Buscar trabajo siempre fue un gran dilema. Elegir entre lo que te gusta, o lo que te de guita. Porque generalmente, es muy difícil combinar las dos de una.
Mi primer laburo fue entregando papelitos con perfumes en pleno centro. Un bodrio total. Justo empecé cuando fue el gran caos de la Gripe A. Se imaginarán la cara de espanto de la gente cuando me acercaba muy amablemente a que probaran el horrendo perfume con olor a cementerio. Lo único bueno, era que las chicas me maquillaban todos los días. Asique era una especie de reina de la vendimia pidiendo que compraran un frasquito con aroma a muerto.
El siguiente, fue vendiendo ropa en pleno centro de Mendoza, más precisamente en la galería caracol. El dueño era un explotador negrero hijo de puta. Se curtía a la encargada del negocio y la minita en cuestión, me contaba sobre sus encuentros sexuales. Yo vivía descompuesta porque el señor era más grande que mi viejo.
Después arranque en el ambiente gastronómico. Los cocineros estamos todos del mate, porque se vive bajo presión permanente. La parrilla en pleno verano es insalubre, quemarte con agua hirviendo duele pero tenés que seguir sacando platos. Todo para que termines el despacho, y te digan que después te pagan. Un desastre.
No tengo una gran experiencia laboral, pero si logré identificar a algunos de los típicos compañeros de laburo.
Esta la que no deja de hablar, toda maquillada y que a cada clienta que atiende, la trata de “gordi». Les miente descaradamente sobre lo bien que le queda ese pantalón, al pedo porque no vende nada nunca.
El tarado de treinta años, que te encara apenas entras y vive haciendo chistes paupérrimos creyendo que así, levanta algo. El denso es infaltable.
La rara que nunca habla, tiene cara de pedo permanente, pero después te enteras que vive armando puterío por todo el local. La típica mosquita muerta.
El que estudia, trabaja, vive solo, y siempre tiene quilombos con la novia. Siempre nervioso, cansado, sufre de tantos dolores diferentes, que es lo más parecido a un anciano con boina y lleno de olor a naftalina. Vive mal pegado y odia a todos.
El chupa medias está presente en todos lados. Justifica al sorete del jefe que lo vive jodiendo con el sueldo, y no ayuda a ningún compañero. Nunca nada de lo que hace sirve de algo, pero él cree que es el más capacitado. Un ñoño y un forro.
Siempre hay uno o varios personajes en el grupo. Éstos, o seguro algún otro que me estoy olvidando o que jamás me crucé. La cagada es cumplir horarios, soportar cosas innecesarias y por demás molestas, y aún así, que el sueldo no te alcance. Es cobrar el aguinaldo y que se esfume en dos segundos, porque es ley que alguna cagada se rompe en tu casa. Desapareció la guita extra.
No tendríamos que laburar más de la manera en que lo hacemos. Vivir de una huerta, un par de animales, y chau tarjeta de crédito. Volver a las velas, la leña y un caballo que te lleve y te traiga. Nada de nafta, supermercado ni shopping. Campo, y se terminó el asunto.
Al final estamos todos llenos de estrés, tomando ansiolíticos, perdiendo pelo y puteando a veinte motores sin ningún sentido. La vida se pasa igual y uno de cada un trabajador, soporta un millón y medio de trastornos obsesivos compulsivos.
Hoy festejo el día del trabajador echada como vaca al sol, tomando vino, y mirando la montaña. Porque no planeo mover ni un solo dedo, al menos que sea para buscar una película en Netfilx.
Y a todos mis jefes anteriores, ojalá les caiga una maldición y se queden todos pelados, se les rompa el auto y que la grúa los busque después de seis horas de espera. Que el delivery les traiga la pizza con todo el queso corrido, y les corten el agua, justo cuando están todos llenos de jabón. Malditos chupasangres.