Corrían mis venitepocos (ahora corro los veintimuchos), cursaba el último año de mi carrera y me la pasaba todo el día franeleando la garlopa, enchastrando el pimpollo, rasqueteando la mandioca y retejando el mandraque, cosa que todos los de mi edad hacían, aunque yo siempre mucho más unipersonal y onanista que doble.
Aquella noche pintaba linda. Nos habíamos juntado con los chicos en la estación del Gordo Pelota, estaban todos los muñecos: el Gordo Rolo, el Rodilla, el Garabito, el Conejo, el Tanque, el Tato, el Flaco, el Negro, el Cecil, el Pompi, yo y obviamente el Pelota, que esa noche no laburaba porque había conseguido un espantapájaros que lo remplace.
Todo venía como de costumbre, el Rolo, el Tanque y el Rodilla habían llegado primeros y se estaban fondeando un Branca de 750 con una Coca de litro y cuarto. El trío Fratelli ya estaba encendido. Al rato llegué yo con más ganas de salir que de vivir, con el Garabito (empedado psicológicamente) y el Tanque a cuestas (acostumbrado a ser acarreado día y noche). Más tarde apareció (o lo dejaron aparecer) el Negro y el Pompi, luego se apersonaron los místicos Cecil y Conejo (amigos inseparables aquella época), vestidos de negro y con cara de sospechosos y por último el Flaco con el Tato (este primero con los ojos rojos de tanto “soldar”).
Pedimos otro fernectio y luego otro, le sumamos un colorido Campari y terminamos discutiendo donde ir entre cervezas y fernet puro.
En medio del kilombo al Garabito le sonó el celu, atendió y al cabo de un “¡dale papá!, vamos para allá con los vagos” definió el lugar donde nuestros cuerpos zarandearían las caderas: el cumpleaños del Facha (en realidad no le decíamos así, pero he decidido cambiarle el nombre porque lo que pasó fue groso… y creo que aún podemos tener problemitas legales)
El cumpleaños del Facha era una especie de Leyenda, como un mito urbano. El Facha era un tipo carismático y popular, lindo el guacho, encima bueno y simpático. Le daba bola a los giles, hablaba con las minitas, era amigo de los inteligentes y se juntaba todo el día con una cuadrilla de facherazos igual que él, lo que se podría resumir en dos palabras: winner total. El Facha cumplía años la misma semana que el Re Facha (otro nombre alusivo a uno mucho más lindo que él) y que el Recontrapopular (también le pongo así para que no sepan quién es). Con estos tres “apodos” se pueden dar cuenta como venía la mano con esa fiestita.
Para colmo los tres especímenes agraciados estos (desgraciado Dios hijo de puta por darle tanto a ellos y tan poco a nosotros) cursaban en “popular universidad estatal”, les iba re bien y eran amigos de las más ricas. Y, colmo de los colmos, la carrera que cursaban era bastante mixta, por lo que las yeguas más bravías de Mendoza iban a estar en aquel evento.
Y, como si esto fuera poco, los tres hermosos Dioses Griegos y la concha del pato a mis viejos por hacerme feo y pobre, eran ricos. Por lo que la fiesta era en un zarpado salón, gratarola para los amigos, regadísima en chupi y glamorosa como pocas, en fin… el sueño del pibe.
Antes de irnos me fui un toque al baño mintiendo como que me iba a hacer pis, cuando en realidad me iba a mirar al espejo y peinarme un poco, cosas de afeminado. Estaba hecho un espanto, todo despeinado, los ojos inyectado de alcohol, cara de trasnochado, topa de bailanta y semblante de dudosa sobriedad. Por el rabillo de la puerta observé a los vagos… el Garabito ya estaba completamente ebrio, con la camisa desprendida y corriendo por el local mientras el Gordo Rolo lo perseguía para pegarle, como una bestia enloquecida. El Tanque estaba con un buzo de River y un jean que le quedaba como el plomero que nos arreglaba las canillas en mi casa. El Pompi estaba impresentable, con cara de “no me lleven a bailar a un lugar digno que me muero, de pedo doy para bailanta de cuarta y me quieren llevar a los Oscar”, el Negro estaba roto, el Flaco estaba fumadísimo, se reía de todo esquizofrénicamente y sin parar. El gordo Pelota estaba re caliente porque le habíamos robado chicles y nos quería cascar a todos. El Cecil y el Conejo se hacían los giles, porque ya tenían todo un circo armado con unas suripantas (gordas gigantas) que también iban a la fiesta, por lo que casi ni chuparon. Y el Tato estaba en un costado, quejándose de todo.
Aquel cuadro mas que de “amigos de previa listos para salir” era el del “patético circo de los hermanos cochinada”. Me agarré la cara desesperado… mi grupo de amigos era lo menos glamoroso y más impresentable del mundo… ¿de que nos las íbamos a dar en aquel evento? El en fondo no íbamos de caretas que somos, sino porque nos habíamos gastado toda la guita en la previa y no teníamos lugar donde tirar unos pasos gratis. Además, el Facha era un amigo, y lo teníamos que ir a saludar. Trate de acomodarme los ojos y la boca en su lugar, me paré el jopito re llamita y salí a agitar conque nos fuéramos urgente.
Llegamos al baile… todos mis temores se hicieron realidad. Las minas estaban de vestido… ¡si, de vestido! No había un solo flaco de remera, todos de camisa, todos lindos, era como la fiesta post-desfile de modelos. No solamente éramos los más enanos a cuarenta kilómetros a la redonda, sino los más feos, rotos y desgarbados. La gente corría para dejarnos pasar, como cuando la popu se corre para que pasen Los Borrachos del Tablón. Encima la monada se creía graciosa, así que entraron agitando y armando bardo. Yo iba e fondo, con la vista al piso, con la cara bronceada de rubor en pleno Julio. El pedo se me había pasado hacía rato. Mami, ¿porqué no me quedé viendo Mi papá es un ídolo con vos la puta madre?
En cuanto pusieron un pie en el salón, los vagos comenzaron a tirotear. Y luego de un raid desenfrenado, ahí estábamos los doce pintados al oleo, con las caras más cortadas que Scarface, apostados al lado de la barra. Hasta las gordas putas le habían fallado al Conejo y al Cecil (no las deben haber dejado entrar por fieras). Las féminas huían despavoridas de la manada, incluso el estúpido y sensual Facha nos saludó a lo lejos, con una manito como un cabrón, mientras se parlaba a una Amazona.
Le hicimos honor al “no traigan nada, con los otros chicos del cumple compramos bastante chupi” y le quemamos la barra al caretaje. Además, fiesta pelotuda que se hacían todos los recatados y los más sociales, todo el escavio estaba ahí para nosotros.
En eso aparece una compañera mía, más rica que hacerle un caño a Messi y gritarle “toma enano puto” en plena cara. Se acerca y me saluda, mi ego estalló cual increíble Hulk, pero fue instantáneamente congelado cuando la belleza me dijo, luego de un “Hola Bomur”, “che, ¿vos tenes las carpetas completas de..? la recontraconcha de tu madre. De todas formas, me pareció excelente excusa para alejarme del bastión infernal, que de tristes marionetas deshilachadas, se habían transformado en agresivos y pendencieros matarifes. Además… si el Facha me veía hablando con esta nami, que estaba más rica que la que hablaba con él, seguramente iba a pensar “que groso el Bomur”… Ni te cuento si me viera mi papá, ¡hijuetrige! Así que ahí me quedé, charlando con Dios hecho mujer, pensando en la cantidad de palomitas que le iba a dedicar.
Al cabo de un rato y, teniendo la certeza de que sin carpeta, apuntes y un resumen re groso de la materia de por medio, aquella ninfa no me hablaría jamás, ni jamás recordaría haberme dirigido la palabra, decidí volverme con mis solitarios nieris.
De pronto nos los veo cerca de mí (¡puta madre tampoco vieron con quien me quedé hablando!), pispeo por el salón y nada…entonces veo a varias personas apostadas en los patios del lugar observando algo, un espectáculo.
Un espectáculo digno de mi vergüenza. Ahí estaban los once mandriles, en medio del patio, en una canchita de fobal húmeda, totalmente en pedo, empujándose los unos a los otros al ritmo de socarronas risotadas y bravíos insultos. El Rolo empujaba violentamente al Garabito, mientras el Rodilla se ponía en cuatro patas tras él, simulando una banqueta y haciendo que el precoz enano volase por los aires. El Pompi se empujaba contra el Pelota, como una guerra de búfalos para ver quien se caía primero. El Cecil les pegaba con una rama al Conejo y al Flaco mientras estos dos se revolcaban a las risotadas en el pasto, intentando hacerse llaves marciales. El Negro tomaba carrera para meterle una voladora a cualquiera que se pusiera sobre su camino. El Tato lloriqueaba revolcado en el piso porque el Tanque le acababa de dar un piñón en el riñón. Todos llenos de pasto, todos despeinados, con la ropa hecha percha, las caras chivadas y obviamente… la dignidad en un lugar muy lejano.
Unas cartuhas al lado mío decían “¿Quién invitó a estos neandertales?”, al tiempo que uno de los lindos que cumplían años llamaba por nextel al Facha que se estaba culiando en su súper coupé a la amazona para preguntarle “¿vos invitaste a unos desubicados que se están cagando a piñas ebrios en el patio?” para que este responda “no se quienes son, echalos” Yo estaba sorprendido. Primero pensé “tierra trágame, ahora si que no culio más en mi vida”, pero después di un vistazo general a la situación. Mis amigos la estaban pasando de pelos, parecía cuando teníamos once años y hacíamos luchitas en el barro, la gente miraba con mezcla de asco y vergüenza al espectáculo, pero… ¿Qué concha me dio, da o iba a dar esa gente del orto? ¿Qué pleitesía le debíamos rendir a aquel caretaje frívolo y asexuado? Nadie puede negar que lo primitivo es lo mejor, así que me saqué la campera, la deje en un costado junto con mis complejos y me zambullí en el nudo que eran los once salvajes… ahora éramos doce. Creo que fue uno de los momentos que más me he reído en mi vida.
Al cabo de una media hora, exhaustos, sudados como en una final interbarrial, agitados y burlándonos del Garabito que vomitaba sin parar, decidimos terminar el show, show que era visto solamente por nosotros, el público ya estaba haciendo cosas de gente de veintipocos, charlando, besándose o culiando, cosas tan lejanas a mí y nuestro grupo de amigos.
Nos decidimos partir a MrDog a comer un panchito, íbamos en tres autos. De pronto nos empezamos a subir cada uno al asiento donde había venido y faltaban dos muñecos. ¿Dónde esta el Rodilla? ¿Y el Negro? Hice un conteo general y nada… éramos diez, faltaban dos. Efectivamente no estaba ni el Negro ni el Rodi. Como era el único estable y aún más o menos tieso, entro a buscar a los perdidos. Busco en el salón y nada, me voy al patio, a ver si aún se seguían cagando a piñas y nada. No estaban en la barra, no estaban en el baño. Lo llamo al celular del Rodilla y nada, hago lo mismo con el Negro y nada, sonaba sonaba y nadie atendía.
Salgo y ya estaba todos subidos a los autos, incluso a mi auto. “Bomur, vámonos, ya van a aparecer, por ahí se fueron con unas minas”. En ese momento si me decían que se los habían llevado los extraterrestres les creía más, ¿con qué minas se iban a ir los dos mortadelas estos? Dudoso y luego de que el Gordo Rolo se bajase del auto, se pusiera violento y me dijera que si no nos íbamos me sacaba la llave y se iba él en mi auto sin mí (cuando tiene hambre es incontrolable, como cuando quiere ir a las putas), decidí emprender el regreso.
De pronto me suena el celular. Miro y leo “Rodilla llamando”. Atiendo…
¡Rodi! ¿Dónde están culiado?
¡En el acceso! (ruido y kilombo de fondo)
¿Dónde?
¡En el acceso este, yendo para la casa! (ruido, kilombo música, viento de fondo)
¿Pero como? ¿En que andan? ¡Si vos venías conmigo y el Negro en el auto del Cecil!
¡En un Dunita!
¿Qué? ¿En que?
¡En un Dunita boludo, un Duna!
¿Un Duna? ¡Si ninguno tiene un Duna! ¿Con quien estás? (me empecé a preocupar, los chicos estaban muy borrachos)
¡Con el Negro!
¿Y con quien más pelotudo? (los nervios y la preocupación me rebalsaron)
¡Con nadie más tarado! Esto con el Negro en un Dunita yendo para la casa.
¿Pero como un Dunita? ¡Si nadie tiene un Duna Rodilla la puta que te parió! (le grité nervioso)
¡Me chorié un Dunita! (y las risas estallaron en aquel auto)
Un sudor frío recorrió toda mi espalda, había ruido a auto, había ruido a música, en ningún momento de la noche había visto al Rodi o al Negro charlando ni con vagos ni con minas, no iban en ninguno de los otros dos autos… Tragué saliva…
¿Qué?
¡Eso loco! ¡Me chorié un Dunita papá! ¡Es un fierro, vamos a 120 con el Negro por el acceso!
¿¡Pero como!? (no sabía si reírme o llorar)
¡Juntémonos en 10 en la plaza y te cuento! (y cortó)
Cuando les conté a los chicos estallaron de la risa, no lo podían creer, pero no paraban de reír. Incluso cuando les llamé a los de los otros dos autos también casi chocan. Tuvimos que pararnos en un costado porque el Gordo Rolo y el Pompi se habían quedado sin aire de tanto reír. Yo estaba atónito.
Diez minutos después llegamos a la plaza, no había nadie, solamente un Dunita con las puertas abiertas y el stereo al palo, el Rodilla y el Negro bailando un rocanrol de La 25 y chupándose una cerveza…
¿¡Que hicieron culiados!? Les pregunté.
Nada papá (me contestaba el Rodilla mientras se meaba de la risa al unísono con los demás de la brigada), resulta que nos estábamos empujando y me tiraron a un costado y encontré en el piso las llaves de un auto. Entonces lo agarré al Negro y le dije que me acompañara. Fuimos hasta la playa, vi que la llave decía “Fiat”, probamos en varios autos hasta que se abrió este Dunita. Lo encendí, lo tuve que dejar regulando un rato porque estaba frío, pusimos marcha atrás y nos vinimos porque nos queríamos tomar un porrón.
¡Rodilla! ¡Se robaron un auto culiado!
¡Si culiado! ¿Y? (las risas de todos explotaron como la bomba nuclear en Hiroshima, no pude resistir a la tentación)
Luego de terminarnos varias cervezas, de bailar todo el CD de La 25 que estaba puesto en el auto y de empujarnos un rato más en la plaza, dejamos el Dunita en la puerta de la seccional del Unimev. Yo mismo me encargué de llamar de un público diciendo: “oficial, me parece que en la puerta de la seccional hay un auto abierto, con la llave puesta”.
A los dos o tres días nos enteramos que a un choto amigo del Facha le habían robado el auto y se lo habían dejado intacto en la seccional del Unimev.
También podes leer:
Sentir terror
El año pasado escribíamos:
Grego de los viernes
simplemente genial! jajajajaja!