De la mano de Pablo me fui adentrando en un mundo lleno de oscuridad y lujuria. Ese sillón en el depósito se había convertido en nuestro cómplice para las noches de desenfreno que en él pasábamos.
No nos importaba nada. Ya sabíamos que, dos noches por semana, teníamos cita fija. Nadie sospechaba nada, ni su mujer, ni ningún compañero de trabajo que anduviese cerca.
Se venía el 14 de febrero y Pablo me había contado que con María, su mujer, iban a ir a cenar a un restaurante de lujo. —Pero para vos tengo preparado algo especial el día anterior, el 13. Vení a las nueve y media de la noche a esta dirección —me dio una llave y me pasó un pedazo de papel, en el cual sólo estaba escrita con lapicera una dirección en pleno centro de la ciudad.
Ese día me vestí solo con un vestido negro que guardaba para ocasiones especiales. Nada extravagante, pero elegante a la vez, me puse tacos, me maquillé sencilla y me solté el cabello largo que caía bastante más abajo de mis hombros. Fui en taxi, y cuando llegué a la dirección, me encontré con un edificio de varios pisos de alto. Le mandé un mensaje y le dije —ya estoy acá.
Me contestó —subí hasta el quinto piso, departamento 6.
Pagué el taxi, con la llave que me había dado abrí la puerta del edificio y subí en el ascensor. En el espejo miré que mi maquillaje estuviese como yo quería, me acomodé el pelo, y al llegar arriba, y salir del ascensor, caminé por el largo corredor hasta la sexta puerta. Solo golpeé la puerta, y esperé.
Pablo fue el que me abrió, y estaba con pantalón de vestir negro, camisa color gris oscuro y la barba prolijamente recortada. Su apariencia era para mí, aún más irresistible de lo que era antes. Nos dimos un beso en la boca de bienvenida, y cerró la puerta detrás de mí.
—Estás preciosa —me dijo.
—Vos no te quedás muy lejos —le dije yo, y, al ver una pequeña mesa en el centro de la cocina, dejé mi cartera.
—¿Cúal es la sorpresa? —le pregunté.
—Cerrá los ojos y acompañame —me dijo, y me agarró la mano.
Cuando abrí los ojos vi una cama prolijamente tendida y, sobre ella, correas, arneses y un látigo de cuero.
—Quiero experimentar con vos una fantasía que he tenido durante mucho tiempo —me dijo.
—A mi no me va el masoquismo —le respondí.
—No. Mi fantasía es que una mujer me domine. Yo quiero ser el sumiso. Por favor, probemos esta sola vez y, si a vos no te gusta, seguimos como hasta ahora. Una sola vez.
Pensé por unos segundos y supe bien qué hacer. —Sácate la camisa y acostate en la cama —le dije con voz firme.
Primero sorprendido y luego extasiado, hizo lo que le ordené, yo me saqué el vestido y la colaless (no así los tacos), me subí arriba de la cama y le puse uno de los tacos en el pecho.
—Chupamela hasta que te acabe en la boca —le dije y, acto seguido, me senté sobre su cara y empecé a sentir su lengua moviéndose de la forma que sabía que me volvía loca.
El éxtasis no demoró en llegar. Y, como suelo tener la ventaja de acabar bastante, sentí cuando toda su cara se chorreó y empezó a saborear todo con su lengua. —Esta noche ordename lo que quieras —me dijo, y yo no dudé.
Agarré el látigo que me había dejado y le ordené que se pusiera en cuatro en el piso. Sin querer herirlo demasiado, le asesté un latigazo en la espalda. El ruido del cuero golpeando en su piel desnuda, hizo que me pusiera en clima yo también. Jamás hubiese imaginado que algo así me excitase tanto, pero al notar como su miembro iba ganando firmeza con cada golpe de látigo que le iba dando, hizo que toda la situación se tiñera de morbo, dolor y lujuria.
—Estoy por acabar, necesito tocarme —me dijo cuando le di el último latigazo.
Yo contesté —no te voy a dejar que te toques, acostate en la cama.
Jamás me había sentido con el poder de dominar a alguien cómo esa noche lo estaba haciendo con Pablo. Cuando se acostó boca arriba y se puso el preservativo, yo, sin dudarlo ni un momento me le subí arriba y comencé a cabalgarlo, mientras que con mi boca le iba mordiendo cada pedazo de piel de su pecho que lograba encontrar. Y el dolor era dulce, era morboso, era placentero e irresistible. Acabó a los pocos minutos, pero yo aún no, y Pablo se dio cuenta.
—Me dejás que te haga acabar —me dijo.
—Más te vale —respondí yo, y me bajé de arriba suyo, y volvió a meter su lengua en mi sexo hasta llevarme, nuevamente al éxtasis del orgasmo.
Terminamos los dos desnudos rendidos en la cama, Pablo me miró y me dijo —¿Te gustó la sorpresa?
—Si —le dije yo, le di un beso en la boca y le mordí suavemente el labio.
—Pero no quiero que siempre que nos veamos interpretemos este rol de dominanción-sumisión. Repitámoslo, pero no siempre
—Gracias preciosa. Gracias por haberme cumplido una de mis fantasías. La próxima la seguimos como siempre —me dijo.
Aquella noche nos dormimos abrazados, y al otro día cuando el sol salió nos levantamos, nos vestimos, y nos fuimos.
—Este departamento es mío y lo uso para lo que yo deseo —me dijo.
—¿Y qué deseás? —Le dije yo.
—A vos preciosa. Siempre a vos.
Continuará…