/La mejor anécdota de mi nona de todos los tiempos

La mejor anécdota de mi nona de todos los tiempos

En mi familia hay varios personajes, pero sin duda mi nona “Pochi” se lleva el premio. La octogenaria mujer tiene todas las características de la abuela perfecta. Es tierna, atenta, amorosa con hijos y nietos y mientras mi nono estaba en vida le hizo vivir un matrimonio feliz. Una reina la vieja, doña de campo, pechera, guapa la nona, está acostumbrada a ponerle el pecho a las balas, huevo al granizo, esfuerzo a la helada y pilas a la vida. Crió una gran familia… pero este no es el fin de esta nota, el fin es contar la mejor anécdota humorística sobre ella.

Resulta que, como toda señora de edad, con el tiempo se le empezaron a cruzar uno que otro cablecito. En esa época mi nono Bruno aún vivía. Entonces, típico, la Pochi te preguntaba setenta veces las mismas cosas, te ofrecía mil veces el mismo postre y te contaba dos o tres veces en la misma comida la misma anécdota… siempre con la sorpresa de la primera vez. Al principio la escuchábamos todas las veces, cagándonos de risa entre nosotros y haciéndonos los sorprendidos con cada palabra. Con el tiempo pasó el chiste y le advertíamos… “Nona… ya nos lo contaste”. “¿Cuándo?” preguntaba la vieja… “recién”, respondíamos, y estallaba en risas.

Bueno, voy a intentar reproducir el diálogo que tuvo de la mejor manera posible para que puedan dimensionar la anécdota.

Era medio día, mi nono llegaba de laburar en la finca y estaba en el baño lavándose las manos. Sonó el teléfono, era el Juan Carlos, un sobrino… tenía malas noticias.

– ¿Hola? – atendió la Pochi.

– Hola Pochi, como le va, soy el Juan Carlos.

– Hola Juan Carlitos, ¿como va querido?

– Mas o menos Pochi, le llamo para darle una noticia triste.

– ¿Qué noticia? ¿Qué pasó? – preguntó la Pochi asustada.

– Es mi mamá… está internada, grave. Está muy mal. – dijo el Juan Carlos con tristeza.

– ¿¡Otra vez!? – preguntó resignada la Pochi.

– Si tía… otra vez, yo le aconsejo que se venga para la ciudad porque creo que de esta no pasa – le dijo el Juan Carlos más triste aún.

Entonces mi nona, sin colgar en teléfono, se lo puso en el pecho y le pegó un grito a mi nono que aún estaba en el baño…

– Brunoooooooooo, Bruuuuunooooo – lo llamó sin querer asustarlo.

– ¿Que pasaaaaa? – contestó el viejo desde el baño.

– Es tu hermana, Bruno… esta otra vez internada y grave.

– ¿¡Otra vez!? Me cacho… – respondió mi nono con la única mala palabra que se sabía.

– Si, otra vez… cambiate que nos tenemos que ir a la ciudad a verla – le ordenó al viejo.

Y aquí vino el punto interesante… la vieja es un reloj, estructurada y ordenada como nadie en el mundo. Yo me imagino que su cabeza comenzó a ordenar los detalles menores de la situación, como qué ponerse, dónde quedaba el hospital, a qué familiares debía avisarles, con quién podía dejar la casa si se quedaba más tiempo de lo normal, quién le iba a dar de comer a los animales y un largo etcétera automático… entonces, de pronto… como quién no quiere la cosa, se dió cuenta que tenía el tubo del teléfono aún en la mano…

– ¿Hola? – preguntó la Pochi con la mente en otro planeta, desconcertada.

– Hola tía – respondió medio confundido el Juan Carlos que estaba en línea hacía cinco minutos.

– ¿Quién habla? – preguntó mi nona sorprendida.

– El Juan Carlos tía…

– ¡¡¡Juan Carlos!!! – gritó la Pochi sin dejarlo hablar, medio sollozando, compungida – Juan Carlos… ¿vos sabes? – le preguntó.

– ¿Si se qué tía?… – contestó confundido el tipo.

– Tu mamá Juanca… ¡tu mamá esta internada! ¡Otra vez! – le aseguró la Pochi.

Entonces el Juan Carlos no pudo más que estallar en risas, ante tan tragicómica situación. Piloteándola como un campeón, acostumbrado a los cuelgues de la Pochi, le respondió que si, que sabía, que la esperaba en el hospital Español.

La mamá del Juanca zafó esa vez y la anécdota fue repetida hasta el hartazgo por los pasillos del hospital.

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