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Sucesos (parte 2): la escritora de mis sueños

Deseo. Esa era la única palabra que podía describir lo que me pasaba ¿Deseos nuevos? No. Ya había estado antes con una mujer. La primera vez en un trío con una preciosa mujer que me inició; Carolina alquiló un departamento en el que juntas esperábamos al tercero. Lo citó más tarde y en la espera se sentó detrás mío en un sillón y comenzó a untar mi espalda con aceites y masajes… ¡que suaves eran sus manos!. Ella me mostró por primera vez un cuerpo igual al mío, entero, sin censuras. Realmente el cuerpo femenino es todo cultura, un mundo por recorrer.

Después de algún tiempo apareció Vanina, solo que ésta vez no era tocarse para seducir a otro. Sólo estábamos ella y yo. Eran caricias más sentidas y un deseo de exploración, pasión, mezcla de lujuria con ternura especial. Digna de las mujeres

Esto me convierte en la experimentada, ya que Mérida no había estado con una chica, las dos solas. En tríos si, ya lo sabemos todos… pero créanme, son distintas sensaciones. Tal vez era eso lo que me hacía desearla tanto, saber que iba a ser la primera en tocarla; que yo sería su Vanina, su marca alternativa como solía llamarse ella a sí misma.

Llamé a Mérida para juntarnos a tomar algo. La complicidad de la charla delataba las intenciones.

– ¿Te venís para casa?

– ¡Estás aporteñada, Murray! ¡Por supuesto! Tengo que aprovechar que estás acá, no se cuando volvés, o si volvés.

– Dale ¿El viernes te parece? Yo cocino.

Llegó el día. Nos juntámos en casa, cenamos y charlamos de mil cosas. Obvio, primero éramos amigas, colegas y ex compañeras de laburo. Los temas eran: chongos, ex, jefes, ex jefes, compañeras, ex compañeras, vida nueva y mendo.

Recordando anécdotas, llegando al final del vino cuando, en un ademán típico de nuestras charlas gestualizadas, le pega a la copa, se cae y me mancha la alfombra. Casi la mato. Me miró con cara de «Hice lío», abrió los ojos grandes y se cubrió la boca. Lo primero que pense fué: «Tu camisa por mi alfombra».

-¡Ay! Negri, perdón.- me dijo y yo lo solté de inmediato.

-Tu camisa por mi alfombra

-¿Qué?

-Eso, tu camisa por mi alfombra. Esa mancha no va a salir y esa camisa de todos modos te la ibas a sacar.

Tenía puesta una camisa de gasa blanca quedejaba ver su corpiño perfectamente blanco. Mechones pelirrojos caían sobre sus hombros. Me miró pícara y empezó a desabrocharse de a unos los botones. Llegó al tercero y paró.

-Si yo lo hago, vos también.

– Estoy en desventaja, sabés que no uso corpiño.

-Bueno… el pantalón entonces.

-¡Noo! jaja, portate bien. Ya me manchaste la alfombra. Hizo puchero, se sacó la camisa y me la dió- Muy bien, así me gusta.

Ella en corpiño y yo lady como siempre, nos dispusimos a descorchar el segundo vino y acompañamos con un chocolate que ella trajo. Fuimos a sentarnos al único sillón que tenía en casa, uno antigüo y largo. Nos pusimos una en cada punta, apoyadas las espaldas en el apoyabrazo y nuestras piernas cruzándose en medio.Puse las suyas sobre mi cuerpo y comencé a dibujar fijuras en sus muslos. Seguíamos charlando y cada tanto sonreía de las cosquillas. Me senté quedando de frente a ella; derretí medio chocolate con el calor de mi boca y lo hice rodar desde su abdomen hasta su piercing en el ombligo. La miré y ahí estaba, entre sus pechos su rostro de ojos marrones con un destello en sus pupilas más brillante que ninguno, su piel blanca y ese marco de pelo de tono cálido. Sus mejillas rosadas por el calor y el tinto;csus labios… expectantes.

Pasé mi lengua por el chocolate y subí hasta quedar entre sus pechos. Respiraba su perfume mientras mis manos buscaban la parte de atrás de su corpiño. Lo desabroché, saqué y como deseando libertad se relajaron sobre su cuerpo esas increíbles tetas, de areolas grandes y pezones que cada vez se ponían más duros.

Me alejé para mirarla bien mientras mordía mis labios. Un tatoo en su clavícula izquierda me decía: «Este día y cada día». Con mi codo apoyado en el sillón a la altura de su cintura lograba la distancia perfecta entre su cuerpo y mi boca; y mi mano libre, quería ser libre de verdad. Con la derecha tomé su pecho izquierdo. No me alcanzaba la mano para apretarlo como quería, tenía que apretar, soltar y volver a apretar para convencerme de haberla tocado bien.

Mis labios finos en su pecho derecho, mordiendo un poco, jugando con mi lengua y queriendo hacer que todo ese pezón sintiera el ardor que ya me recorría. Llevaba con mi nariz y mi boca su pecho hacia el centro, y con la otra mano traía el otro hacia mí y los juntaba. Que perfecta era Mérida.

Tenía el honor de hacerla probar un sin fin de caricias jamás dadas. Se levantó del sillón y para mi sorpresa, levantando una ceja y mordiéndose esos labios dulcísimos, comenzó a desabrocharse el jean. Se dió vuelta despacio y me fué mostrando de a poco su ropa interior. De encaje negro, un culotte empezaba a suceder. Luego su piel se dejó ver y para llenar el deseo, se inclinó hacia sus rodillas pra terminar de sacarse el pantalón dejándome el paisaje de ese bollo hinchado pidiendo caricias. Estaba segura de que si corría la tela, su concha -perfectamente depilada para la ocasión, como era nuestra costumbre- brillaba de emociones, igual que la mía. Le dí una palmada en la cola y se rió, -¡Atrevida!- me dijo.

Dos mariposas de tinta revoloteaban sobre sus caderas, en el costado derecho de su cintura. Caminó hacia la habitación y se tumbó en la cama boca abajo, levantó la cola arqueando la espalda y relajó el cuerpo otra vez.

-¡Cómo te gusta la cagada, pendeja!, le dije. Con la punta de mis dedos rozaba su cuerpo con caricias casi imperceptibles, transmitiendo mi deseo con vibraciones como si fuera una sexy sesión de reiki. Sentada en su cola me saqué la remera y comencé a hacer rodar mis pechos en su espalda besando la estrella tatuada en su nuca, y las veintiocho más que marcan un sendero hasta su hombro. Recorrí su columna con besos de esos que estremecen. Podía verla disfrutar y suspirar con cada una de mis intenciones.

Y llegué a la perfección cuando mi boca, después de tanto suspenso alcanzó su cola. Redonda y chiquita como la mía. La apreté bien fuerte, masajeandola como a mí me gusta que me hagan. La mordía un poco… me encantaba. Siguiendo la costura del encaje de su culotte encontré su centro. Empapado. Ella estaba disfrutando el juego.

Se giró y arrodilló frente a mi. Me tomó la cara y me besó sin verguenzas, ni miedos, ni prejuicios. Pasarla bien así no nos hacía daño, ni mejores o peores. Era sólo disfrutar… ese beso incendió mi cuerpo, era uno de esos que resucitan a un muerto, diría Sabina. Me acariciaba los brazos.

-Pensar que soñé con tenerte así, para mi. Y te agarraba las tetas asi…

– ¿Te gusta?

– Me encanta -tomó mi cara y me beso otra vez- Me encanta… dejame que lo haga…

-¿Qué cosa querés hacer, pervertida?- dije entre risas

-Dejame que te pruebe, quiero saber ¿cómo es? ¿qué se siente?

-Sos terrible- le dije y me acostó boca arriba.

Desprendió mi pantalón, chau jean. Me miró el tatuaje, siempre se sintió atraída por ese timón. -¡Ay, ya estás lista vos! dijo y sonreí mordiéndome los labios. Loca salió la colorada, se mandó no más… Abrí mis piernas, puso su cuerpo sobre el mío. Me besó el cuello, las tetas pero yo estaba perdida en la suavidad de sus pechos cuando rozaban mi abdomen, esos bultos suaves y blandos que se apretaban contra mi cuerpo. Comenzó a marcar un camino en el abdomen y fué directo dónde ella quería llegar. Mujer decidida si las hay.

Como si supiera abrió su boca y me besó la vulva de abajo hacia arriba, succionando un poco mis pliegues aún juntos. Lo hizo como tres veces y en una metió su lengua entre mis labios, llegando a mi punto peligroso. Ejercía presión cuando llegaba a él. Yo me mordía los labios jadeando con cada locura de ella. Las sensaciones arqueaban mi espalda de placer, y mis manos se perdian en su pelo. Con su mano izquierda abrió mis profundidades y se detuvo a mirarme. Yo ya había estado en su lugar. Sabía que cuando me miraba, se miraba a ella también. Me besó. Tan simple como eso. La diferencia de género en el sexo oral. Nada de lenguas duras y puntudas, de movimientos frenéticos no siempre bien hechos. La simpleza de ésta técnica hecha por una mujer, me besó ahí como me besó a mi; apasionada, lujuriosa con lengua que empezaba a hacer círculos alrededor de mi entrada y me comía. Literalmente, me comía. Cada tanto me agarraba una teta y yo no soltaba las suyas.

Sacó su cara de entre mis piernas y se secó la cara con mi pierna- ¿Me dejás?- me preguntó.-Hacé lo que quieras, le dije. Hundió un dedo, lo sacó. Hundió dos, me gustó. Hundió tres y me encantó. Ahora quería yo, quería tocarla. Subió hasta mi boca, nos besamos con locura. Le saqué el encaje negro empapado y pasé mi mano por detrás llegando a su concha desde la cola y apretándola bien contra mí. Estábamos mojadas, hinchadas, el roce, nuestras tetas juntas y apretados ambos pares, su pelo que formaba una cortina rojiza que nos cubría.

Un frenesí de movimientos, cada vez más rápidos y más fuertes nos llevó a los espasmos más dulces y largos. Era como el orgasmo de la masturbación -que bien sabemos que no es lo mismo a los compartidos- pero con la compañia de un cuerpo perfecto, nuevo, que crea el morbo, el deseo de la perversión, de lo prohibido… Sin duda otro nivel.

Extasiadas y agotadas nos recostamos sobre la cama. Ella acomodaba su pelo y riéndo decía ¿¡Qué hicimos, Murray!? – Tu sueño realidad, le contesté y me reí. Como en este tipo de juegos no hay un pito que se despierte o se durmiera al acabar, resultan ser juegos de nunca acabar. Un círculo que envicia.

Méri fué hasta la sala, caminó desnuda a buscar su cartera.

-Mirá que traje. Me dijo mostrándome su consolador y un vibrador de marioposa.

-Mmm… Sos terrible. Va a ser una noche larga ¿no?

Y volvimos a empezar.

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