¿Quién no jugó en su infancia una marianita loca en la calle, con una pelota confeccionada en medias y pedazos de diarios en su interior para hacer más bulto? ¿Quién no se tiró un lujo emulando al Gamuza de Cebollitas? Esta es mi historia, la historia de un pibe normal de campo, que su sueño era ser futbolista.
Corría el año 1998, a River le decían Princesa Viuda, desde que se había ido el Príncipe nunca más gozó, y al mismo tiempo Martin Palermo había llegado a Boca, su locura y capacidad goleadora habían despertado mi amor por el futbol, locura que ni Oliver de los Super Campeones había logrado, obvio, con canchas donde el arco rival estaba en una eterna subida ni modo.
Fui con mi padre al que le comenté. – Viejo, ¡quiero jugar a la pelota!
Siempre tan comprensible me contestó. – ¿Pa´qué? ¡Si vos no sabes nada de julbo!
A escondidas de este comencé a ahorrar y me compre mi Pumas Borusia rojo y blanco, como los de Martin, con tacos panditos, me inscribí en Rincón del Atuel, los verdes de la primavera y comencé con los entrenamientos luego de la escuela.
En menos de una semana el DT me había probado en varios puestos, no olvido la vez que me dijo “Pibe, vos sos promesa de Gol”, seguidamente me saco de la posición de arquero.
Un mes después comenzaba el campeonato, el Presidente del club nos dijo, prepárense el siete, que el ocho comienza el campeonato. El DT nos decía, coman fideos blancos, no la pongan, cuídense. Yo los fideos blancos podía ser pero si se me presentaba la posibilidad de desvirgarme ni en pedo la dejaba pasar.
Todo el campeonato en el banco, al final de la temporada la sexta división del verde llegaba segundo al último partido, a dos del líder, Pedal Club, nuestro último rival, el lema era ganar o ganar.
Comenzó el partido, pelotas van, pelotas vienen, más las que venían que las que iban, ochenta minutos y todo igualado en el mínimo marcador. El ayudante de campo me dijo, “Y vos mamadera de que jugas?”. Mirando la parte posterior de mi camiseta le dije “De 16”. Y me mando a calentar.
Me moría de emoción, corría por el costado de la cancha como gallina cruzando África. Minuto 85 el DT me llama, sus palabras hicieron eco dentro de mi cabeza, “entras de 7 bien abierto, tenés 5 minutos, ganalo”.
Me moje mi pelo semilargo hasta los hombros, me puse mi cordón negro tipo bincha, zapatos rojos, en esa época sin panza y me paré en la orilla de la cancha. De las gradas una chica murmuraba, “está más bueno que dos dedos en el poto”, otra me gritaba “¡solo te falta cagar al trote, potroooo!”, Botineras, pensé para mis adentros. Hice skipping, le di una nalgada al saliente, toque mi huevo derecho, un poco de cábala y otro poco porque me ahorcaba el calzoncillo y entré a la cancha.
Corrí de acá para allá hasta que me anime y le pregunte al árbitro donde jugaba el 7, este me dijo “por el win derecho” y sacó una amarilla, para mí que fue por agarrar la pelota con la mano e ir a preguntarle ¿Win derecho? No entendía nada, y seguí corriendo detrás de la pelota.
El juez de línea levantada un cartel que decía 2, menos mal que no era yo el que salía. Saque lateral, el árbitro dice “ultima pelota”, yo sabía que no era así, porque en el banco siempre teníamos otra.
Saca el cuatro, pone el centro, rechaza un defensor y… “¿Ya probaste el chiquito? ¡Ahora probá el grandote! Alfajor grandote, doble y triple sabor”…la pelota que cae en mis pies, muerta, sola para mí. Me encontraba frente al arco, aproximadamente a treinta metros. Pensé en la jugada que haría, ya que un jugador debe tener una clara visión del juego, todo pasaba en cámara lenta, en el banco todos gritaban “largala pelotudo”, justo en el momento que el nueve de ellos me robaba el balón.
Todo no terminó ahí, corrí tras él, me tire abajo cual Rambo perseguido por un ejército de Vietnamitas, se la soplé, como se dice en la jerga futbolera, y esta vez no la pensé y saque un puntazo.
Para que describir si fue una sensación inexplicable cuando ese balón tomó vuelo hacia el arco rival, buscando tal vez aquel gol que nos hiciera campeones, pero la pelota seguía en el aire y el árbitro llevaba el silbato a su boca esperando que la misma se perdiera en la tribuna.
El futbol seguía enfurecido, tan así que de lejos parecía una guinda, se comenzó a deformar, sus cascos se desprendían, era una bola de cuero e hilachas, bruscamente comenzó su descenso, el arquero comenzaba a volar inútilmente. La pelota se metía en el ángulo y una de las hilachas quedaba enganchada en el travesaño, haciendo el balón una especie de vaivén…
Ganamos 14 a 0, salimos campeones y salí goleador de aquel torneo.
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