/Imparable

Imparable

Decir que le tenia ganas era quedarme corta. Uno siempre desea lo que no puede tener, por convenciones morales, o lo que sea. Yo no podía, pero disfrutaba verlo ahí, ignorando las ganas que me carcomían, y lo mucho que, con la mirada, lo desnudaba.

Decidimos hacer un viaje a San Rafael. Íbamos con Sebastián mi pareja, sus padres y él, en dos vehículos, y venía con nosotros. Tan delicioso lo veía, que trataba de disimular. Mucha lujuria, mucha locura.

¿Porque estaba todo tan mal? Porque Facundo era hermano de Sebastián, era mi cuñado. Nunca en los tres años de relación me había hecho ninguna insinuación, ni ninguna mirada de más. Pero yo siempre lo deseé, quizá no tanto al principio, pero cuando la cotidianeidad se apodera de una relación, las fantasías con otras personas (al menos en mi caso) empiezan a aparecer.

El viaje empezó normal. Íbamos a ir 4 días a San Rafael, alquilamos una cabaña para 6 personas, con tres habitaciones y llegamos un lunes a las 13, justo para empezar el asado. Ese día pasó tranquilo, pero a la mañana siguiente sonó el celular de Sandra, mi suegra. Cuando colgó, nos fue a despertar a la habitación, resulta que un primo de ella de San Luis había tenido un accidente grave, y necesitaba que fuesen para allá.

– Supongo que dejaremos las vacaciones para ustedes chicos – nos dijo, mientras que, con mucha pena, ella y mi suegro cargaron todo en su auto y partieron para la vecina provincia. Y nos quedamos los tres, Sebastián, Facundo y yo.

El complejo de cabañas tenía pileta, y mientras que Sebastián y yo salíamos a conocer bodegas o pasear por el centro, yo miraba como Facundo simplemente disfrutaba de tomar sol. Bastante más flaco y atlético, para mi era una delicia verlo en malla, y solo con los lentes, absorto del deseo que provocaba en mi.

Siempre salió con chicas que eran todo lo opuesto a mi, flacas, pequeñas, más jóvenes que él (cuando yo tenía su edad, 28 años) y sencillas.

Pero ese día yo no quise hacer el camino del Cañón del Atuel y Sebastián, después de intentar en vano convencerme, se fue solo. Y ahí me quedé, después del almuerzo sola con Facundo. – El sol está pegando muy fuerte para que te vayas a la pileta – le dije, intentando empezar una conversación.

– Pensaba broncearme un poco, pero no quiero terminar rojo – me dijo, sonriendo.

Entramos a la cabaña, saqué del freezer un pote de helado que habíamos comprado el día anterior y prendí el televisor. – ¿No me vas a convidar? – Me dijo, entonces saqué una cuchara de postre y se la pasé, acto seguido se acercó a la mesa, se sentó al lado mío y empezó a comer.

Nos pusimos a charlar de nimiedades, cosas sin demasiado sentido, hasta que por razones que no entendí, me miró fijo a los ojos, comiéndome con la mirada (nunca lo había visto mirarme así) y sin advertirme nada antes, se me tiró encima y me dio un beso. Solo fue el roce de mis labios con los suyos, y se sentó en su lugar rápidamente, sabiendo que había hecho mal, tratando de borrar el momento.

– Perdoname, fue algo que hice sin pensar – me dijo, visiblemente arrepentido

– ¿Porque lo hiciste?

– Porque te vi así, y me dieron ganas. Perdón, fue un error, no se va a volver a repetir.

– Ese es el problema Facundo, yo quiero que se repita – le respondí sin pensar demasiado.

Me miró. Nos miramos los dos y ahí ya no pensamos más. Y nos volvimos a besar, y esta vez ya no fue el roce de nuestros labios. Fue el inicio del incendio de nuestra pasión.

En un momento me dejó de besar, me miró y, con su mano, llevó a la mía hasta su entrepierna, que dejaba mostrar una erección notable. Ambos sabíamos que lo que hacíamos estaba mal, pero en ese momento no nos importó. Se levantó de la silla, y me llevó a la pieza en donde habían estado mis suegros, porque tenía una cama grande, la de él solo tenía dos camas individuales, y, cerró la puerta detrás de mi. Me le abalancé sobre la malla, se la saqué y ahí vi su sexo con todo su esplendor, y sin dudar me lo metí a la boca, saboreándolo por completo, catándolo como a un buen vino, dejando que me llenase la boca por completo.

No tenía que pasar, pero pasó. Nos abalanzamos a la cama, nos fundimos en un deseo que venía de hace mucho, y que yo ignoraba. Recorrió todo mi cuerpo con sus besos, besé ese tigre que tenía tatuado en la espalda, y mientras entraba en mi yo sentía lo que nunca había sentido con alguien, un deseo que brotaba de nuestros poros, haciéndonos uno, sintiendo que todo el mundo fuera de esa cama no importaba.

No sé cuánto duramos en ese éxtasis, pero fue el tiempo justo. Y cuando llegamos al orgasmo a la vez, nos quedamos abrazados en la cama.

– Siempre pensé que era el tipo opuesto de persona que te pudiese interesar – le dije mirándolo a los ojos.

– No tengo un tipo de persona que me guste, aparte quizá no te hayas dado cuenta, pero vos siempre me has resultado irresistible. No me importa que esté mal, no me importa mi hermano, no me importa nada más que estar con vos así, como estamos ahora. Porque ciertas veces en la vida, muy pocas, lo que uno siente va más allá de las normas morales, sociales, o lo que sea. Esto es lo que me pasa – Me respondió, y me dio un beso infinito.

Era el comienzo de una locura. Sabíamos que estaba mal. Pero era irresistible. Inevitable. Imparable.

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