Pero me prometió hacerme una carta astral para la próxima salida, y contra todos los pronósticos, cumplió.

La verdad es que mucho no me interesaban ni entendí eso de las posiciones planetarias en signos y casas astrológicas, pero el sujeto que me desafiaba tenía un tono de voz muy sexy (¡¡y era alto!!). Entonces, mientras me explicaba la filosofía oriental yo divagaba en temas mucho más terrenales e instintivos. Pero siempre he sido buena en poner cara de extrema concentración y tengo el superpoder de saber asentir en los momentos estratégicos. (Creo que esa es la clave del éxito).

Eso de dejar mi destino en manos de los astros no me convencía mucho, pero era refrescante analizar las compatibilidades y energías. Como en verdad estábamos en plan de conquista, la adrenalina hacía que todo se viera interesante. De hecho, parecía que de pronto tenía puras bendiciones por delante (¡hey! claro que no “esas” bendiciones). Ahora que lo pienso, me llama la atención que en ninguna parte apareció en mi futuro un encierro de varios meses. Ni modo, siempre sospeché que esto de la astrología era puro cuento.

Pero para entonces me sentía una chica con suerte y mientras aprendía de variedades de café tostado y cervezas IPA, llegamos al primero de los puntos álgidos: las vacunas. Entiendo que las grandes compañías farmacéuticas son negocios, (me quedó aún más claro después de conocer al conejillo de indias). Comprendo también que hay drogas prohibidas en Europa que acá a veces se usan porque son más baratas. Pero no jodamos. Las vacunas funcionan, y son importantes, tal como lo demuestra la actual desesperación por encontrar la del COVID 19.

De todas formas (y sobretodo porque era sexy y alto) pude entender los argumentos antisistema de Ramiro contra las vacunas, y aunque me dio un poco de asquito intercambiar fluidos, pude respetar su posición ideológica (sobretodo porque sus padres sí le habían puesto las vacunas cuando era niño, y yo no estaba con planes de formar familia en el futuro próximo). Siempre han tenido algo fascinante los rebeldes, con o sin causa, y mi maestro Jedi no era la excepción.

Entonces me animé, y salté a la pileta (seamos honestos, no me cuesta mucho, sobretodo cuando las perspectivas son especialmente malas). Aprendí un montón de cosas. Como que hubo un Superman comunista (¡!!) o que a veces se hace justicia en los juzgados en Estados Unidos (en las películas, obvio). También volví a ver El Padrino, y esta vez sí le presté atención (¡vale la pena!). Y armamos clubes de lectura que fracasaron estrepitosamente, pero esa es otra historia.

Todo venía más o menos bien, hasta que decidimos ir a pasar unos días a Potrerillos. Una noche, mirando las estrellas, surgió el tema de la inmensidad del universo. Y el muchacho de los horóscopos no pudo evitar decir que voz alta que en verdad nunca había mirado el planeta desde afuera como para poder asegurar que la tierra fuera redonda. Lo cual hacía todo el sentido del mundo desde la perspectiva de que la bandera yanqui no tenía por qué flamear si en la luna no hay viento, con lo que años de carrera espacial en la guerra fría se veían reducidos a un par de efectos especiales, y de los malos.

Yo intenté argumentar algo sobre los barcos haciéndose pequeños en el horizonte, y hablé de Colón y los reyes católicos y de las diferencias de horario y de Julio Verne y la vuelta al mundo en ochenta días. Me hice la valiente y aduje que hasta los planetas de la Guerra de las Galaxias eran redondos. Él me explicaba que el cine es simplemente arte, que nunca había visto que el horizonte fuera curvo, y que la nivelación de los mares sería imposible si la tierra fuera un globo. Además, había manejado desde Salta hasta Bariloche, y el camino siempre había sido plano. Era mi teoría contra su experiencia, y me cansé de discutir. De pronto el tema del horóscopo, de las vacunas y de las teorías conspirativas resultó ser demasiado.

En el viaje de vuelta estuve callada. Mentí diciendo que necesitaba concentrarme para no quemarme al cebar mate, y cuando me bajaba en mi casa, le dije que era mejor que no nos viéramos más. Me miró con sonra y señaló que era una pena que mi ego academicista no soportara que le patearan el tablero.

Cuando se fue, me quedé pensando en que definitivamente es mentira que los chinos sólo se reproducen cada 12 años.

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