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El ingrediente que faltaba

Desde chico tuve atracción por las profecías, y las he leído siempre. Me apasionaba pensar que esas cosas que decían podían pasar en un futuro que, claramente, jamás viviría. Por eso cuando leí “El Banquete de Severo Arcángelo” lo entendí enseguida. Leopoldo Marechal, como yo, nos fascinamos con ese libro de la Biblia donde hablaba de la futura debacle humana, pero él además compuso esa obra maestra que hoy tiene un gueto literario, como la Divina Comedia, que dedica su vida a estudiarlo.

Ese libro fue el que me impulsó a escribir. Yo quería contar las cosas como Marechal. Él podía hablar de lo que quería, con delicadeza, con crudeza y con humor. Esa tríada representa mi punto de vista desde donde observo la vida, yo lo llamo “la realidad”, y creé una sentencia que me empuja a otear la existencia desde ese lugar: “no hay nada más romántico que la realidad, sea cual fuere”. Discutible, seguro, pero por eso también es tan buena sentencia.

Volviendo a las profecías, lo más apasionante que tienen es que muchas se van cumpliendo, y así de chico he visto caer el muro de Berlín ante la mirada incrédula de todos, habiéndolo yo leído antes, y pensando que sería algo que pasaría en el quinto milenio, con autos volando y teléfonos tipo relojes atados a las muñecas. Claro que las profecías no pueden marcar el tiempo en que sucederán porque no tienen esa finalidad, sino que existen para ver el cumplimiento de las cosas que dicen los mensajes del Cielo que piden oración y conversión, lo que es el verdadero objetivo de estas. Entonces, en el transcurso de la historia existieron muchos “investigadores de profecías” que no buscaban sacar ventaja del futuro, sino que, como Leopoldo y yo, necesitaban contarnos a nosotros lo que había comprendido leyendo una y otra profecía. La profecía tiene algo consolador en ellas mismas, y es que nos dicen que el mundo continúa. No es que pensemos que se va a terminar, pero es como estar en una prueba y que entre un profesor y diga “faltan 20 minutos”, y sepamos o no la materia, de lo que tenemos certeza es de que no se termina ya, que no se nos va a precipitar el final, sino que faltan 20 minutos.

La profecía, estimo, es sólo eficaz para los que tenemos fe. No sé cómo funciona en la gente que no cree, pero lo siento por ellos, vivir este mundo sin fe debe ser como jugar al Candy Crush sin saber que hay que alinear los caramelos. Pero no lo sé, no juzgo.

El punto es que hoy el tema de las profecías lo inunda todo. Hay mensajes y advertencias por todos lados. Muchas de las cosas que dicen las creo, porque las he leído hace tiempo. Antes de que el Papa Francisco llegue a la silla de San Pedro yo ya había leído la profecía de Ana Catalina de Emmerich donde hablaba de los dos Papas, y había leído el libro de López Padilla “Dos Papas en Roma”, en que recopilaba mensajes y profecías para ese tiempo. Él, López Padilla, en aquel 2007 jamás imaginó que para este asunto sólo faltaban seis años. Incansables profecías, desde el profecta Daniel hasta la fecha han hablado hasta el hartazgo de que se prohibirían las misas y las comuniones en el mundo, algo que no sucedió jamás en la historia, y ahí está, sucedió. Y así podría seguir con muchas, muchas que se cumplen, muchas que aún no se cumplen, muchas que son un disparate.  Reitero que la profecía es un elemento para dar veracidad al mensaje que en realidad lo que pide es oración y conversión. Con esto, nada hay que temer.

Sin embargo hay algo que me eriza la piel. Algo que no podía ser de otra forma, pero que no termino de creer. Hay un punto que es lo más tenebroso y aterrador en todo este asunto.

No sé qué pasará en el futuro, no soy vidente, pero algo se recrea frente a nosotros de una manera contundente y tortuosa. Si las profecías de todos los tiempos no se equivocan, habrá un Falso Pastor que entregará la Iglesia de Cristo a manos de un encantador anticristo y con esto le dará el poder para crear una nueva religión pseudoecuménica con sede en Jerusalén, y con ello comenzará la persecución y destrucción de todo lo sagrado bajo la apariencia de lo humano y lo fraternal. Este Falso Pastor, no se sabe con certeza (siempre en el plano profético), podría ser el Papa Francisco o uno que vendrá después de él. Si fuera uno que viene después de él, este Papa Francisco sería el que prepara el camino al Falso Profeta dentro de la Iglesia Católica. Sería el que rompe con lo sagrado y “protestantiza” el rito y destruye o corrompe la Consagración de la Eucaristía. En el caso que fuera, siempre hablando desde lo profético, Francisco es el que prepara el camino para el adalid del demonio, el que hace posible la entrega de la Iglesia para fusionarse a esta iglesia de tres cuerpos que residiría en Israel, y sea o no sea cierto, Francisco manda todas las señales para coincidir con este personaje.

Lo que me parece impactante, es que desde hace miles de años, tal vez desde el comienzo del mundo, el demonio sabía que vendría un momento en que él tomaría la cabeza de la iglesia buscando reemplazar al Cristo, desde miles y miles de años atrás tenía un plan sabiendo cómo se sucederían las cosas en el mundo y daría un golpe mortal a toda una civilización entera, tal vez la más avanzada de toda la historia. Llevaría al mundo a una corrupción tal que el poder planetario le entregaría un cheque en blanco a un ser diabólico que haría la peor masacre de la historia de todos los tiempos. Y que esto lo escribiría un apóstol un día, dos mil años antes de que suceda, pero igual pudo continuar con su plan, y azuzó, alimentó y construyó un terreno para que el mal creciese y prosperase. Miles de intelectuales, religiosos y filósofos leyeron y estudiaron estos asuntos y crearon obras como la “Divina Comedia” de Dante, o el “Paraíso Perdido” de Milton, o “El Señor del Mundo” de Benson, los murales de Miguel Ángel, las pinturas de El Bosco, de Durero, o se nutrieron de los libros de María de Ágreda, o los de María Valtorta, o los mensajes de Fátima, o los de Catalina Labouré en París, miles y miles de años de una historia donde semilla tras semilla el demonio fue pisando el trigo y dándole campo a la cizaña, día tras día, hora tras hora, y pasaron tipos como Nerón, Calígula, Atila, líderes capaces de llevarse puesto el mundo, Napoleón, Stalin, ¡Hitler! Hombres capaces de hacer matanzas sin que les perturbe el sueño, guerras mundiales donde todas las normas quedaban subyugadas bajo la ley del fusil y la supervivencia, epidemias que destrozaron las normas morales, y mes tras mes la historia desfilaba frente a un universo gigantesco de ofertas diabólicas y destructivas, sin embargo el demonio sabría que habría un momento en el cual sería posible tenerlo todo, gobernar sobre el mundo, cambiar el total de las leyes, hacer un planeta completamente a su medida, y para ese plan necesitaba un Judas, alguien de esa talla, alguien que sea capaz de entregar a todo un Dios. Necesitaba que tenga la potestad de un vicario de Cristo pero sin serlo, alguien que desde ese lugar pudiese entregarle todo, almas, leyes, políticos, normas, costumbres, ideas, conceptos… pero no alcanzaba con un Papa corrompible, porque hubo muchos de estos y a ninguno utilizó. Tampoco un líder político, ni un dirigente intelectual. El demonio, para su anticristo, necesitaba otra estirpe de hombre. Alguien que no lo rozaran las balas, que tenga la altura para poder sacarle las bananas a los monos y hacerles comer naranjas y que estos lo sigan amando. Y esperó, y esperó, y esperó. Porque el demonio necesitaba una pieza clave, única. Necesitaba un ser que fuese el pivote que lo torciera todo y a todos. El demonio necesitaba un Papa… pero un Papa peronista.

Porque para un peronista, nada mejor que otro peronista.

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