/Ella

Ella

Llovía, era día de semana. No era una lluvia común, de esas que vienen mojan y se van. Esta lluvia era especial, contenía una energía contagiante. Energías que relajan y te llevan a desconectarte de toda actividad que estés haciendo y simplemente dejarte llevar por la relajación que implica el clima. El día estaba nublado. El día era como ella gris, frío, inusual, incluso odiado, pero también amado por muchos, necesario y sobre todo bello. Un paisaje no se define por un día soleado, si no por su naturaleza expresada en su mayor punto.

Ella se encontraba sola en casa, solo gozaba la compañía de sus mascotas y su esencia. Aprovechó para subir a su habitación y leer un poco. Ella disfrutaba mucho la soledad, esos momentos en que nadie molesta y solo es uno con uno mismo. Donde te encontrás con tu interior, pensás, reflexionás e indagás en tu cabeza. Ella amaba quedarse sola en casa.

Subió a su habitación, abrió la ventana y se acostó en su cama. Agarró su libro ya empezado y comenzó a leer aquella historia que la había atrapado hace días. Ella estaba tranquila, no precisaba de más. Incluso se había hecho un café caliente en su taza preferida. Apartó el celular, no quería ruidos molestos o posibles distracciones. El momento era de ella, nadie intervenía.

Atrapada en la lectura, las hojas pasaban por sí solas. Sus ojos no podían despegar la vista de aquellas páginas, de repente un trueno estremeció el cielo. Aquel trueno había logrado lo que ella no quería… distraerla. Apartó el libro de sus manos y simplemente observó la ventana. Como era de día se podía ver perfectamente aquel paisaje oscuro, el mejor paisaje que había visto. Nubes negras dejando caer agua, viento que movía las ramas de los árboles de un lado a otro. Silencio, había silencio, no se escuchaban pájaros cantando, ni perros ladrando, ni bocinas sonando. Solo el silencio de la lluvia. El silencio más fuerte de todos. El que ella amaba.

Cerró sus ojos y se dejó llevar. Estaba acostada boca arriba, relajada, respiraba hondo. Ella tenía puesto un pantalón de joggin azul de esos que uno usa cuando está entre casa, una remera con el logo de Jack Daniel’s y una campera gris. Estaba en sintonía con el clima. Ella estaba tranquila. Ella era ella. Apagó la luz y solo dejó entrar por la ventana aquella iluminación leve provocada por el día gris en plena tarde. Puso sus manos en su estómago y volvió a respirar hondo.

En eso su cabeza comenzó a pensar en su vida, todo lo que había logrado con apenas 19 años, en lo que no había logrado también. ¿Estaba feliz y completa? ¿Qué le faltaba? ¿A quién quería? ¿Qué era lo que determinaba su felicidad? Pensaba en todas esas personas a las que tenía que impresionar, todas esas bocas que tenía que cerrar y demostrar que ella era capaz de cruzar cualquier obstáculo que le pondría la vida. Ella estaba en trance, su cabeza daba mil vueltas. De repente otro trueno más, no solo estremeció el cielo, sino su mente. Abrió sus ojos y volteo a su ventana abierta, respiro hondo y nuevamente los cerró. Se relajó, el sonido de la lluvia encantaba sus oídos, la brisa fría del viento erizaba su piel, el olor a tierra mojada la transportaba a otra dimensión. Volvió en trance. Fue cuando pensó en él, vino como un disparo a su cabeza. No busco pensarlo, simplemente su imagen física apareció en su nebulosa. Sonrió y toco con su mano su boca. Ella pensó en todo lo que le gustaba de él. Sus manos, sus brazos, su boca. Su boca era de otro mundo. Sus labios tenían la forma perfecta, cubría su hermosa y varonil sonrisa. Su barba negra y prolija adornaba su cara, era del color de su cabello, de su suave cabello. Ella lo amaba, amaba sus ojos negros penetrantes y misteriosos. Contemplaba cada parte de él y cada vez más relajada quedaba. Su mano bajó de su cara a su cuello. Entonces ella pensó en el cuello de él. Y al mismo son mientras tocaba su cuerpo pensaba en el de él. Su mano rozaba la suavidad de su piel, imaginaba como sería la de él.

En ese momento, a pesar del viento frío con leve agua que ingresaba por su ventana sintió calor. Ella tuvo la necesidad de sacarse aquella campera y aquella remera que llevaba puesta. Se quedó en corpiño. Un corpiño negro que resaltaba de su piel blanca. Volvió a sentir aquella brisa, esta vez erizaba los pelos en sus brazos. Siguió pensando en él y tocaba sus hombros. Ella estaba feliz. Tocaba sus brazos y disfrutaba el contacto de su piel con sus yemas. Quito aquel corpiño y dejo libre a sus dos generosos pechos. Con el dedo índice recorrió cada centímetro. Jugaba por alrededor de sus pezones, los hacia desear. Aquella lluvia hizo que se le pusieran duros, aquel pensamiento hizo que estuvieran a punto de estallar. Entonces agarro con ambas manos sus pechos y los apretó fuerte, los masajeaba. Los sentía completos entre sus dedos.

Ella comenzó a sentir calor en sus piernas, recordó que aun llevaba puesto aquel joggin azul. Simplemente se lo saco con la lentitud requerida. Sus piernas también sintieron aquella brisa. Su mano bajó y tocó aquella bombacha celeste con pequeños detalles de encaje en los bordes. Ella recordó cuanto le gustaba que la miraran en ropa interior. Imagino que él se encontraba sentado al lado de su cama y la observaba. Ella deseaba eso, anhelaba aquella situación.

Su mano, inquieta, pareciera haberse conectado con el clima y al momento en que la metió bajo aquella celeste bombacha otro trueno estremeció el sonido en sus oídos. Fue la señal justa requerida. Abrió sus piernas y comenzó a jugar. Con dos dedos separo sus labios y realizo leves círculos. Sus ojos seguían cerrados. Poco a poco sintió que su clítoris y sus labios interiores se hinchaban. Se encontraba húmeda. Ella quería más. Subía y bajaba lento pero con fuerza en toda su entrepierna. Con la otra mano jugaba con sus pezones. Era todo perfecto. De a poco sin pensarlo aumento la velocidad y frotaba su vulva con total rapidez. Sintió un cosquilleo en el estómago y sus piernas temblaban de excitación. Ella quería más.

Cambio de posición y se dio vuelta quedando boca abajo. Su mano derecha seguía en su vagina. Pero esta vez encorvo un poco la espalda levantando la cola aun con las piernas abiertas. Ingreso dos dedos. Con sus dientes mordía la almohada. Nuevamente más truenos. Estaba caliente, ella tenía calor. Mucho calor. Volvió a ingresar sus dedos, le encantaba. Le gustaba como ponía a su cuerpo en marcha con el clima. Hasta que no aguanto más. Se recostó en la cama, respiro hondo nuevamente. Se relajó. Giro y miró la ventana. Seguía lloviendo. El café se había enfriado.

Ella era la versión de mí que más me gustaba, en la que podía sacar mi verdadera esencia. En la que yo era completamente libre. Ella era la verdadera yo. Descubrió que su amor hacia a él, combinado con el clima, hacían salir a la verdadera Calypso. Ella, yo.

ETIQUETAS: