Si hay alguna particularidad que podemos resaltar en mi amigo el Negro es su fino gusto musical. A veces él anda por la calle y parece un negrito recién llegado de San Juan o de Las Heras, pero es un tipo trotamundos, ha viajado mucho y ha tenido experiencias únicas, imborrables, ha estado en recitales de AC/DC, Aerosmith, Kiss, The Cure, por decir algunos, sin contar los locales, vio a leyendas como Virus, GIT, Spinetta, por nombrar unos pocos, hasta tomó champán del pico con Pappo una madrugada en un bolichito de Miami Beach.
Un día mi amigo el Negro fue al shopping a pagar la tarjeta Provencred y, al salir, su Citronave estaba bloqueada por un Mercedes Benz. El Negro odia esas actitudes típicas de gente con plata, odia la agreste opresión y la salvaje desigualdad social. Está en contra de la burguesía y la opulencia. «Mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos, que son el alma y nervio de la raza». Repite el Negro cuando le conviene.
Disimuladamente observó si había alguna cámara de vigilancia cerca para hacer justicia por mano propia, cuando en ese momento llegó la dueña del auto lujoso… una señora no muy mayor, cuarenta y largos, rubia, alta, pantalón y botas de cuero y llena de alhajas que brillaban mucho.
La mujer pidió perdón por ser tan desconsideraday le comentó al Negro que sólo había sido por unos minutos, que no era su propósito molestar a nadie. El Negro no dijo una palabra y puso su mejor cara de orto, ella lo tomó mal y le respondió
— ¡Ya te pedí perdón!, ¿qué más querés que haga…?
El Negro se la jugó y le dijo que al menos lo invitara un café y así todo quedaría en el olvido. En realidad lo que mi amigo quería era que ella no se fuera sin una penalidad, algo le tenía que costar esa fea actitud y al menos un café parecía justo y suficiente. Él le encontraba cara conocida pero no podía sacar de dónde, aunque tenía una creciente sospecha.
La mujer accedió a invitarlo a un café, pero más por la intriga y el sentimiento de culpa que por otra cosa. Acomodó su Mercedes en un lugar habilitado y entraron juntos otra vez al shopping.
El Negro estaba casi seguro que la conocía de algún cabaret, donde solía frecuentar con sus amiguetes, ella era bailarina, pero no podía recordar de cuál de todos los cuchitriles que ellos frecuentaban era ella. Él le dijo — Seguro te conozco, pero no recuerdo de dónde…
La mujer le respondió — Soy seguidora de Luis Miguel, he salido en la tele seguido estos días…
El Negro no andaba en política ni mucho menos en actos proselitistas, la respuesta de ella no clarificó nada — ¿Cuál es el apellido de ése Luis Miguel? — Indagó el Negro.
La rubia comenzó a reír — Es un cantante, ¿¿¿no te gustan las canciones de Luis Miguel??? ¡Soy la presidenta del club de fans! Luis Miguel viene a Mendoza en dos semanas y me han hecho varias notas en la tele, en algunos programas de chusmerio. ¡Salí en el de Canci!
El Negro totalmente descolocado tenía más cara de gil que de costumbre. Tremenda desilusión, ella no era la rubia madurita sexy que bailaba en el caño. No le quedó otra que seguir el juego, pero ya sin ganas ni expectativas.
Tomaron un café y la charla se extendió casi una hora. La mujer era agradable después de todo y el Negro ya se lamentaba que la rubia tuviese que irse.
— La próxima te invito yo el café, ¿puede ser? — Se lanzó mi amigo.
— ¿Me querés bloquear con el Citroën…? — Respondió con picardía ella. — Te dejo mi número. Llamame algún día. — Se despidió la del Mercedes lujoso.
El Negro pensó en llamarla después de dos semanas, cuando se fuera de Mendoza el cantante pedorro ése.
Después de 45 minutos llegó a su casa, pegó el recibo de pago de la Provencred en la heladera con el imán de la pizzería, agarró el teléfono y no aguantó, llamó a la rubia madurita. Lo sorprendió que la mujer lo atendiera rápido, porque pensó que era un número cualquiera el que ella le había dado. Hablaron unos minutos y la rubia le preguntó si quería ir a cenar con ella, obviamente dijo que sí, la mujer pasó a buscarlo por la noche por su domicilio, le vino bien porque el Negro vivía sólo en un departamentito y en la heladera sólo tenía hielo, unas papas fritas viejas de Mc Donalds y un frasquito de hepatalgina. Adentro del Mercedes sonaba una canción en español, como melódica.
— Ése es Luis Miguel, el que canta. Así la mujer comenzó el diálogo, después siguió — Soy casada, tengo dos hijos que están con su padre ahora de viaje, en dos semanas regresan a casa, casualmente cuando yo haya terminado mis actividades de presidenta del club de fans.
El Negro mucho no hablaba, pero obviamente quería saber todo.
Se despertó al otro día en una cama ajena, en la cama de la madurita, le dolía todo, había dado matraca toda la noche, ella ya estaba preparando el desayuno, la rubia la tenía clara, era una mujer que sabia como poner contento a un hombre: café con leche, dos huevos revueltos, panceta frita, tortitas raspadas con manteca y jugo de maracuyá con hielito. Nada mejor.
De pronto la madurita lo llamó desde la habitación, lo estaba esperando encajada en un Victoria Secret que al verla, el Negro, entró en ebullición otra vez.
Al mediodía, después de comer un sanguche de atún que la rubia le preparó, el Negro se fue a su casa porque ella tendría una reunión del club de fans por la noche. Al llegar de la facultad, ya por la tarde, el Mercedes estaba estacionado en la puerta de su departamento esperando por él, no era el plan pero se fueron a la casa de ella, una vez allí la rubia estrenó otro modelo transparente de Victoria Secret y le dijo al Negro — Vení que te desarmo.
Después tomaron un porrón con maní en la cama y luego de una ducha lo llevó consigo a la reunión de fanáticos del Luis Miguel.
El Negro había recibido una sorpresa, ella le había comprado un pantalon Levi’s de corderoy y un Colbert Noir.
Llegaron a la reunión, en un hotel del centro, al Negro le llamó la atención la cantidad de mujeres que había pero lo que más lo sorprendió es que también había varios hombres, no podía creer que él estuviera ahí, sólo rogaba que nadie lo reconociera y que el evento terminara rápido. La rubia era la atracción, era la presidenta y llevaba la voz líder, al Negro le gustaban las fiestas y a no ser que las canciones del chabón éste le estaban rompiendo los tímpanos, él deseaba que yo estuviera ahí, me dijo después.
La comida y la bebida era abundante, se sentía cómodo y feliz, pero algo sucedió de pronto, la rubia presidenta tomó el micrófono e hizo varios anuncios, todos relacionados al cantante, las otras viejas y los varones presentes gritaban de la emoción en cada primicia. De pronto la rubia dió comienzo al karaoke, las pendeviejas se avalancharon hacia el improvisado escenario luchando para ver quién cantaba primero, el ganador/a se llevaría una entrada gratis para el concierto en el Malvinas.
La música sonaba cada vez más fuerte y lo peor estaba por suceder… la anfitriona jovata le dio el micrófono al Negro y lo subió a la tarima con una sonrisa, pero casi a la fuerza — Subí mi toro — le dijo.
El Negro se negó, antes muerto, pero recordó el perfume, el pantalón y los desayunos que levantaban la testosterona y accedió a subir. Lógicamente quería que se cortara la luz, que ocurriera un temblor o que un ataque aéreo chileno sucediera en ése momento.
Las pendeviejas aplaudían a rabiar, la música sonaba y mi amigo leía la letra pero no sabía la entonación, un coro de voces lo animaban al papelón. La bulla era tan desmedida que terminó favoreciendo al Negro, porque él sólo movía los labios pero no cantaba ni poronga.
Así pasaron las dos semanas, el Negro tratando de hacer su vida diurna y conviviendo con la jovata de noche, había adelgazado casi ocho kilos en ese período de tiempo y estaba preocupado, era esa actividad física de todas las noches la que lo estaba consumiendo, tenía los mofletes chupados y las piernas y brazos enclenques, si seguía así tendría que ir al central a colocarse un suero o mejor aún, ir hasta lo de su madre para incorporar carbohidratos, que le cocinara polenta con tuco de chorizo, lentejas con panceta o mondongo con estofado de papas como sólo ella sabe hacerlo.
Pasaron ya cuatro semanas, el cantante ya era historia, como la rubia sexy pendevieja. El Negro estaba recuperando su rutina y figura pero no se sentía feliz, la extrañaba, se sentía solitario, pero sabía que ya no podía contactarla. Fue hasta el shopping esa noche a pagar la Provencred y ya alguien la había pagado por él, una mujer flaca y rubia le dijeron, el Negro se alegró, el corazón le volvió a latir con un pretexto y salió rápido al estacionamiento, buscó al Mercedes pero nunca apareció, esperó minutos interminables sentado en el Citroën hasta que prácticamente su auto era el único que quedaba en un lote vacío y casi a oscuras, pero nadie llegó.
Pasaron varios días, el Negro entró de a poco en su vieja rutina, lo vi triste, apesadumbrado y lo invité a tomar unos tragos a un bar en Chacras para tratar de subirle el ánimo, accedió por era yo quien se lo pedía, tomamos unos porrones y cerca de la medianoche me confesó haciendo puchero — La extraño, me gustaría tenerla a mi lado… hablarle a los oídos…
— Ya pasó Negro, ya pasó, de última, si ella estuviera aquí, ¿¿qué le dirías?? — Le dije.
— Le diría «No se tu» pero yo » Te extraño «, «No me puedes dejar así», «Tengo todo excepto a ti», porque «Amarte es un placer» o…»¿Será que no me amas?», «Hasta la próxima», «Que seas feliz».
El Negro me dejó sin palabras, paralizado, no era él quien estaba hablando, ése no era su vocabulario, pobre mi amigo, el aire de verano no le estaba haciendo bien, «Cuando calienta el sol» se ponía románticolotudo, me daba por las bolas, pero es mi amigo y lo quiero hasta el infinito y más allá.
¡Muy buena! A la salida del trabajo, me encerró el auto una señora bien estacionada en doble fila, lo único que ligué fue un «no me vas a tocar el auto con ESO». Eso era mi pobre autito… ¡Ojalá hubiera tenido la suerte del Negro! Jajajajajajaja