Patricio Horacio Richter, más conocido como Patraña Richter, fue un virtuoso guitarrista oriundo del partido de Tigre, el cual pasó a la historia de una manera, podría decirse, incompleta, confusa o accidentada. Pues aunque llegó a codearse con los más grandes músicos y tocar en los lugares más importantes del mundo, sus logros siempre fueron puestos en duda debido a la absoluta ausencia de fotografías que acreditasen tales hazañas.
En 1985, con tan sólo 15 años de edad, Patraña tocó con su banda Social Constipation en la primera edición del festival Rock in Rio, compartiendo escenario con Iron Maiden y siendo felicitado en los camarines por los integrantes de la legendaria banda británica, a quienes, además, les hizo probar el mate con burrito. El momento fue capturado por un supuesto fotógrafo del evento que sería detenido minutos más tarde por tratarse en realidad de un agente de la KGB especializado en recopilar datos de guitarristas.
Años después, con su proyecto solista Pato Richter & The Sad Trapitos vendió dos millones de copias de su álbum Walking on the Riachuelo en Japón, país al que viajó para ser premiado en un prestigioso evento en el que le tomarían cientos de fotos que, no obstante, nunca llegaron a ser publicadas, dado que la prensa sólo se ocupó de cubrir la devastación ocasionada por un terremoto psico-nuclear de magnitud 9,20 en escala de Majul que arrasó con el país nipón tres minutos después de que Patraña se subiera al avión de regreso a Ezeiza.
Su enorme destroza en las seis cuerdas y sus participaciones como músico sesionista lo llevaron a mantener habitual contacto con celebridades, desde Menem, Cerati, Guillermo Andino y Mirtha Legrand hasta Tiger Woods y Gorbachov, llegando a compartir con ellos infinidad de choripaneadas y jarras locas en sus lujosas quintas. Incluso, decía él, llevó a George Harrison a ver una carrera del TC 2000, dejando fascinado al ex-Beatle.
Cuando contaba estas asombrosas anécdotas sus amigos se mostraban escépticos. Nadie dudaba de su talento como músico, pero no había ninguna prueba contundente como para dar por ciertas aquellas extravagantes experiencias, por lo que poco a poco fue ganándose el apodo de «Patraña», el cual, aunque no le caía muy simpático, empezaría a usar como nombre artístico, puesto que era más marketinero que «Patriciox”, “Patr”, “Pat”, “Pata Pata”, “Pata Muslo” y “Pato Bullrich”, entre otros pseudónimos que había utilizado en los inicios de su carrera.
En 2007, con el auge de las cámaras digitales, Patraña entendió que era la oportunidad de limpiar su nombre, por lo que organizó una ambiciosa gira nacional sólo para que su novia le saque fotos constantemente. La idea era tomar un promedio de tres fotos por minuto para capturar cualquier suceso asombroso que pudiera ocurrir, pero tras las dos primeras semanas de la gira (que duraría otras 45 más), su novia desarrolló Mal de Parkinson, hecho que la llevaría a sacar un total de 975.423 fotos borrosas e inentendibles.
En 2009, harto de su desdicha, escribió una nota que rezaba:
Ningún éxito es realmente válido si no hay una imagen que lo acredite. Una vida llena de aventuras y logros está destinada al más indiferente olvido si no ha sido capturada por el lente de una cámara, ese artefacto en apariencia inocente, pero que puede determinar el rumbo y el valor de toda una existencia. ¿De qué me sirven los estadios llenos, mis visitas a las principales ciudades del mundo, mis amoríos con actrices de Hollywood y las noches enteras jugando al Ludomatic con Mick Jagger? Si todo aquello que no es congelado eternamente en un conjunto de píxeles está destinado a perecer en la papelera de reciclaje de esta ineficiente computadora que conocemos como sociedad moderna.
Lo he intentado todo, pero la mala suerte me ha perseguido de manera inexplicable: rollos destruidos en incendios u olvidados en taxis, cámaras que se quedan sin batería, insectos que se posan oportunamente sobre el lente… Todo ha salido mal. Incluso en tres ocasiones distintas los fotógrafos que estaban a punto de sacarme unas gloriosas fotos fueron brutalmente fulminados por rayos eléctricos (y sin que hubiera tormenta ni lluvia alguna). Quisiera que las cosas fueran distintas, pero no puedo ir en contra de las dos máximas verdades indiscutibles de este mundo: la primera, que los Power Rangers le queman el bocho a los pibes, y la segunda, que una buena vida que no puede presumirse ante los demás no es siquiera una vida, porque no existe lo que no se ve (fumala despacito Principito).
Muchos dicen que lo importante es vivir el presente (fúmensela a un buey Vox Dei), pero el presente no es más que una pequeñísima fracción de segundo que no podemos vivir con plenitud. Cuando pensamos el presente, ese presente que pensamos ya es pasado, pues nuestro cerebro no puede procesar todo aquello que lo rodea, y al mundo nada le importa el momento en que uno respira, siente y hace; sólo importa la imagen inmóvil de algo que dicen que ocurrió, porque hasta es más fácil, creíble y emocionante inventar una historia o diálogo a una foto que añadir una imagen falsa a una historia. En el futuro los libros tendrán más imágenes que texto y los avances en sistemas de gestión contable harán que los contadores dejen de existir (gracias a Dios).
Sé que la humanidad entenderá esto y pronto hasta el más marginado de los individuos tendrá consigo una cámara que le permita capturar todo lo que esté a su alrededor. Sería una estupidez afirmar que todo aquel que puede hablar es automáticamente cantante, pero en pocos años veremos cómo miles de personas (en su mayoría jóvenes sin mucha pasión ni talento pero con egocéntricas aspiraciones artísticas) se llamarán a sí mismos fotógrafos por el sólo hecho de poseer una cámara, pero aun esa realidad es preferible a un mundo destinado al olvido y a la palabrería sin imagen, un mundo del cual he sido víctima y del que hoy me despido para siempre. ¡Viva la revolución armada y el helado de menta granizada!
Atte. Patricio Horacio Richter.
Tras firmar esta nota, Patraña activó el temporizador de su cámara digital y se ahorcó desde una de las ramas de un árbol de su patio, con el fin de fotografiar poéticamente su muerte; sin embargo, en la fotografía sólo salieron sus piernas, brazos y torso colgando, mas no su cabeza, por lo que la gente siempre dudó de si el cuerpo de la foto pertenecía efectivamente a aquel virtuoso guitarrista o si se trataba sólo de otra mentira más de Patraña, aquel músico que tenía todo para pasar a la historia como una leyenda pero que, por esas incomprensibles desgracias del destino, tuvo que resignarse a ser un mero mito urbano del partido de Tigre.