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18250

Me interesa el futuro porque es el sitio donde voy a pasar el resto de mi vida.
Woody Allen

En realidad nunca me interesaron las fechas festivas, por ende menos mis cumpleaños. Soy de los que consideran que el día del natalicio se festeja en el exacto momento de la concepción, pero como no sé en que momento mis padres le dieron matraca para que yo surgiera, me parece poco práctico festejar algo en el día que no es el indicado.

Pero de golpe me encontré con esta cifra contundente, definitiva y perentoria; me di cuenta de que cumplo cincuenta años. Por un momento pensé que caería en una especie de sopor depresivo por la cantidad exorbitante de la cifra, pero sinceramente me dio risa, mucha risa. En realidad no me importó, ni me importa; pero por el otro lado me pareció prudente establecer una especie de balance de lo que hice durante 18250 días

Tengo la capacidad de contar anécdotas de diferentes índoles sin repetirme, por el espacio de un par de  horas.

Todavía me puedo agachar y tocarme la punta de los pies sin flexionar las rodillas; además puedo hacer diez “lagartijas” sin mucho esfuerzo pero con el corazón acelerado y ahogado.

Caminé por la sal perpetua del Desierto de Atacama.

No tengo hijos propios, por elección; pero tengo uno del corazón por esas cosas de la vida y me agrada mucho, mucho. Que así sea.

El tiempo me ha dejado tuerto, pero con la suficiente visión para reconocer pelotudos de un solo vistazo.

He visto el amanecer en el Mar Caribe, mientras el barco que me llevaba emitía un débil May Day, haciendo agua y dando lástima.

Me han llevado preso por averiguación de antecedentes (y portación de rostro) y la policía me dejó un par de regalos en los riñones.

No me gusta el alcohol, pero me he emborrachado hasta vomitar el hígado, vaya dilema.

He consumido drogas, muchas; al punto que Kerouac y William Burroughs me hubiesen dicho: recatate un poco… Ahora me aburren.

Una vez una mariposa blanca se posó sobre mi rodilla, me quedé quieto para no espantarla, para que descansara. Aún está ahí, quietita, mirando el horizonte.

He leído cientos de libros.

Vi delfines siguiendo la estela espumosa y mortecina que iba dejando la quilla podrida del bote en que navegaba.

Vivo con cuatro gatos, ellos ponen los colores.

He gritado Banzai en un campo de batalla imaginario, pero tan real como tus sueños.

Escupí mi sudor en selvas doradas.

Conversé sobre el derrotero de la vida con arañas ebrias.

Me ha atacado el amor y me he defendido, siempre fui derrotado categóricamente.

Me he batido a duelo, las armas elegidas fueron los puños cerrados y las patadas arteras; puedo decir con orgullo que nunca fui vencido pero sí dejé un diente en el camino.

He tenido más ataques de pánico de los que se pueden soportar sin un electro shock y sigo lúcido, supongo.

Desistí del culto a la personalidad, por ende no tengo héroes.

Vi fantasmas y ellos me vieron a mí, no sé quien se asustó más.

Estuve en una esquina desconocida de Quito, al final de una cuesta. Llovía como si el cielo tuviera la panza rajada.

Como dijo Fontanarrosa… Para  jugar al fútbol tengo dos problemas, la pierna derecha y la pierna izquierda… Aunque una vez  hice un gol de chilena, fui llevado en andas y aclamado, la pura verdad.

Siempre me acompañaron letras, muchas letras; consonantes corrosivas, petulantes y distraídas y vocales guturales, cavernícolas y cósmicas. Ahora su presencia se está haciendo absoluta.

Me queda mucho camino, recién empiezo; todo es novedoso a pesar de la repetición constante del aislamiento obligado. Me queda mucho tiempo, creo, espero… El sendero es largo, es incierto, pedregoso y en pendiente y mis pasos pueden ser como los de un bebe, titubeantes y esponjosos, pero no dejan de ser seguros y contundentes.

Japiverdeitumi… Japiverdeitumi… Japiverdeitumi

Soplo las velas y ocurre lo inesperado, lo menos pensado,  pero no por eso imposible, la flama del pábilo estalla en una explosión termonuclear.

Japiverdeitumi… Japiverdeitumi… Japiverdeitumi

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