Siempre supe que una de mis mejores virtudes era la capacidad de observar, de sacarle la ficha a la gente, de anticiparme a sus actos o pensamientos. No se si será por mi gusto por las reuniones sociales o mi profesión de vendedor, pero la vida me ha entrenado para saber desenvolverme ante la gente. También se escuchar, presto mucha atención a lo que me dicen. Las palabras son fundamentales, surgen de lo más profundo de las personas y delatan sus mayores anhelos o sus más oscuros secretos, acompañadas de los gestos son todo un diccionario que define la psiquis del emisor.
Gracias a esta especie de “don” que supe cultivar se dieron mis mejores romances y mis grandes aciertos comerciales. “¿Cómo hiciste para levantarte tremenda mina?” o “¡Este culiado le puede vender hielo a un esquimal!” eran frases recurrentes entre mis allegados, cuando me veían salir del boliche con la mujer más hermosa o cerrar jugosos contratos con los más tacaños empresarios mendocinos.
Todo comenzó una tarde de lluvia, cuando aún así decidimos seguir jugando al fútbol con el equipo de veteranos en el torneo Quilmes recauchutado, un rejunte de antiguas glorias del pasado y panzas porroneras que aún enaltecíamos con grandeza el bello deporte del balonpié. Yo era suplente del Barcelonga FC y estábamos en un partido picante contra nuestro mítico rival… El Real Mandril. Durante el primer tiempo perdíamos 1 a 0, estaba más al banco que nadie. En el segundo tiempo entró el Ricky Fugazzotto, demostrando una destreza inusitada para los post 30 y le clavó dos pepas en diez minutos. Y luego, como por arte de magia, luego de un chumbazo que le rebotó en el culo, el Flaco Ontivero clavó el tercero, para alegría del Barcelonga. Fue ahí cuando me dejaron entrar un ratito, entre la holgadez de la diferencia de goles y una lluvia que nos estaba inundando. Parecía un partido de waterpolo. Entonces sucedió lo peor… yo solo sentí calor, mis compañeros vieron una luz y escucharon una explosión. Desperté 3 días después, con quemaduras en el cuerpo y recordando algunas cosas. Un rayo había impactado en mi cabeza y estuve muy cerca de morir de un paro cardíaco.
Abrí los ojos y ahí estaba el Flaco Ontivero con cara de asustado y con claros signos de preocupación y alegría.
– Te cayó un rayo – me dijo sin titubear. – Si… un rayo, apenas entraste, el Danilo te hizo un pase, vos no llegaste, te comiste un amague y ahí justo te la puso en la cabeza. – Siguió hablando solo.
– Flaco – le dije…
– Si, yo les avisé… ahora las llamo, seguro se han ido con el Mariano a comprar algo para comer, están desde el primer día acá – respondió de corrido. Yo lo miré extrañado…
– ¿Cómo sabes que te iba a preguntar por mi familia? – exclamé algo confundido. El Flaco tardó varios minutos en responder…
– No se Miguel… es verdad que no moviste la boca… pero te lo escuché decir…
– ¿Cómo me lo escuchaste decir?
– No se culiado, estoy re nervioso, ¡creía que te nos ibas!
Seguimos hablando del partido, de minas y de fútbol. Yo sentía algo raro… algo más me había sucedido con la caída del rayo. Una semana después, me disponía para ir a mi trabajo, contento como pocas veces de ver a mi jefe. Era el mejor vendedor que tenía y el viejo miserable este se había dignado a mandarme un ramo de flores… ¡flores! En la puta vida me gustaron las flores viejo sorete. De todas formas entré a la oficina con una sonrisa de oreja a oreja, como quién le ha ganado una pelea a uno más grandote y maloso.
– ¿Queeeee? – preguntó de inmediato antes de que lo saludara.
– ¿Qué de qué? Le dije.
– Me dijiste “viejo sorete” – respondió indignado.
– ¡No! ¿cómo le voy a decir eso Arnaldo? – esbocé efusivo mientras pensaba que además de sorete era un viejo choto, miserable y garca.
– Sos un mal educado Miguel… las flores las mandamos entre todos… y acá siempre te hemos atendido de primera, como el mejor – dijo al tiempo que me sentaba, con algo de culpa en sus palabras. A fin de cuentas unas flores eran una bosta.
Intenté seguir la engarillada charla, totalmente confundido, no sin antes pegarle una mirada a la foto que tenía mi jefe sobre el escritorio, donde salía con esa pendeja 30 años menor que él, operadísima y re contra rica, chanta que todos sabíamos que estaba con él por la guita.
– Esto no te lo voy a permitir… la conocí en una fiesta donde nadie sabía quién era – me dijo enfurecido – te voy a pedir que te retires de inmediato y te vayas unos días más a tu casa, no se que mierda te ha pasado – me terminó de gritar, dando por finalizada la charla.
Salí de su despacho con la cara desencajada. Entonces me crucé con Carlos, el segundo mejor vendedor de la empresa. Un gordo pelotudo con quién tenía una falsa amistad donde nos vivíamos sacando la bosta para superar uno al otro, como Messi y Ronaldo.
– ¡Hermano querido, te estábamos esperando! – me dijo el Carlos efusivo, pero segundos después su semblante cambió por completo – ¿Qué te pasa, tarado? – me dijo enojado sin que yo haya emitido una sola palabra – Sabes que me rompe soberanamente las bolas que me digan “gordo”.
– ¡Yo no te dije nada Carlos! – le respondí, mientras por un lado no entendía bien la cosa y por otro me satisfacía verlo medio humillado.
– Sos una mierda… – dijo y se me vino al humo, me cazoteó del cuello y me acomodó un empujón y dos coschachos que me dejaron perdido. Los demás compañeros nos vinieron a separar. Tuve que irme urgente de aquel infierno.
En el camino de regreso me di cuenta… el rayo me había dado un poder, pero no un poder copado como mover cosas con la mente o volar, sino un poder pedorro… mi “don” de había desfigurado y donde antes yo podía “percibir” lo que la gente pensaba, ahora la gente escuchaba con lujo de detalles mis pensamientos.
Mi vida se volvió una ruina total… cada vez que le decía “hola” a una mina esta me asentaba un cachetón o daba media vuelta enfuerecida, leyendo mis pensamientos que decían “que ganas de hundirme en ese escote” o “te entraría hasta que a Xuxa le crezcan los bajitos”. Perdí la mayoría de mis amigos, porque en cuanto los saludaba, estos me decían “yo también pienso que sos un forro pelotudo, pero sin embargo no te lo digo” o “sos un falso de mierda, ahora me decís que te parezco un imbécil” y me dejaban solo y confundido.
Lógicamente perdí el trabajo, porque mi segundo día hábil fue un caos y terminé a las piñas con el gordo Carlos y empapado de pies a cabeza con un café que me tiró la recepcionista porque me escuchó “pensar” que se la habían cogido todos menos yo. Del Barcelonga también me rajaron porque en el partido al que pude ir “les dije” de todo a los pibes… “vos sos un muerto”, “me cogí a tu hermana”, “si a vos no te llevaron ni a la primera del Gueyma”, “que rica está tu mamá”, “no servís ni para repuesto de choto” y miles de malas palabras que no las quería decir, pero se me venían a la mente y todos las escuchaban. Me miran mal en los kioscos cuando voy a comprar puchos y escuchan mis pensamientos sobre lo caros que están y la madre que los re mil parió. Salir a correr por el parque es una tortura, tengo que ir con los ojos cerrados o haciendo un esfuerzo sobrehumano para no pensar en las ricas que voy viendo, los matados, los caretas, las viejas chotas, los gordos, los negros y un montón de cosas sexuales, homosexuales, homofóbicas y xenofóbicas que pienso, por pensar, y que los demás escuchan a viva voz. Los limpiavidrios me cagan a piñas porque apenas paro el auto pienso que son unos negros de mierda y me fajan, me escupen o me mojan. Mi tío facho me dejó de hablar porque siempre pensé que era un «bigote de leche» y parece que en la última reunión familiar se lo dije… también todos se enteraron que perdí la virginidad con mi prima la Polaca. El amorfo anabolizado del gimnasio me prohibió la entrada y los inútiles relaciones públicas del boliche al que frecuentaban me pusieron en la lista de los «no deseados»….
No se que he hecho para merecer esto, es un poder del orto, yo quería tener guita y viajar, ahora me desgasto en cada conversación y no puedo hablar con nadie, porque de toque saben mis intenciones, que casi siempre son malas, y me sacan cagando…
Sos un pelotudo por leerme.
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