Sábado 28 de enero, volvía de tomar un helado. Tuve que acortar mi reunión porque se aproximaba una tormenta y no quería que me agarrara de camino a mi casa. Llegué y noté que no había nadie, mi familia había aprovechado para salir a hacer compras al supermercado. Alimenté a mis perras y me dirigí a ducharme. En mis planes estaba salir a bailar, como ya les he contado que tengo muchos rulos, decidí bañarme temprano para que no se inflara el pelo tanto como de costumbre. Apenas salí del baño vi que se aproximaba una tormenta, estaba en duda si la noche iba a continuar, procedí a meterme en mi cama y esperar novedades de mis amigas.
Me metí e intenté relajarme, lo intenté pero no pude. El cielo tronaba como pocas veces lo había hecho, se nubló, dejó de tener ese azul intenso en días de verano. Era gris, triste, tormentoso, era perfecto. Esos truenos me obligaron a abrir mi ventana reclinándome de costado a contemplar el clima. El clima ideal para que ella volviera…
Ella, Calypso, se apoderó de mi otra vez. Todavía tenía el cuerpo mojado, mi cabello destilaba leves gotas de agua que caían al piso. Corrió una brisa, me dio frío, mis pezones se pararon. Iba a taparme cuando los vi, eran hermosos, dos timbres duros, mojados, mis pechos blancos. No pude evitar contemplarlos, solté la sabana, los dejé al aire libre. Volví a contemplar el clima. Me di cuenta que las tormentas no solo hacen tronar el cielo, sino a ella también. Nos complementábamos. Quería disfrutarla como se merecía, cerré mis ojos. Escuché el sonido de la naturaleza.
Poco a poco el gris del cielo se tornaba más oscuro, quedando casi negro. La noche se asomaba, el día se iba. Comenzaron los relámpagos. Ella estaba acostada desnuda, ya el cuerpo no se encontraba mojado, pero si húmedo. Sus pezones habían perdido dureza, ella comenzó a extrañarlos. No tuvo mejor idea que hacerlos regresar.
Agarré mis dos manos y apreté mis pechos, fuerte. Mis ojos cerrados, mi cuerpo extendido. Mientras los tenía entre mis dedos ella empezó a imaginar una situación perfecta, a él. Su cuerpo acostado en el otro extremo de la cama, observando. Sus ojos paralizados en mí, sus oídos en la tormenta. Su miembro a la expectativa. Susurré en vos alta: – “Calypso, soy tuya” – Ella obedeció y mi mente se tornó en blanco. Solté mis pechos.
Primero toqué mi boca, inclusive chupé un dedo como juego, después ambas de mis manos rodearon mi cuello pasando por la nuca, sentí mi piel suave. Luego fueron hasta mi cabeza bajando hasta mis orejas, comencé a sentir un cosquilleo entre mis tetas. Sabía que ella estaba logrando que todo sucediera. Bajé de vuelta a mi cuello pero esta vez con sus uñas ella rasguñó un poco, a continuación fue el turno de mis hombros y brazos. Ella me hacía leves cariños en los brazos, generaba algo de sensibilidad. Mis pezones se endurecían de a poco. Ella siguió con mi estómago, recorrió cada parte de el con la mano derecha. Pasó por la zona cerca de la pelvis, siguió hasta la cintura y fue llegando de a poco al medio de mis pechos. Ella frenó, me hizo desear.
Tronó el cielo, fuerte. Corrió una brisa.
Ahora sí, ella volvió a apretar mis pechos pero esta vez sintió en la palma de la mano los pezones duros, parados. Ella lo había conseguido. Era el turno de jugar con ellos. Imaginó que él la seguía mirando a su costado, entonces aun con los ojos cerrados imaginó girar la cabeza en dirección a él. Con ambos de sus dedos índices los pasó muy suavemente por la circunferencia. Seguían duros, muy duros. Se untó baba en aquellos dedos y volvió a tocarlos. Jugó con ellos, ella sabía muy bien lo que hacía. Jugó, jugó y jugó otro poco más. Los tocó, los apretó, incluso le paso la uña por los costados. Dos bombas perfectas con la mecha llegando al límite a punto de detonar.
Había comenzado a llover, leve fuerza pero abundante. Se detuvo un segundo a escuchar el ruido de la lluvia, a oler la tierra mojada. Abrió sus ojos y contemplo el jardín desde su ventana. Los árboles, el pasto, las flores, estaban húmedos. Fue cuando sintió aquella humedad entre sus piernas, se auto miró e invocó de vuelta a Calypso.
Ella le pidió cerrar sus ojos y dejarla continuar, llevó su mano derecha a su entrepierna. Ella le pidió imaginarlo a él, en su costado, pero esta vez mucho más cerca de ella, sin tocarse, pero lo suficientemente cercano como para sentir su perfume. Con su mano izquierda intercalaba entre ambos pezones. Mientras que la otra mano ya había llegado abajo. Abrió sus piernas. Sintió el contraste de la brisa fresca que entraba por la ventana con el calor que había allá abajo. Se excitó.
Sus dedos la hicieron desear otra vez, pasaban muy lentamente por el costado de su vagina, cuando creía que ella iba a llegar a sus labios volvía a retirar la mano. Ella jugaba con ella. En el momento que sintió que se humedecía cada vez más le imploró tocar allá abajo. Fue lo que ella hizo. Con sus dos dedos tocó los labios, estaban suaves, depilados, perfectos y… húmedos. Los tocó durante unos segundos que parecieron horas. Ella los separó, quedo a la intemperie su vulva empapada. Así estaba, como el cielo que tronaba y nos regalaba lluvia. Ella estaba igual, sus pechos tronaban a punto de estallar, su vulva mojada pedía aún más. Muy suave tocó su clítoris, con pequeños círculos. Su mano izquierda pasó de sus pechos a su cara, no aguantaba más la excitación. De a poco sintió como aquel clítoris se hinchaba, excitándola aún más, deseando aún más…
Ya en su clítoris, aumentó la fuerza y la velocidad y ella lo tocó, lo tocó con energía. Podía sentir como frotaba su zona de placer. Sus dos dedos principales ya estaban llenos de flujo, aun así seguía frotando. Ella era insaciable. Agrego un dedo más, tres, con mucha rapidez siguió deslizando las yemas por aquella zona. Estaba caliente, hinchada, mojada. Con su mano izquierda apretó las sabanas. Necesitaba descargar de alguna manera toda esa calentura que le estaba provocando la otra mano. Apretó tan fuerte las sabanas que las saco de lugar destendiendo la cama. Era furia lo que sucedía.
Su mano empapada quería seguir jugando, abrió más las piernas, casi creando un perfecto ángulo de 180º e ingresó un dedo. Lento pero profundo, ella sintió ese placer, imagino el miembro de él… pero no le basto con uno solo, agregó otro dedo más. De vuelta bien adentro, esta vez entrando y saliendo lento. Su vulva cada vez emanaba más flujo, cada vez se humedecía más. La lluvia en el jardín igual, cada vez más gotas caían. Nuevamente se habían conectado con el clima a la perfección. Siguió ingresando sus dos dedos, fue cuando a ella se le ocurrió soltar la sabana e invitar a la otra mano a jugar.
Cabeza reclinada hacia atrás apoyada sobre su almohada, cuerpo desnudo con mucha temperatura, piernas abiertas, una mano rozando el clítoris y otra mano ingresando dos dedos. Estaban en sintonía, danzaban juntas. Llevo ese par a su boca y saboreó el sabor de ella misma. Se untó baba y volvió a descender sobre su entrepierna.
Truenos, más truenos. Relámpagos iluminaban las calles, relámpagos iluminaban sus deseos.
Ella no daba más, sentía que ya estaba por llegar al máximo. Pero aun así decidió seguir otro poco. Pero esta vez, con toda la rapidez que ella podía lograr.
Comenzó a frotarse con mucha más fuerza. Esta vez uso la mayor parte de su mano. Sus respiraciones aumentaban, simulaban una desesperación grande pero en realidad era excitación. Ella no lograba respirar despacio, estaba agitada. Su cuerpo empezó a sudar, transpiraba por su cuello. Las gotas de sudor llegaban a los hombros. Sentía el calor en la espalda. Sus pies estaban por estallar de la sangre que llegaba hasta aquella zona. Sus piernas temblaban. Sus hombros tenían cosquillas, sus pechos titilaban. Siguió frotando, más, más, más fuerte. Ella lo pedía a gritos. No paraba, no paró. Siguió. Sus ojos aun cerrados, el cielo oscuro. De repente un estruendo. Otro estruendo más, el cielo gritaba, ella gritaba. Una tormenta aterradora, sus manos rozando con fuerza, nadando en flujo. Estaba por acabar, ya llegaba, ya se venía. Lluvia, relámpagos, dedos, truenos, pezones… –“¡¡¡Ahh!!!”…- acabó, ella acabó. Sus sabanas estaban empapadas, su mano toda mojada. Sus pezones habían perdido dureza, y sus piernas estaban adormecidas. Había sido sin dudas la mejor tarde. Saco una servilleta del cajón de su mesita de luz y se limpió. Ella estaba entregada.
La lluvia suele dejarnos puntos transparentes en los vidrios, como una prueba de evidencia de que sucedió, mi cuerpo se encontraba igual. Gotas de sudor que probaban aquella satisfacción que ella había logrado.
Ansiosa espero el próximo encuentro con Calypso, ella, yo.
Excelente!