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¡Volvamos a las carretas!

Manejar es una de las actividades que mas detesto hacer en el día. Desde arrancar el auto, hasta buscar estacionamiento. Circular por calles repletas de pozos, y esperar a que los semáforos cambien a bendito verde. Eso siempre y cuando funcionen, si no, es una especie de guerra para ver quién tiene más huevos y encara más rápido. Pierdo de manera ininterrumpida.

Nunca falta el dominguero que pasea cual turista un lunes a las ocho de la mañana y te jode todo el camino hacia el colegio de tu hijo. Lo pasas mientras le tocas todas las sinfonías de Beethoven con la bocina, y el señor ni se voltea a ver. Ese cabrón siempre usa lentes y es blanco teta. No me pregunten porque, pero el dominguero tiene todas esas características.

También está el dueño de la camioneta que prácticamente busca pasarte por arriba con su 4×4. De repente miras por el espejo retrovisor y tenes una mole pegada a tu pequeño auto indefenso. Lo que hago de manera religiosa, es algo que me enseñó mi madre. Apenas toco los frenos y el Toreto en cuestión, retrocede automáticamente. Me pasa apenas puede, mientras me insulta y yo le tiro besitos. Ese ser, es un cuarentón pasado en estrés y en cuestiones no resueltas. Comerciante y fan de los patios cerveceros.

El ordinario que tiene una berenjena destruida de auto, es una persona abominable. Generalmente se da el lujo de liberarle el escape y decorarlo con un montón de luces de colores azulados. El tipo cancherea la porquería de chasis torcido y lo que es peor, con al menos dos focos quemados. Pero ahí va el muy tarado creyendo que tiene un Audi, pero ensamblado en Paraguay. Algún personal de tránsito le tiene que sacar el cachivache y multarlo pero de por vida por hijo de puta.

Encuentro muy seguido al señor jubilado de casi ochenta años, y que es lo más parecido a una momia conduciendo. No se mueve, pegado al parabrisas y con las dos manos agarra con fuerza el volante. No ve un sorete ni mucho menos escucha. No tiene ningún sentido tocarle bocina, porque no se va a enterar si te encerró, o apareció de una esquina sin antes mirar. Maneja porque Dios es grande y porque la policía le sigue otorgando la renovación del carnet de conducir.

La chica de 23 años, estudiante de diseño de la Facu de Mendoza es exasperante. Maneja un Gol como el culo, escucha Marron5 y se manda un millón de infracciones en apenas diez cuadras. No respeta una sola señal de tránsito, ni mucho menos pone guiñe antes de doblar. Pone balizas y se baja a comprar la coca light y los puchos mentolados dejando a su “bebé”, donde le pareció más cómodo y a cagar con el resto. Insufrible y digna de que una paloma le pinte la cabeza con caca violeta.

La señora miedosa e insegura de todo, es muy peligrosa. Pero me termina dando ternura. Te pide disculpas por cada moco que se manda, y mira treinta y cinco veces los espejos para cambiar de carril. De esas mujeres siempre me alejo, porque nunca sabes que corno quieren hacer.

Y finalmente estoy yo. Treintona, siempre con pendejo a bordo, el auto mugriento y todo rayado. Siempre indico todo lo que hago, aunque una vez casi mato a un motociclista por doblar sin mirar. Él hombre vivió y la moto también.

Escucho música a todo volumen pero la bajo cuando tengo que estacionar. No sé de qué sirve, pero me concentro mucho mejor. Soy malísima manejando. Pésima. Todo aquel que va de acompañante, en un momento determinado, lo veo agarrado de la puerta o de lo primero que encuentra. Se baja rápido apenas estaciono, y se ríe nervioso de lo terrible que fue el viaje.

En fin, si ven un Fiesta con las luces de atrás trizadas, el guardabarros chocado y con un ploteo de Michael Jackson, córranse. Los puedo chocar, putear o gritar obscenidades. Eso es indistinto, porque generalmente pasa todo junto.


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