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Gaucho ladillento

Después de siete mensajes que me pedían que continuara con la segunda historia del Gauchi Turro, y dos amenazantes que rezaban “dedicate a otra cosa”. Les traigo la segunda entrega de la que fuese hace un mes atrás mi primer nota: La primera venida del Gauchi Turro.

Escenas de la nota anterior, el gaucho se equivocaba de camino, volvía, se garchaba a una anciana, esta le daba una boina con poderes, se subía a un cole y llegaba a  La Concha de la Lora.

Adentrao en la pulpería del Negro Viola, allí me encontraba, masticando un escarba dientes, escupiendo de costado, a lo macho, tirao pa´tras y con las manos apoyadas en la rastra, sabía que algo ocurriría, y así fue, donde en la segunda hamacada quede tirao de espaldas en el piso del local.

Pero eso no fue todo, es un rincón estaba ella, cagándose de la risa por mi infortunio, el mundo se me hizo chiquito compadre, flashes pasaron por mi cabeza, ya veía mis gurises jugando en el corral y esa chinita anónima cebándome mates y pelándome la banana, ¿o qué, nunca tomaron mates con banana?.

Me le acerque a paso lento y de patas abierta, como caminamos los gauchos para ventilar el tufo que se acumula de días sin bañarnos, y le dije:

–          ¿Te dolió el golpe que te diste?

–          ¿De qué golpe me habla si el que se cayó fue usted?

–          ¿Yo me refiero al golpe que se dio cuando cayó del cielo? ¿Y esta preciosura tiene nombre?

–          Me llamo Zosa.

–          No, no, tu nombre, ¿Cuál es?

–          Zosa, zo sa…

–          Emm, no nos estamos entendiendo, no quiero saber tu apellido sino tu nombre.

Entonces juntando el índice  y el mayor, tapó la cavidad que existía en la ausencia de los denominados dientes de leche y exclamó.

–          Ro-sa, me llamo Rosa. Y me apellido Melachocha.

Quedamos en volver a vernos en otra nota, si esta andaba bien, y me retire de allí silbando bajito y con mariposas en mi estomago, dos petacas para ser más exacto.

Camino a buscar un alojamiento me crucé con una carnicería y me dije, que es de un gaucho sin un buen asado. Entre y le dije a don Italo:

–          Güenas, don Italo.

–          ¿Y usted quién es?

Claro, en el pueblo nadie me conocía aun, en un principio me llamaban el Gaucho Bueno, porque le daba de comer al pingo con la mano.

–          Soy Anto, pero más conocido como el Gauchi Turro.

–          Negros de mierda. (Murmuró el carnicero)

–          ¿Tiene corazón del Ita?

–          Si, si tengo.

–          Entonces ¿me fia dos kilos de asado?

–          ¿Vos me ves cara de boludo nene?

–          He… masomenos, pero no se enoje, ¿qué me da por siete mil australes? ($ 7, pero los gaucho nunca nos acostumbraremos al cambio, es ley).

–          Milanesas de panza nomas.

–          Meta.

Alquilé en la casa de la María Magdalena, que con ese nombre si no era puta pegaba en el palenque. Puse la sartén en la salamandra y me prepare las milanesas. Comí muy poco ya que no cosa más incomoda que comer milanesas de panza, y ni decir que el piso era de tierra, así que me sacudí y salí a dar una vuelta al pueblo antes que cayera el sol.

En el camino sentí una carrera de karting en las tripas, milanesas del orto seguro estaba engualichadas, bruja gran puta, mañana venís por sal, grite mientras me tiraba un suculento pedo.

Fui a ver al médico de La Concha de la Lora, en la placa decía, Dr. Jorge Putansky, seguro era polaco. Apenas entré me dice:

–          Pase joven, tome asiento.

–          Si me siento me cago doctor.

–          ¿Y como está yendo a descuerpo? (pregunta fundamental y pelotuda de todos los doctores)

–          Pues bien, solo que hoy ando con el ojete fruncido, sino me cago encima ¿vió don Jorge Trolansky?

–          Llámeme Joputa, como me dicen todos.

–          Apa che. Bueno bienvenido al Mendo (Joputa es nuevo en el Staff).

–          Le voy a pedir unos estudios

–          ¿Analis? ¿tengo que venir en ayuda?

–          Lo correcto es decir, análisis y ayuna, pero no, solo serán de sangre.

–          El que sabe sabe dotorcito.

Cuando el doctor vio los estudios me dijo:

–          Usted tiene el bichito del amor.

–          Si, es que hace rato me flecho la Rosa.

–          ¿ La Rosa? Pero si se la ha comido medio pueblo.

–          Pa lo celoso que soy.

–          Bueno pero no me refiero a ese bichito, me refiero a que usted tiene ladillas.

–          ¡Me cago en la Celestina!

Me calcé mi boina negra, y mis palabras fluyeron…

Y así me jui despacito cantando con mi bonanza

Que si jue dolor de panza producto de milanesas

No entendía mi cabeza el tener estas mascotas

Pues rascaba mis pelotas y el ardor no se me iba

Si habré tragau saliva por esta desgracia eterna

Que nacía en mi entre pierna y subía hasta la chota

Por culpa de esa viejota es que estoy plagau de bichos

Que ni con la lengua del picho se me hace más placentero

Y hasta me arde el aujero y no es chiste lo que digo

Se está salvando mi ombligo pues ´ta lleno de carroña 

¿Cómo le digo a la doña que no la puedo poner?

Sin ya más nada que hacer lo medito en una silla

¡Tatita sacá estas ladillas, porque yo quiero coger!

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