«Ser políticamente correcto es uno de los mayores desafíos de las fiestas de fin de año y definitivamente no uno de mis fuertes»
Resulta que estábamos el 25 de diciembre al mediodía de sobremesa, quedamos sentados mi tío, mi prima la cheta diseñadora de indumentaria y yo:
– ¡Ay! O sea, sho no entiendo porque joden con eso de las banderas yanquis o inglesas en la ropa.
– Porque son de otro país…
– No tiene nada que ver – me contestó ofuscada – O sea, el diseño y combinación de colores es más copado que el nuestro, y esa es la verdad, no jodan con otras pelotudeces.
Respiré profundo, mientras digería ese «pelotudeces». Miré a mi tío, me miraba, rogaba que no saltara la mesa para cachetear a la pendeja con el pan dulce. Pensé en mi abuela, cuando volviera a la mesa y viera a sus nietitas de las mechas, me calmé, para responder:
– Son colores que combinados son símbolos, significan cosas…
– ¡Esas son pavadas!
Se generó un silencio incómodo, mi tío me miró, conociéndome rogaba que no mate a su hija menor. Respiré profundo y me dije, el símbolo por sí mismo no es nada. Se crean para ser usados como referencia y generar valores como la unidad, pertenencia, compromiso, participación, etc.
Seguro me contestaría que los hijos de Beckham se pusieron camisetas de Argentina en un partido, pero no le daría la única neurona para entender que termina el partido, se la saca y ama a su país, nosotros no.
Sería imposible explicarle amenamente, entre turrones y pan dulces, que nuestra historia está cargada de un desprecio a lo nuestro, la inolvidable dicotomía de civilización y barbarie, que nos heredó esa admiración por lo ajeno, sobre lo extranjero.
Volveríamos al punto de “gustos son gustos”, y yo ya con una botella de sidra en la mano le gritaría “si, seguro ¿entonces por qué no usas la bandera chilena que tiene los mismos colores que la de EE.UU. o la Británica? ¡CARETAAAAAAAA!”
Y mientras me imaginaba saltando la mesa, la mano de mi madre me zamarreaba sacándome de mis pensamientos expresados en una simple mirada asesina:
– ¡Paula! – seguido de las palabras mágicas que aquietan la bestia – traé la cerveza…
Las “fiestas” son el recordatorio anual de que la familia no se elige, se soporta. Que las conversaciones tediosas siempre van a estar, con el dilema de terminar discutiendo por la falta de filtro que generan la supuesta confianza de los lazos sanguíneos y el garrón de tener que seguirlos viendo.
Moraleja (?): Como evidentemente la historia, la política son «pavadas» al lado de la combinación de colores, no vendió una mierda de sus diseños, probablemente porque los cobraba en dólares. Aparentemente la economía tampoco sirve… hoy atiende un RapiPago.