Era un lunes al mediodía de un verano cualquiera, sólo que en un futuro cercano. San Martín y Las Heras, de la ciudad de Mendoza. Sobre el cemento, en el medio del cruce de calle, una proyección en dos dimensiones de los cadáveres superpuestos de un pericote, una paloma y un aguilucho. Seguido de un rastro carmesí hasta las ruedas delanteras de un transporte de caudales estrellado contra un árbol, en la prolongación sur de la avenida San Martín, sobre la vereda de un negocio de música.
Un oficial disfrazado de detective con una gabardina beige y sombrero al tono, mira con ojos expertos los restos y anota en su libreta negra. Un grupo de policías pretende hacer un cerco con la cinta amarilla al público cada vez más numeroso. Unos pulcros y celestes empleados de policía científica trazan un contorno de tiza blanca separando los restos orgánicos del cemento.
Llega un superior, vestido de uniforme acompañado de una mujer robusta, con falda gris, zapatos cerrados y casaca negra. Reconocen de inmediato a la Titular del Comisariato de protección ambiental de la provincia.
– ¿No tiene calor? – le pregunta el superior al detective.
– No ¿por?- respondió.
– ¿Qué ha pasado? – preguntó la mujer.
El detective emitió un suspiro.
– Estos tres animales, peleaban aquí, según algunos testigos y fueron arrollados por el camión. El señor – señaló con el anotador a un chofer sentado en el piso, que lloraba desconsolado sobre el pecho de un guarda de seguridad – conducía y no pudo desviarse a tiempo.
– ¡Siempre hay tiempo! ¡Van siempre apurados! – sentenció la comisaria.
Una adorable niña de unos diez años, de pelo rubio, peinada con dorados rizos y un vestido floreado, se acercó a los restos y fue a tomar lo que pareció ser una galleta.
Los empleados de policía científica levantaron la vista, el detective y el comisario no pudo interrumpir. Finalmente la protectora animal dijo: “hija, deja eso, es parte de la evidencia”. El tono maternal hizo correr un escalofrío a los presentes.
– Yo sólo quería limpiar los restos, me dan pena los bichitos.
La madre mostró un orgulloso porte – quiero que se investigue a fondo – dijo – No puede ser que…
En eso llegó el gerente del Banco cuyo contenido iba en el camión, flanqueado por dos abogados. Todos vestidos de impecables trajes grises, camisas blancas y corbatas a la moda.
– Necesito que liberen el vehículo. Acabo de hablar con el Intendente, y no puede permitir la interrupción del tránsito más tiempo. Además, dentro de ese camión van sueldos de algunos empleados municipales.
– Hasta que no se determine la responsabilidad en el crimen – interrumpió la comisaria – nadie se mueve de aquí.
– ¡Cállese, señora! – levantó la voz el banquero.
Un ooohhhh, antecedió a un silencio de los casi mil curiosos que rodeaban la escena.
– ¿Cómo se atreve a ejercer violencia sobre mi condición de mujer y ambientalista? Esto no va a quedar impune – los abogados sacaron sus celulares y se pusieron a hablar en ellos – ¡Señores detectives, por favor, trabajen! – agregó con autoridad la comisaria.
El policía y el investigador se miraron, y este último mirando sus notas dijo:
– Como ya expresé, el camión de caudales arrolló a los tres animales. Estaban peleando justo aquí. Según testigos, el aguilucho se abalanzó sobre la paloma. Esta intentaba escapar de las fauces del pericote.
-¿Cómo puede ser posible que estos animales se animaran a bajar al cemento a esta hora? –interrumpió inquisitiva la mujer.
– Parece que a la paloma se le cayó un galletita, cuando pasaba escapando del ave predadora. Y venía del café de la esquina. Allí, otro testigo, un varón que tomaba un café, afirmó que se la sacó a un pericote. Este la recibió de la niña – señaló a la menor con gesto inocente al lado de la comisaria.
– No me parece un testigo confiable – dijo la mujer – Mi angelito estuvo conmigo toda la mañana en la oficina.
La niña sonrió a los oficiales mostrando unos blancos y perfectos dientes, entre dos mejillas rosadas.
– Puede ser – dijo con un gesto de resignación el detective – modificaré mis notas.
A lo que las mujeres demostraron satisfacción – Creo que es obvio -agregó – que el culpable de la muerte es el chofer del camión, y el supuesto testigo esconde algo. Debo señalar que mi niña no podría haber siquiera participado de algo tan aberrante. Ella siente la protección animal como un instinto – Decía mientras movía la mano derecha y con un dedo señalaba el cielo carente de nubes.
Llegó un camión de la policía, y se bajaron dos efectivos. Uno de los abogados, deja de hablar por teléfono y le susurra algo al oído del gerente y este dijo:
– Coincido con la Comisaria de Protección animal. Ya viene en camino un chofer de reemplazo. Se pueden llevar al culpable y al testigo para la investigación.
Del otro camión se bajó una pareja. Uno llevaba una pala gigante, y el otro empujaba una camilla. Rasparon los restos con cuidado, los colocaron sobre la camilla. La galleta fue ensobrada en un plástico.
– Bueno, entonces quedamos que fue así –dijo el detective – el supuesto testigo, obligó a la niña a darle de comer al pericote.
– Ya dije – su voz se tornó aguda y enfurecida – que mi niña no estaba aquí, sino conmigo en la oficina.
– Perdone usted – susurró el detective – El supuesto testigo se descuidó y sufrió el robo por parte de la paloma, que al ser atacada por el aguilucho…,
– No creo que se haya descuidado. Y la paloma ¿robar? ¡Eso sería muy humano!
– Ok. Veamos – El supuesto testigo, dio a la paloma algo hambrienta la galleta. Esta la dejó caer. Se volvió a buscarla, y coincidieron con el Pericote en el lugar del crimen. Cuando el aguilucho agarraba al ave, el camión de caudales en feroz carrera los arrolló y descontrolado impactó en aquel árbol. Queda determinar quién tocó la galleta, para eso se llevan como evidencia.
La comisaria emitió un resoplido de fastidio.
– No tengo todo el día para perder, e insisto que ese testigo oculta algo. Quiero los informes en mi escritorio antes del mediodía. Hablaré con el fiscal para que erigirme en parte de este aberrante hecho.
Los restos animales ingresaron al camión de la morgue del comisariato. El testigo, el chofer y el guardia esposados subidos al camión de la policía.
Y mientras el resto subía a sus respectivos vehículos, la gente se empezaba a dispersar, el jefe de policía y el detective se miraron con resignación. Vieron cómo la niña bajó de su auto, y arrojó la bolsa con la galletita a un tacho de basura.
– Parece que el caso está cerrado -terció el detective.
– Ajá – dijo el oficial.