La morocha valía oro, pero ella no lo sabía. La morocha era incondicional, podía llegar con los hombros bajos del cansancio rutinario, pero así y todo se los prestaba a él para que se apoyara, porque sabía que tuvo un mal día. El flaco llegó sin cruzar miradas y, con cierta indiferencia y frialdad, le habló sobre su día, sin percatarse que sus ojos estaban lagrimosos, pero ella oía cada palabra sin decir nada. Él había tenido un día complicado y ella se tragó su angustia. Su intuición nunca fallaba. La morocha era compañera, con un amargo de por medio le escuchaba cada palabra, siempre atenta a su relato para ver en qué lo podía aliviar, al menos un poco. La morocha valía oro, pero no lo sabía.
Tenía talento para hacer sentir mejor al que tenía al lado, le gustaba levantarle el ánimo por sobre el suyo. El egoísta se hacía el boludo cuando ella le pedía que la fuera a ver. Ella solo quería su compañía, y él siempre tenía una excusa. Pero el caradura casi todos los días le escribía mensajes a altas horas de la noche para decirle que la necesitaba, para que le fuera a hacer compañía. Ella agotada siempre iba, siempre estaba para él, aunque el poco caballero nunca estuviera para ella cuando lo necesitaba, y ella se lo perdonaba porque lo amaba y no quería generarle más problemas.
La morocha era una genia, pero no lo sabía. La podías ver con cara seria, pero te hacía reír con sus ocurrencias improvisadas. La morocha era una persona altruista, se le podía derrumbar su mundo, pero podía estar al lado de él para sostenerle el suyo.
Siempre fue una persona fuerte y le sobraba coraje para hacer cosas por los demás que no hacía ni para ella misma. El flaco siempre tenía un «pero», siempre se justificaba con algo para no hacer lo que debía, él siempre era la víctima y no el victimario. Ella solía hacer todo por él, incluso ir hasta su casa sólo para cocinarle, y después irse a hacer sus deberes y responsabilidades. Nunca escuchó un gracias de por medio, pero tampoco quería sermonearlo con detalles pequeños. La morocha era una persona empática, le salía de adentro, como una energía interna que brota sola. Valía oro, pero no lo sabía.
Era una gran mina, muy cariñosa y atenta. Podía sacar de su interior, pisoteado y roto, una sonrisa, pero no una cualquiera, sino de esas que te alegra el día de sólo verla, una muy cálida y contagiosa. La morocha tenía una energía que brillaba, provocaba un fulgor de su interior, y todo a su alrededor se veía mejor. El flaco un día la vio llegar y notó que ella ya no brillaba con esa intensidad a la que lo tenía acostumbrado. No le preguntó, ni se acercó a ver qué le pasaba, simplemente se fue y la dejó ahí, abandonada en la fría oscuridad. Quizá creyó que ya no valía oro. Ella se sigue echando la culpa de que la relación haya terminado.
Es el día de hoy que sigue creyendo que él vale oro, porque siempre había algo que brillaba con una intensidad inconmensurable cuando estaba a su lado. Pero sigue sin darse cuenta que ese brillo lo provocaba ella misma.
La morocha vale oro, pero aún no lo sabe.
NDA: Dedicado para Nadia Romero, alias “La morocha”.
Me encantó.