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Joseph Clap, el mago del aplauso

Los aplausos sirven, por lo general, para destacar o festejar alguna destreza, éxito, chiste, truco, retruco, cumpleaños o cualquier boludez que alegre a la gente. A veces también se aplaude por mero protocolo, sin mucho componente emocional. Otras aplicaciones más prácticas tienden a la matanza manual de mosquitos o a despertar estudiantes que se duermen en clase (como suele pasarme cuando voy a cursar después de clavarme un 0,5 de Rivotril). También está el aplauso medio mala leche que sirve para señalar a quien se cayó, dijo una pavada o rompió algo (por ejemplo, un vaso sanguíneo). Últimamente, en época de coronavirus, se aplaude para felicitar a los trabajadores de la salud, aunque se estima que el número de médicos y enfermeros agradecidos o conmovidos por este gesto asciende a cero.

Pero también está la otra cara, dolorosa y sigilosa, aunque no por eso menos discreta: la del no-aplauso… Ese cantante que pide palmas y el público le hace una cruzada de brazos más funesta que las cruzadas medievales, esa exposición oral que concluye en el más indiferente de los silencios, esa canción que no se sabe si terminó o no, ese chiste que se pensó genial y al salir de la boca pereció en la vergüenza…

Es por esta enorme trascendencia del aplauso en la vida social que este relato trata sobre un singular cordobés oriundo de Villa Carlos Clap, llamado José Esperm, más conocido por su nombre artístico Joseph Clap, cuya vida estuvo marcada por poseer un don extraordinario: el de contagiar sus aplausos. Cada vez que Joseph aplaudía, automáticamente los que lo escuchaban comenzaban a aplaudir también. Quienes aplaudían por su culpa ni siquiera sabían por qué lo hacían, pero cuando los aplausos eran masivos, se podía generar la idea de que se estaba aplaudiendo algo que ameritaba ser aplaudido, es decir, el efecto emocional que generaba la masa era contradictoria respecto de las emociones de los individuos que componían esa masa, re loco ¿no?

Joseph descubrió su poder a los 22 años (pues nunca antes había aplaudido) la noche que fue a ver a su amigo Roger hacer un karaoke spinetteano en una panchería llamada «La Pancho Dotto Krause». Una vez pasados los casi 10 minutos del tema ¡Hola, pequeño ser! del disco Pescado 2, con la gente entre embolada y al borde de un ataque de furia, un viejo del público le gritó a Roger: «¡¡Eso no es para un karaoke hermano!! Sos un bodrio… ¿¿Quién carajo se sabe esas letras?? ¡¡Si esta noche me vuelvo impotente va a ser culpa tuya, forro!!». Ante tamaño vituperio, Joseph se puso de pie y aplaudió mirando fijamente a su amigo, buscando contrarrestar la contundente bardeada del viejo. El resto de los presentes también comenzó a aplaudir, aunque no sabían si Joseph estaba aplaudiendo al que hacía el karaoke o al señor que había denigrado al que hacía el karaoke, pero igual aplaudían sin entender nada y contribuían así al nacimiento de una leyenda.

Para comprobar que lo de aquella noche no fue un malentendido, Joseph probó aplaudir en distintas circunstancias: colas en los bancos, clases universitarias, supermercados y salas de terapia intensiva (en las que hasta los internados se sumaban), confirmando que, como por arte de magia, siempre sus palmadas generaban un irresistible impulso aplaudidero en otros humanos. “Bueno —pensó Joseph—, tengo un superpoder medio boludo pero vivo en un mundo capitalista y tengo que buscarle la vuelta para hacer guita con esto”.

Fue a raíz de estas experiencias que, ni lento ni perezoso, empezó a ofrecer su servicio a bandas under, standaperosunder, deportistas y académicos under, entre otros under. Pronto pegó un contacto con un concejal de la Unión Cívica Radical, quien le dijo «mirá José, en la UCR sabemos que jamás despertamos emoción en nadie, somos huérfanos de todo carisma, una eterna mueca gris; por eso todos los artistas son zurdos, de derecha o peronistas, pero no hay escritores ni músicos ni pintores radicales, así que necesitamos que vayas a nuestros actos y generes mucho aplauso, pero sin bombos ni nada raro porque eso es de peroncho incivilizado. Hay buena guita». Los resultados fueron descomunales: gracias a Joseph la UCR se impuso en las PASO de todo el país, aunque luego metió excusas para no continuar con las campañas para las elecciones generales. —Me gusta la tarasca pero tengo mis límites, tampoco soy tan fulero —canchereaba ante sus amigos, quienes lo apodaron «el mago del aplauso».

Así dio inicio a una meteórica carrera en la que hizo triunfar a todo aquel que lo contratara. Se le pagaban cifras cada vez más jugosas para desatar aplausos en conferencias, concursos, fiestas y competencias. Algunos conocedores de esos chanchullos empezaron a pedir que se prohíba su presencia en eventos para evitar irregularidades, aunque en el momento se los acusó de resentidos y malos perdedores. “¿Por qué triunfa gente mediocre mientras otros con mucho talento siguen siendo unos fracasados anónimos? Es obvio que la variable más importante nunca es el talento, sino otras cosas, como el marketing, tener un culo formidable o contar con tipos como yo”, reflexionaba Joseph en su diario íntimo.

Sobre las causas de su increíble poder, hasta para él todo era misterio. Tras 49 sesiones con un psicoanalista pudo recordar que en una Navidad, cuando él tenía 5 años, le explotó en la espalda un chaski boom arrojado por su primo Hugo (de 24 años en aquel entonces) mientras los demás bailaban al ritmo de «mesa mesa mesa que más aplauda, mesa que más aplauda». Este hecho traumático era la única explicación medianamente razonable a su extrañísimo don.

Sea como sea, Joseph siguió laburando, pero su éxito crecía a la par de su mala fama y de sus enemigos: aquellos que eran derrotados u opacados por sus clientes. Cada vez le costaba más mantener la discreción, sobre todo después de que Horacio Verbitsky lo botoneara en un informe titulado “Joseph Clap: El peaje al éxito”. Era de esperarse que un día sus haters se organizaran para acabar con él. Fue así que miles de personas comenzaron a juntar recursos en secreto para financiar la llamada «Operación 29 de Junio» (en referencia a la fecha del robo de las manos del General Perón). Los empresarios aportaron parte de su patrimonio (el 1%, en negro), los teatreros hicieron masivas ventas de pan casero y las bandas organizaron decenas de festivales en los que estaba prohibido aplaudir. Joseph Clap había generado una auténtica grieta en la sociedad. Ahora era un enemigo público con los días contados.

Con parte de los fondos reunidos se contrató a un sujeto con un superpoder similar al de Joseph, Karusolombárdeos Abúxeos, un griego con la capacidad de contagiar irresistibles abucheos, protestas e insultos. Se decía que trabajaba para la CIA y que habría tenido fuerte influencia en la caída de la Unión Soviética y, posteriormente, en la caída de la página de la ANSES. Con el resto del dinero se contrató al mismísimo Joseph Clap. Quienes hablaron con él le ofrecieron un monto millonario para aplaudir a un candidato a la gobernación de Córdoba en un debate, con la condición de que, si su servicio no daba los resultados esperados, se le cortarían las manos. “El Joseph no se mancha”, les respondió, 100% seguro de su eficacia.

El debate gubernamental, realizado en una cancha de fútbol 5 del JCJ Rufino FC de Córdoba, contó con la presencia de unas 1200 personas que, apretadas y sin saberlo, serían partícipes de un hecho histórico. Tanto Joseph como Abúxeos estaban entre los espectadores. A Joseph se le dio la orden de aplaudir a Fernando «Chancho» Migraño, candidato socialista, mientras que a Abúxeos se le pidió abuchear cada vez que Joseph hiciera aplaudir a la gente. El resultado fue fabuloso: cuando el público comenzó a aplaudir al candidato socialista inmediatamente fueron atrapados por los improperios del griego, de modo tal que todos aplaudían e insultaban al mismo tiempo al Chancho Migraño, incluso él mismo, lo cual hacía la situación aún más asombrosa.

Joseph entendió que semejante anomalía, en conjunto con la amenaza recibida, eran parte de una treta que alguien estaba orquestando en su contra. Desesperado, comenzó a aplaudir cada vez más fuerte y más rápido con la intención de que los aplausos de la gente taparan los agravios que desataba el greco-mercenario. Después de ocho minutos de intensos aplausos y puteadas comenzaron a ocurrir los primeros desmayos. La gente estaba consciente del horror al que estaba siendo sometida, pero nadie podía dejar de aplaudir ni de bardear. ¿Existirá algo más horrible que estar rodeado de gente que, al igual que uno, es víctima de una tortura, y que ni la voz ni el cuerpo de nadie respondan para ayudar ni huir aun cuando todos son conscientes de lo que ocurre? ¡¡Culiáa!!

Pasados los cuarenta minutos, con cientos de desmayados, muertos y afónicos, Joseph empezó a perder la pulseada. Abúxeos estaba mucho más entrenado para esa clase de situaciones, mientras que el mago del aplauso, quien jamás había tenido un contrincante, sentía desvanecer su magia y su consciencia con cada golpe de sus ya ensangrentadas manos. El corazón de Joseph soportó un último aplauso mudo y bajó el telón para siempre. Abúxeos entonces calló los insultos y comenzó su rápido escape mientras los sobrevivientes se tiraban o caían al piso para descansar, formando así una montaña de miles de cuerpos, con vivos y muertos, apilados en una diminuta cancha de fútbol 5.

Ni Interpol pudo atrapar al agente griego, pero sí se pudo identificar a los responsables de la Operación 29 de Junio, que dejaría como resultado el infarto de Joseph Clap y la muerte de otras 328 personas. El fallo judicial determinó 20 años de prisión para los 9823 artistas, deportistas, académicos, políticos y empresarios involucrados en la conspiración, y 10 años de cárcel para los sobrevivientes, por hallarse partícipes necesarios y autores materiales de los aplausos e insultos que dejaron más de tres centenares de muertos. En cuanto a las elecciones, el Chancho Migraño quedó cuarto con un 1,2% de los votos.

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